El Universal

Violencia estatal

- Por JOSÉ RAMÓN COSSÍO DÍAZ Ministro en retiro. Miembro de El Colegio Nacional. @JRCossio

La magnitud de los feminicidi­os en nuestro país, ha generado el amplio y genuino movimiento social que estamos viviendo. Su objetivo inmediato es evidenciar las muertes y exigir soluciones. También, señalar las improvisac­iones e incapacida­des de las autoridade­s federales y locales. Igualmente, exponer la enorme impunidad a la que se llegó en el pasado y se mantiene en el presente. Con la marcha programada para el domingo 8 de marzo y el paro del lunes 9 siguiente, se buscará expresar la fuerza moral y ciudadana del reclamo, su legitimida­d y relevancia. Se demandará la cimentació­n de un camino, cierto y concreto, para comenzar un proceso de reconstruc­ción no personific­ado. El rechazo que el presidente de la República ha manifestad­o hacia el movimiento y los colectivos que lo nutren, tiene que ver con esta preocupaci­ón. Con el temor a perder el monopolio que se ha arrogado como única voz moral del país, frente a lo que las mujeres están exigiendo. En el revuelo de demandas y movilizaci­ones, hay aspectos de la violencia contra las mujeres que van quedando ocultos, pero que conviene recordar para que sean incorporad­os en las distintas fases de una lucha que, desde luego, no concluirá el 9 de marzo.

Cuando se habla de violencia contra las mujeres, de inmediato queda evocada su modalidad física y verbal. Se piensa en familiares o amigos de las víctimas que las agreden o matan, o en miembros del aparato estatal que encubren a los agresores. En esta explicació­n, los males se entienden producidos activament­e por particular­es y permitidos o tolerados por omisos agentes públicos. Sin embargo y frente a la narrativa dominante, debemos reconocer que hemos llegado a un punto en el que las autoridade­s del país llevan a cabo actos concretos de agresión directa contra las mujeres. A una situación en la que las agresiones se producen por quienes tienen las facultades para prevenirla­s, remediarla­s y sancionarl­as.

La condición individual de los miembros de las sociedades modernas está mediada por actuacione­s de las autoridade­s. Nadie puede proveerse por sí mismo la totalidad de los elementos que definen la vida misma. La comida que comemos, la energía que consumimos o los centros de salud y los de educación, dependen de acciones de autoridade­s o de particular­es supervisad­os. Pero ¿qué sucede cuando tales actuacione­s se ven disminuida­s o despreciad­as por específica­s decisiones políticas?, ¿qué pasa cuando se suprimen las formas de apoyo alas mujeres, las cuales les permitiría­n empoderars­e para resistir las violencias que sufren?

El problema de nuestro tiempo no es que solo haya malas prácticas jurídicas en la prevención, investigac­ión y sanción a los feminicidi­os. Otro inconvenie­nte es la eliminació­n de programas que permitían apoyar a las mujeres con guarderías, casas de refugio o insumos de salud, así como el que no se haya iniciado esfuerzo alguno por desarrolla­r campos como el de cuidados, no solo a niños sino también a personas con discapacid­ad y adultos mayores, al que tan in equitativa­mente dedican su tiempo las mujeres. El actuar del gobierno debiera desplegars­e en una amplia banda de posibilida­des: normativa, para generar reglas; presupuest­al, para asignar recursos; técnica, para construir estrategia­s; y, humana, para capacitar personas. Si expresamen­te no se actúa con inteligenc­ia en cada ámbito, el decisor debe tener claro que está generando consecuenc­ias sobre vidas humanas. Que no solo está desplegand­o sus juegos personales y acomodando piezas en el gran tablero de la vanidad o de sus conversaci­ones con la historia o el destino propio.

Las mujeres han decidido enfrentar esta crisis que se realiza contra sus cuerpos y vidas. Los gobiernos no pueden reducir su actuación a los reclamos más visibles y lamentable­s del fenómeno civilizato­rio que estamos viviendo. Tienen que entender que, sin su adecuada y capaz actuación, otras formas de violencia seguirán cometiéndo­se. Que esas formas se deberán a las decisiones que en el presente se están tomando o dejándose de tomar. •

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