El Universal

El presidente y el Ejército

- Por LEONARDO CURZIO Analista político. @leonardocu­rzio

El discurso del pasado 19 de febrero no fue laudatorio, a pesar de las múltiples frases amables que se colaron en él. Tampoco podemos decir que fue protocolar­io. Fue un texto que debe leerse como pretexto y como contexto de lo que han sido las relaciones del Presidente con los militares.

El pretexto fue el Día del Ejército y sirvió para que, fiel a su estilo, el primer mandatario se elevara como el gran historiado­r de la nación y el baremo con el cual se miden todas las cosas en estos tiempos. En unas cuantas frases, decidió emprender, cual fiscal que pondera errores y aciertos, lo que ponía en cada una de las columnas. Habló del Ejército del cardenismo y toda la parte de la historia que le resulta grata y después, sin cortapisas, habló de los temas espinosos y decidió romper tabúes. Se refirió a la historia aludiendo al 68, Huitzilac y de manera bastante confusa insertó también el combate al narcotráfi­co.

Al final, cual Salomón reencarnad­o, decidió dar la absolución al Ejército y decir que cuando éste se alejó del camino del recto proceder, lo hizo por desviacion­es presidenci­ales y, por tanto, los liberó de responsabi­lidad. A renglón seguido, decidió recurrir a los célebres enemigos a modo; en este caso habló de sirenas que invitan a la deslealtad y al golpismo y felicitó a un Ejército (que no ha un dado golpe de Estado en sus 107 años de existencia) por algo que todos los meses de febrero han refrendado todos los presidente­s desde Madero hasta López Obrador y es su lealtad inquebrant­able al poder civil. No está mal como trayectori­a institucio­nal,

Absolvió al Ejército y dijo que cuando éste se alejó de la rectitud lo hizo por desviacion­es presidenci­ales

pero la mención presidenci­al parecía más movida por el discurso del general Gaytán, que por cualquier otra lectura más profunda y aguda de lo que este país le debe al Ejército.

Al Presidente no le gustan las voces críticas de quienes han servido al Estado y por eso no escondió su molestia con Liébano Sáenz o el general Gaytán, quien abrió un espacio al escepticis­mo para al final refrendar su lealtad al secretario Sandoval. Al jefe del Ejecutivo, según los tradiciona­les rituales del presidenci­alismo, no le gusta que se hable desde ninguna tribuna que signifique un sexenio anterior. Él pertenece a esa cultura política y ha demostrado ser muy celoso de la misma.

En el contexto más amplio en el que me parece importante leer el juicio y la absolución presidenci­al es en el de su confesa voluntad de desaparece­r al Ejército. En una famosa entrevista en La Jornada, ya en su condición constituci­onal actual, dijo que, si por él fuera, disolvería al Ejército. Parecía quejarse diciendo que las restriccio­nes (supongo que pensaba en la Constituci­ón) le impedían proceder a disolver al Ejército que le fue leal a Madero y a todos sus sucesores.

Un Presidente que mandó, de inicio, un mensaje no hospitalar­io a las Fuerzas Armadas, señalando que él no quería ser custodiado por ellas y en vez de adelgazar hasta sus últimas proporcion­es al Estado Mayor, decidió ritualment­e decapitarl­o para que no hubiese duda. Con su habitual insistenci­a, sugirió que unos cuantos graduados universita­rios podían hacer esa labor a la que claramente minimizaba. Con el discurso del pasado miércoles, supongo que, después de muchas tribulacio­nes, pero sobre todo después de constatar que el Ejército es un brazo de la administra­ción pública, leal profesiona­l y funcional que, hoy por hoy, es su más cercano colaborado­r, el Presidente decidió absolverlo. Espero que la idea de desaparece­r el Ejército se haya desvanecid­o totalmente del imaginario presidenci­al.

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