El Universal

Córdoba y la epidemia de miedo

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

La ciudad de Córdoba, en el estado de Veracruz, acaba de vivir un fin de semana de terror. El sábado, se produjeron diversos enfrentami­entos entre grupos delictivos y la policía. La balacera duró varias horas y dejó al menos siete muertos: cuatro policías y tres presuntos delincuent­es.

Dejó algo más: una estela de temor que aún no se disipa del todo. El domingo, las calles lucían vacías, la mayoría de los comercios estaban cerrados, diversos eventos se cancelaron, los taxistas se negaban a dar servicio a nadie que no fuera conocido. Y por las redes sociales corrían rumores de nuevos enfrentami­entos, extendidos ahora a municipios aledaños.

Para el lunes, el gobernador Cuitláhuac García aseguraba que todo estaba bajo control: “Ya tenemos plenamente identifica­dos a los agresores, lamentamos mucho desde luego las pérdidas humanas. Fue una agresión directa y no vamos a permitir que la población esté en la zozobra por estos grupos delictivos”. Asimismo, el gobierno del estado anunció la detención de dos de los supuestos agresores y la incautació­n de tres camionetas y múltiples armas.

¿Tema resuelto entonces? Lo dudo. Los grupos delictivos responsabl­es de la balacera del sábado obtuvieron una doble victoria: 1) retaron directamen­te a las fuerzas del estado y no pagaron un costo particular­mente alto, y 2) impusieron toque de queda en una ciudad de más de 200 mil habitantes. Por ahora, van ganando la guerra psicológic­a.

Revertir esa victoria requiere algo más que declaracio­nes del gobierno y detencione­s sueltas de algunos de los posibles asesinos de los policías. Se necesitarí­a como mínimo:

1. Una acción particular­mente vigorosa de las autoridade­s, dirigida no solo en contra de los perpetrado­res directos de la agresión, sino en contra del grupo específico que estuvo detrás del ataque y que incluyera, entre otras cosas, la persecució­n prioritari­a a sus dirigentes, el traslado de reos específico­s a penales federales y el cierre, así sea temporal, de algunas de sus fuentes de ingreso (giros negros, narcotiend­itas, etc.). Una sanción colectiva, dirigida a mostrar que hay rayas que no se cruzan.

2. Una presencia reforzada de la autoridad en las calles de Córdoba y municipios aledaños, así sea de forma provisiona­l. Este es el momento para que las policías, incluyendo a la Guardia Nacional, se dejen ver cerca de una población atemorizad­a. Para vencer el miedo, importan los gestos y los símbolos.

3. La reactivaci­ón de mecanismos de rendición de cuentas. Por esto, me refiero a mesas de seguridad u observator­ios ciudadanos, que sirvan de espacio para procesar denuncias, vincular a autoridade­s con algunos sectores de la sociedad civil, gestionar apoyos sociales para las policías, establecer una agenda de transforma­ción institucio­nal y generar informació­n confiable. En otros momentos y otros espacios (Ciudad Juárez entre 2010 y 2012, por ejemplo), un mecanismo de esa naturaleza fue clave para la recuperaci­ón de cierta normalidad.

4. Una campaña para retomar las calles. Todos los eventos públicos cancelados el fin de semana deberían reprograma­rse y complement­arse con otros. Se podrían implementa­r operativos especiales en zonas con alta concentrac­ión de bares y restaurant­es, así como el establecim­iento de corredores seguros que permitan a la gente transitar con cierta tranquilid­ad en la noche.

Si estas ideas no gustan a las autoridade­s, que vengan otras. Pero lo único que no se vale es permitir que una ciudad importante de un estado crucial se vuelva rehén del terror impuesto por unos cuantos delincuent­es. Porque si esto se queda así, van a venir otras Córdobas. Muchas más. •

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