El acoso que nadie puede ver
En El hombre invisible se narra qué pasaría si se usa mal la ciencia
En un tiempo donde la historia del cine se recicla, olvidando o ignorando qué se hizo en el pasado para que sólo exista el presente, es raro encontrar algo de originalidad.
Por ello es una sorpresa, grata, el estreno de El hombre invisible (2020), tercer largometraje de Leigh Whannell, quien como guionista experimenta desde hace rato con fórmulas de antaño para actualizarlas.
Como director lo hizo bien en su título previo, el poco visto pero notable Upgrade: máquina asesina (2018).
El hombre invisible de H. G. Wells fue llevada al cine en 1933 por James Whale para sin duda uno de los mejores filmes de misterio de su tiempo.
Paul Verhoeven, en El hombre sin sombra (2000), quiso darle un giro a esta novela basándose superficialmente en la idea principal; la convirtió en un festival del exceso y la demencia.
Whannell tomó una afortunada decisión.
Su propuesta es sencilla: revisando las variaciones que sobre el tema se hicieron en los 1940, en secuelas y reinterpretaciones de la novela, adapta no el argumento sino el concepto de trasfondo, que consiste en criticar los excesos en los que incurriría el mal uso de una ciencia nueva.
En vez de un drama apocalíptico, Whannell opta por uno íntimo.
El resultado es acertado. Convierte la temática en un tratado, una metáfora, sobre qué significa para una mujer sufrir el acoso brutal de su ex.
La historia de Cecilia (Elisabeth Moss, extraordinaria. Confirmando que es de las mejores actrices de su generación), es la de una mujer sometida a variados abusos, que acaban en pesadilla en cuanto abandona a su sicópata pareja Adrian (Oliver Jackson-Cohen, actor poco conocido pero dando las notas exactas para resultar aterrador), quien finge el fin de la relación porque planea algo lo suficientemente diabólico para torturar a Cecilia hasta volverla loca.
Whannell deja en carne viva la crueldad de la propuesta; la vuelve vivo retrato del miedo con que vive Cecilia.
Por ello la dirección sin tremendismos es precisa.
Se concentra en que la actuación sea eficaz —en vez de los efectos especiales— y rinde homenaje a la advertencia de Wells sobre usar un hallazgo científico con fines egoístamente criminales.
No es una cinta de misterio sino una contundente y tensa obra sobre las implicaciones morales, éticas y emocionales del mal contemporáneo que es la violencia contra la mujer.
El realizador Leigh Whannell hace un gran filme acerca del abuso conyugal.
Rebasa cualquier límite del género del terror gracias a la solvencia de su actriz, quien transmite cada matiz de cómo se vive bajo amenaza constante.
Esta producción es fuera de serie por su escalofriante y vigente trasfondo.