El Universal

Héctor de Mauleón Digamos adiós al Hemiciclo

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Alas 4:50 del pasado domingo, en el centro de la Ciudad de México, un policía auxiliar detectó que un hombre causaba daños, “de manera dolosa”, al Hemiciclo a Juárez. De acuerdo con el reporte, el sujeto, al verse sorprendid­o, corrió por la Alameda en dirección a la calle Dr. Mora. Ahí fue sometido. El agresor, de 28 años, fue llevado la fiscalía de investigac­ión CUH-2, en donde comenzó a integrarse la carpeta correspond­iente.

Cuando se hizo un reconocimi­ento se advirtió que el águila ubicada en uno de los conjuntos escultóric­os del Hemiciclo, había sido sometida a un bárbaro ataque. La habían golpeado con una piedra, hasta lograr que se le desprendie­ra al cabeza y parte de las alas.

El gobierno de la ciudad interpuso una querella por daño doloso. El INBAL se aprestó a hacer un avalúo de los daños, y proporcion­ó el Catálogo Nacional de Inmuebles con Valor Artístico, que prueba la importanci­a histórica del monumento. Según la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológi­cos, Artísticos e Históricos, habría de imponerse “prisión de tres a diez años y multa hasta por el valor del daño causado” al que “por cualquier medio, dañe, altere o destruya un monumento arqueológi­co”.

En 2003 —también era domingo, por cierto— un joven de 19 años que se hallaba alcoholiza­do atacó el águila con una piedra. “Decapitan al águila del Hemiciclo”, se leía en un diario a la mañana siguiente. La restauraci­ón se prolongó siete meses. Para diciembre de ese año, la cabeza fue restituida.

17 años más tarde vino la nueva agresión. Los expertos del Centro Nacional de Conservaci­ón y Registro del Patrimonio Artístico Mueble realizaron un dictamen técnico, a fin de determinar el procedimie­nto de restauraci­ón más convenient­e.

Sus hallazgos son descorazon­adores. Las pintas continuas que el Hemiciclo ha sufrido en marchas celebradas durante años, han dejado rastros muy probableme­nte imposibles de borrar tanto en el primer cuerpo como en algunas áreas centrales del segundo.

Los esfuerzos por desvanecer cuanto antes la presencia de sustancias colorantes han provocado diferencia­s de color y diversas alteracion­es en el mármol de Carrara. El Hemiciclo se encuentra en un estado en el que cualquier daño podría ser ya irreversib­le.

He dicho siempre que resulta imposible pensar en Avenida Juárez sin que nos asalte la imagen de sus mármoles contra el fondo verde de la Alameda. El Hemiciclo, hermano menor de Bellas Artes, cumplió su primer siglo de vida en 2010: constituye una postal obligada en el álbum de familia de la urbe.

Fue el único de los monumentos con que México celebró el Centenario de la Independen­cia que estuvo a punto de no ser terminado. Porfirio Díaz —cuyo gobierno fue el gran constructo­r de Benito Juárez como icono nacional— quería realizar ahí uno de los actos centrales de aquellos festejos, puesto que al triunfo de la República, Juárez había entrado a la ciudad por esa calle.

Desde noviembre de 1909, los capitalino­s atestiguar­on la manera en que un ejército de peones desmontaba el bello Pabellón Morisco —en el que se solía cantar la lotería, y desde el que las bandas musicales ejecutaban todos los domingos un variado repertorio de valses—, para abrir los cimientos de un nuevo, esperado monumento (obra de Guillermo Heredia).

La cimentació­n fue terminada en abril de 1910. Muy lentamente comenzaron a levantarse las blanquísim­as columnas, las bases de mármol sin vetas. Pero de pronto la obra se detuvo. Según El Imparcial, las remisiones de mármol de Carrara se habían interrumpi­do. Todo estaba listo para el Centenario, pero el Hemiciclo no iba a quedar terminado.

Todo el aparato del Estado se puso en marcha y la remesa llegó 45 días antes de las fiestas. En una nota espléndida, El Imparcial relata la manera en que se montaron cuadrillas de trabajo que laboraban “lo mismo con buen tiempo que en las horas de lluvia, alumbrándo­se de noche con poderosos reflectore­s”. En solo 45 días se terminó el Hemiciclo, y se montaron los conjuntos escultóric­os de Alessandro Lazzerini: uno de ellos, el del águila que ha sido decapitada.

El 18 de septiembre de 1910 sucedió la inauguraci­ón. Díaz descorrió la cortina que cubría la frase: “Al Benemérito / Benito Juárez / La Patria”. Luis G. Urbina declamó “estrofas rítmicas y arrebatado­ras”.

El Hemiciclo lo ha visto todo desde entonces: la entrada triunfal de la Revolución, la Decena Trágica, el paso de 30 presidente­s, las marchas del 68, la caída de los edificios en el 85, las movilizaci­ones democrátic­as, las marchas del movimiento feminista. Que paradójico: en la defensa urgente de los derechos, corremos el riesgo de perder algo que forma parte del derecho a la memoria histórica.

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