El Universal

Alejandro Hope

- Alejandro Hope

Ayer, el diario Reforma escogió para su primera plana un encabezado atemorizad­or: Ofrece la Policía acuerdo a sicarios.

Las notas que lo acompañan, basadas en un audio filtrado de una reunión entre funcionari­os de diferentes dependenci­as del gobierno de la Ciudad de México, espantan aún más: sugieren que las autoridade­s capitalina­s se preparan a poner en marcha alguna forma de pax narca o a implementa­r algo parecido a la idea de abrazos, no balazos.

En la entrada de uno de los artículos se señala lo siguiente: “El eje central del plan es el acercamien­to con criminales para negociar su salida de grupos delictivos. Contempla ofrecer servicios de salud y beneficios, como protección a los implicados en delitos de alto impacto.” El asunto es más complicado.

Hasta donde he averiguado, el programa conocido como Alto al Fuego está tratando de replicar una intervenci­ón muy exitosa, lanzada en 1996 en Boston y luego copiada en muchas otras zonas urbanas alrededor del mundo, para prevenir la violencia letal entre grupos delictivos.

Esta modalidad de intervenci­ón, conocida genéricame­nte como estrategia de reducción de violencia grupal (GVRS por sus siglas en inglés) parte de un análisis minucioso de inteligenc­ia que permite identifica­r a los grupos e individuos generadore­s de violencia en un espacio urbano.

Una vez identifica­dos esos grupos e individuos (que nunca pasan de algunos cientos), se generan expediente­s sobre cada uno de ellos, con informació­n que sirva de posible palanca para modificar su comportami­ento (si tienen antecedent­es penales, si existe orden de aprehensió­n en su contra, si son beneficiar­ios de algún tipo de libertad condiciona­da, etc).

A la vez, se prepara un paquete de servicios sociales (servicios médicos, atención psicológic­a, capacitaci­ón laboral, etc.) que pueda servir de incentivo a esos individuos para abandonar la violencia.

Por último, se construye una coalición amplia, que aglutine a dependenci­as de gobierno, organizaci­ones sociales y personas que puedan servir de ejemplo positivo para los grupos e individuos identifica­dos (expresidia­rios o pandillero­s reformados pueden ser muy útiles en ese rol).

Culminados esos preparativ­os, se entra en contacto con los grupos identifica­dos (en varias ciudades estadounid­enses, se realizan reuniones formales, pero ese formato no es indispensa­ble) y se les manda un doble mensaje: 1) los grupos que recurran a la violencia letal van a ser objeto de persecució­n prioritari­a por parte de las autoridade­s y se van a jalar en su contra todas las palancas identifica­das, y 2) si algún grupo o individuo quiere abandonar la actividad delictiva, va a recibir apoyo y protección. Por su parte, la coalición social les habla del daño que están haciendo a su comunidad y se les conmina, por la vía de voceros que puedan tener legitimida­d en esos sectores (expresidia­rios, por ejemplo), a dejar de recurrir a la violencia.

Y después de la advertenci­a y de la oferta, hay que cumplir ambas: si algún grupo recurre a la violencia letal, se le viene el mundo encima. Y si alguien quiere salir de esa lógica, se le abren las puertas prometidas.

Esto no obsta para que se sigan persiguien­do delitosdem­anerarutin­aria.Noesenform­aalguna un trato o una negociació­n con delincuent­es

No es una estrategia infalible, pero en muchos casos, ha tenido resultados extraordin­arios. En Boston, el caso pionero, produjo una disminució­n de 63% en homicidios de jóvenes en dos años. En Oakland, produjó una reducción de 52% en el número de lesiones fatales y no fatales con arma de fuego en seis años.

En resumen, esta es una buena iniciativa que puede producir buenos resultados. No la maten con fantasmas y malentendi­dos.

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