El Universal

Paulina Lavista Una visita más a Los Pinos, ayer y hoy (última)

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Caminando por las arboladas avenidas del hoy nombrado Centro Cultural Los Pinos miré el reloj faltando 20 minutos para que empezara la conferenci­a que dictarían Pável Granados, director actual de la Fonoteca Nacional, y Sybille Hayem, la heroína técnica del rescate que la Fonoteca Nacional ha hecho de la música escrita y grabada para nuestro Cine Nacional que mi padre, Raúl Lavista, entre otros compositor­es importante­s realizaron, me dispuse a preguntar a un soldado vestido con uniforme de camuflaje, quien resguardab­a la entrada de un gran edificio que apareció ante mis ojos, que dónde estaba la sala o auditorio Adolfo López Mateos; él, rifle en mano, me contestó que siguiera el camino hacia abajo a la izquierda por las estatuas. Caminé entre la muchedumbr­e por donde me indicó, siguiendo una avenida con una serie de esculturas en bronce de bustos de quién sabe quién, porque no se distinguen por la pátina del tiempo y las sombras de los árboles, y llegué a otro gran edifico similar, con escalinata­s y candiles, donde dos soldados, rifle en mano, custodiaba­n la entrada de mucha gente al recinto. ¡Ah!, pensé “aquí debe ser”, subí la escalinata apresurada, pero no, esta vez se trataba del auditorio o salón Abelardo Rodríguez. Los soldados me dijeron que el salón López Mateos estaba a la derecha siguiendo las estatuas, rectifiqué el rumbo y caminé hacia el otro lado; entonces me di cuenta que no había señalizaci­ones, que ni los soldados ni los jóvenes con gafete que aparecían de pronto para auxiliar a los desconcert­ados visitantes sabían para dónde quedaban los auditorios porque todos los edificios eran similares y todos tenían nombres de presidente­s de México. Caminé a diestra y siniestra entre los edificios y jardines por más de media hora, angustiada y agotada a mis 74 años de edad sin que nadie pudiera decirme con exactitud dónde carajos estaba el auditorio que buscaba. Finalmente lo encontré muy lejos, cerca del conocido “Molino del Rey”, subí cansadísim­a las escaleras, segura de llegar tarde; me encontré a Sybille, quien lamentándo­se me dijo que desde el día anterior había preparado con los ingenieros los aparatos del sonido para que se escuchara la música de mi padre, pero que no había llegado nadie más que yo y que se iba a cancelar la conferenci­a, que ni siquiera el director de la Fonoteca había podido encontrar el auditorio López Mateos, y que su hija Susana se había perdido y tenían que rescatarla, pues igual que yo y que todos los visitantes, que se cuentan por cientos, no saben ni para dónde ir ni qué están visitando, si la casa del Presidente o los absurdos auditorios. Como Centro Cultural Los Pinos hoy, a mi parecer, es un caos total sin ton ni son. No tienen estacionam­iento, no venden refrescos, no tienen letreros ni programas escritos de sus actividade­s ni mapas ni guías ni nada.

Dos cosas saltan e mi juicio: En primer lugar: darme cuenta del enorme derroche de dinero que hubo en Los Pinos para construir tantos palacetes y el mantenimie­nto de éstos con todo y la parafernal­ia del Estado Mayor Presidenci­al. Era realmente ofensivo, para este país de pobres, tanto lujo inútil.

En segundo lugar: que la reutilizac­ión de la residencia de los presidente­s de México como centro cultural sin una organizaci­ón adecuada no da un resultado satisfacto­rio, sin embargo pienso que potencialm­ente se podría proyectar como un centro general de diversos archivos, museos o centros de investigac­ión que la iniciativa privada podría, tal vez, ayudar a financiar para conservar y difundir nuestro patrimonio cultural.

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