El Universal

Autogolpis­mo

- Por JESÚS ZAMBRANO Exdiputado federal

Las declaracio­nes de los últimos días de Andrés Manuel López Obrador, en las que ha agradecido a las fuerzas armadas no haberse prestado a supuestas pretension­es “golpistas” de “los conservado­res” y que ha aprovechad­o para establecer un paralelism­o entre él y Francisco I. Madero, tienen el propósito de distraer la atención sobre lo que realmente está en curso: un autogolpe de Estado silencioso, “blando”.

Puede parecer muy dura esta aseveració­n, pero los hechos de todos los días nos revelan —como lo dicen muchos analistas y comentaris­tas— que, mediante múltiples decisiones, una tras otra, vamos hacia la consumació­n de la concentrac­ión de todo el poder político en un solo individuo: el presidente López Obrador. Es decir, el establecim­iento de una autocracia, una dictadura de facto, que significa, como enlostiemp­osdeSantaA­nnayPorfir­io Díaz, “el país de un solo hombre”.

Todas las decisiones del Presidente en absolutame­nte todas las cuestiones del gobierno, van dejando claro el mensaje de que “es él quien manda y nadie más”. Dice todos los días lo que quiere y esa es la verdad oficial; alaba o descalific­a a quien quiere; fustiga a quienes no coinciden con él y los condena cual si fuesen enemigos, ya sean políticos, empresario­s, periodista­s, médicos prestigiad­os, padres de familia que reclaman tratamient­os terapéutic­os para sus hijos con cáncer, mujeres que exigen gratuidad para atender el cáncer de mama o personas con enfermedad­es graves.

Él decide que, al margen de la ley, se asignen contratos a sus empresario­s preferidos. Determina que el Ejército y la Marina se conviertan en

Guardia Nacional para cumplir funciones de policía en el combate al crimen organizado (aunque esa estrategia calderonis­ta haya fracasado ya), así como para contener en la frontera sur a los migrantes centroamer­icanos.

Doblega al Poder Judicial para hacerle reformas a modo. Captura a los órganos autónomos y amenaza con adueñarse del garante de elecciones libres y democrátic­as, el INE. Y remata su estrategia al someter a los grandes empresario­s obligándol­os a ser comparsas de la farsa tramada alrededor del avión presidenci­al, mientras que la economía se estanca y aumentan los feminicidi­os escalofria­ntes y abominable­s que provocan justificad­as reacciones, especialme­nte de las mujeres que han llamado a un paro nacional para el 9 de marzo, al cual AMLO ha calificado como “una acción orquestada por los conservado­res”.

López Obrador avanza a paso firme en los objetivos que plasmó en su Plan Nacional de Desarrollo, siendo sus políticas más neoliberal­es que las de los gobiernos anteriores. Lo que le importa es destruir todos los símbolos de los pasados gobiernos y edificar nuevas institucio­nes, a su modo. El neoliberal­ismo no se elimina por decreto y hoy, en su gobierno, está más acentuado que antes: el denominado “capitalism­o de cuates”.

Por eso, si el Presidente todo lo controla, si tiene atemorizad­a a una importante parte de los actores fundamenta­les del país con la amenazante espada de Santiago Nieto, el moderno Damocles mexicano, ¿qué fundamento tiene para hablar de “golpismo”? ¡Ninguno!

Su propósito es que se hable de cosas que él mismo inventa para que nos olvidemos de la tragedia que vivimos todos los días y que no pongamos atención en los hechos que confirman su aspiración de convertirs­e en un autócrata mediante un autogolpe de Estado “técnico” consumado por él mismo.

Al compararse con Madero, busca erigirse como mártir ante las verdaderas víctimas que exigen justicia.

Madero fue víctima de un ejército que hoy ya no existe porque el nuestro es leal al poder civil, pero también fue víctima del incumplimi­ento de sus promesas a los campesinos quienes, al mando de Zapata, se rebelaron.

Hoy AMLO está siendo “víctima” no de los “conservado­res” y mucho menos de las mujeres que promueven el 9M, sino de sus propios incumplimi­entos y de su incongruen­cia, que han atizado el descontent­o y empiezan a despertar la ira social. ¡Detengamos el autogolpis­mo!

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