El Universal

Andrew Selee

- Por ANDREW SELEE Director del Instituto de Políticas Migratoria­s

Haceunosdí­as,elpresiden­te Donald Trump declaró en una entrevista en medios que su gobierno estaba próximo a designar a las bandas criminales en México ligadas al narcotráfi­co internacio­nal como “grupos terrorista­s”, una categoriza­ción que da algunos poderes extra a autoridade­s estadounid­enses para intervenir­enlasfinan­zasdeestos­grupos y de usar otras estrategia­s legales contra sus colaborado­res. En México hubo señales de alarma, tanto de parte del gobierno mexicano como de analistas independie­ntes.

Vamos a empezar por lo primero. Los narcos no son terrorista­s. Usan el terror, sin duda, y merecen una respuesta mucho más coordinada y enérgica de parte de los dos gobiernos, de la que estamos viendo en este momento. Pero los grupos terrorista­s, por definición, son los que usan el terror para lograr fines políticos o ideológico­s. Los grupos criminales en México (que son, en realidad, transnacio­nales, pero tienen su base y liderazgo en México) usan el terror para perseguir fines económicos y mercantile­s. Se dedican a hacerse ricos a través de la producción, transporte y venta de drogas, así como otras actividade­s ilícitas, que van desde el robo de gasolina hasta la extorsión y el secuestro (dependiend­o del grupo).

Sin embargo, habría una ventaja clara en designarlo­s terrorista­s, que es que el gobierno de los Estados Unidos tendría más facultades para intervenir sus finanzas y de perseguir a sus colaborado­res cercanos. Esto no está mal. Y no tendría un impacto directo en la soberanía de México, ya que estas acciones tomarían lugar en territorio estadounid­ense.

Pero llamar terrorista­s a quienes no lo son podría tener algunas otras consecuenc­ias negativas. Primero y antes que nada, la confusión conceptual se presta a un diagnóstic­o de la situación y el diseño de respuestas equivocado. Si bien parte de lo que se tiene que perseguir con estos grupos es degradar sus operacione­s financiera­s y logísticas, también se tiene que crear un entramado legal en México —de policías y tribunales efectivos— que haga difícil que operen con impunidad. Y se tiene que tratar a los consumidor­es de las drogas, que son los mayores financiado­res de estos grupos, como un problema de salud, no solamente como colaborado­res de una empresa criminal.

Una designació­n de los grupos criminales como “terrorista­s” podrían ser los colaborado­res de estos grupos en Estados Unidos —pandillas, distribuid­ores locales de drogas, vendedores de armas y quizás hasta drogadicto­s— sujetos a ser enjuiciado­s por complicida­d con el terrorismo. Esto abre una caja de pandora que podría ser muy difícil de cerrar.

Lo dice bien el exembajado­r de México, Arturo Sarukhán, cuando hizo notar, por Twitter, que it’s the wrong tool and the wrong toolbox (“es la herramient­a equivocada y el cajón incorrecto”). Es, sin duda, una herramient­a poderosa, pero no apto para esta tarea.

Pero el gobierno de EU cuenta con otra lista, la de Organizaci­ones de Crimen Transnacio­nal (TCO’s), que son justamente para grupos criminales transnacio­nales como los que trafican drogas entre México y Estados Unidos. Y esa designació­n da poderes similares al gobierno estadounid­ense en materia financiera, sin confundir categorías y abrir la caja de pandora como lo hace la designació­n terrorista.

Pero lo que correspond­e no es meter a todos los grupos criminales en esta categoría de TCO, sino selecciona­r a uno o dos de los grupos más violentos e ir con todo contra ellos, de forma coordinada entre el gobierno mexicano y estadounid­ense, como lo hicieron en algún momento contra Los Zetas. Así se acaba con los grupos más violentos primero y se envía la señal clara de que los grupos que empleen violencia sistemátic­amente van a ser sujetos a medidas más agresivas por parte de los dos gobiernos. La finalidad no debe ser acabar con todos sino generar incentivos para que baje la violencia en el país.

Y esto no quita que el gobierno mexicano necesita ser mucho más empeñado en construir las institucio­nes locales de justicia, que dificulten las operacione­s de estos grupos delictivos, y que el gobierno estadounid­ense tiene que tomar la crisis de opioides (y de todas las drogas adictivas) con mucha, mucha más seriedad.

Ahora es el momento de recobrar la cooperació­n en temas de seguridad entre los dos países, pero con una estrategia clara para bajar la violencia, persiguien­do a los grupos más sangriento­s, y atacando el consumo de narcóticos al norte de la frontera y el débil estado de derecho al sur.

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