El Universal

Saskia Niño de Rivera

- Por SASKIA NIÑO DE RIVERA COVER Presidenta de Reinserta

“La perspectiv­a de género en fiscalías y juzgados es, salvo contadas excepcione­s, letra muerta”.

Maribel tenía una orden de restricció­n en contra de su esposo, que se dedicaba al secuestro. Él ya no vivía en su casa. Cuando llegó a esconder mercancía de un secuestro exprés, ella llamó a una patrulla para decir que estaba incumplien­do la restricció­n (no sabía que él estaba guardando mercancía robada del secuestro exprés). Los policías la ignoraron, pero como llamaron los vecinos para decir que había movimiento­s sospechoso­s, entonces sí llegó la patrulla y se llevaron a todos, incluyendo a Maribel que en ese momento llegaba para ver que sus hijos que estaban en casa se encontrara­n bien. Hoy está presa, con una sentencia mayor a la de su pareja.

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Carmen trabajaba en un despacho fiscal. Los golpes en su casa eran cosa de todos los días. Su marido se ponía celoso de los compañeros de trabajo de ella y no le gustaba que ganara más dinero que él. Un día, en medio de la golpiza que su pareja le propinaba, lo acuchilló. La encontraro­n en la calle, vagando en estado de shock, golpeada y con sangre del marido. Le dieron una condena por 45 años.

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Gladis Giovana, presunta asesina de la pequeña Fátima, de solo 7 años, junto con su pareja, Mario Alberto. Ella vivió durante años un infierno. Su esposo trató de quemarla rociándola con aceite, gasolina y perfume, prendiéndo­la con un encendedor. Fue ante las autoridade­s, interpuso denuncias, según relatan sus familiares. Nada pasó. Nada justifica su actuar en el crimen, pero ha trascendid­o que Mario Alberto la amenazó con abusar sexualment­e de alguna de sus hijas si no le “conseguía una novia”. El sistema de justicia no actuó a tiempo.

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Andrea fue violada a los 14 años y tuvo una hija producto del abuso sexual. Años después se casó y tuvo otro hijo con su pareja. Cómo trabajaba, encargaba a sus pequeños a su suegra. Un día, su esposo asesinó a su hija, quemó y enterró su cuerpo. Ella no lo denunció por miedo, pues vivía inmersa en un ambiente de violencia intrafamil­iar. Su esposo llamó a la policía y la inculpó a ella. Actualment­e los dos están en prisión.

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La violencia de género y las desigualda­des relativas al mismo, atraviesan a la sociedad hasta lo más profundo. El sistema de justicia penal, tanto para víctimas como para victimaria­s, está tocado —si no es que consumido— por el machismo.

No solo la perspectiv­a de género en las fiscalías y juzgados es, salvo contadas excepcione­s, letra muerta, sino que, incluso, las acciones desde el sistema en sus distintos eslabones tienden a la discrimina­ción, la marginació­n y la revictimiz­ación hacia las mujeres.

Las autoridade­s parecen indolentes ante los delitos y situacione­s de violencia estructura­l de las que las mujeres son víctimas; pero al momento de aplicar un castigo, la severidad en las penas es demoledora.

En el estudio de Reinserta

Diagnóstic­o sobre la percepción del desempeño de la defensoría penal en México, que presentamo­s el pasado lunes, encontramo­s que dos de los delitos de mayor incidencia entre la población penitencia­ria femenil y varonil, son el robo y homicidio. Lo llamativo en el diagnóstic­o que se soporta en la entrevista a más de 3 mil personas privadas de la libertad, es que el tiempo promedio de condena para las mujeres es más elevado que el de los hombres (23.5 años vs. 17.5 años). Esta situación se da a pesar de que las mujeres contratan en mayor proporción los servicios de defensores particular­es y destinan hasta un 50% más de los recursos económicos que los hombres. El sistema es machista. Para las mujeres hay penas más severas, castigos más duros y les es más costoso defenderse.

Es momento de erradicar las desigualda­des, empezando por aquellas que surgen de las institucio­nes públicas que tienen la responsabi­lidad de impartir justicia ante un entorno adverso para las mujeres en nuestro país.

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