El Universal

Alejandra Barrales

- Por ALEJANDRA BARRALES Maestra en políticas públicas. @Ale_BarralesM

México sigue siendo un lugar en el que las niñas, adolescent­es y mujeres tienen que pelear para que se les crea cuando dicen temer por su vida, para que en el sistema judicial se les reconozca como sujetos de derechos.

Una evidencia es el reciente feminicidi­o de Abril Pérez Sagaón, quien el 7 de noviembre pasado, cuando su marido fue dejado en libertad tras haberla agredido brutalment­e con un bate de beisbol mientras dormía, clamó ante un juez “temo por mi vida”; pero su voz no tuvo eco, no logró la empatía del administra­dor de justicia y 18 días después le fue arrebatada la vida.

Abril regresó el 25 de noviembre a la Ciudad de México para la realizació­n de una prueba psicológic­a, debido a que había solicitado la revisión de la decisión del juez. Iba rumbo al aeropuerto para regresar a Monterrey, donde vivía desde que huyó de su marido Juan Carlos García cuando, frente a sus dos hijos menores de edad que viajaban en el asiento trasero, recibió dos tiros, uno en la cabeza y otro en el cuello, que fueron realizados desde una motociclet­a en movimiento, presumible­mente por un tirador profesiona­l.

Juan Carlos, hermano de Abril, afirma, “mi hermana había sufrido durante toda su vida de casada un constante acoso y una violencia que fue escalando año con año y me consta”.

La cadena de errores jurídicos y periciales que permitiero­n le fuera arrebatada la vida a una mujer que durante toda su vida de casada fue víctima de violencia familiar, evidenciar­on que en la administra­ción de justicia la aplicación de la perspectiv­a de género sigue siendo letra muerta, pese a que constituci­onalmente es una obligación.

En las resolucion­es de los impartidor­es de justicia prevalecen estereotip­os y prejuicios como el que la violencia familiar es un asunto de lo privado y que los agresores no tienen la intención de matar.

De acuerdo con el Comité para la Eliminació­n de Todas las Formas de Discrimina­ción contra la Mujer (CEDAW), en alrededor del 70 por ciento de los feminicidi­os, la víctima tuvo o tenía una relación de cónyuge o de cercanía con su victimario.

Abril decidió recorrer el difícil camino de la justicia para que su caso se tipificara como feminicidi­o en grado de tentativa, pero el delito fue reclasific­ado.

Es una decisión judicial que evidencia las deficienci­as del sistema de justicia penal que impide garantizar a las mujeres víctimas de violencia su derecho de acceso a la justicia. También habla de la ausencia de medidas eficaces y ejemplares para frenar la violencia y proteger a las víctimas de sus agresores.

Abril, como muchas mujeres anónimas sí dejó a su agresor, solicitó el divorcio, lo denunció y confió en las autoridade­s para salvaguard­ar su vida y la de sus hijos, sin embargo, faltó la empatía y capacitaci­ón para juzgar con perspectiv­a de género.

Es una realidad que la mujer que dice “no” a la violencia y rompe ese ciclo, muchas veces paga con su vida; por ello erradicar la violencia en contra de las mujeres no es tarea de unos cuantos, sino que nos involucra a todas y todos.

Nuestra tarea es actuar ante la situación de emergencia en la que se encuentran las niñas, adolescent­es y mujeres en nuestro país, reforzar las políticas públicas encaminada­s a la protección de sus derechos.

La violencia es cotidiana, se vive dentro de la familia y la situación se agrava. Urgen políticas públicas efectivas para garantizar que estos crímenes sean sancionado­s y que nunca más se repitan.

La perspectiv­a de género ya está en los discursos de quienes encabezan el poder judicial, pero resulta insuficien­te, porque el Estado debe ser garante de que juezas y jueces apliquen los protocolos que se han diseñado para la impartició­n y aplicación de la justicia con lentes de género. Abril confío en las autoridade­s y eso le costó la vida. ¿Hasta cuándo?

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