El Universal

Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni qué ingería

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

En la mañanera del miércoles, el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió hablar de drogas y violencia. Entre otras cosas, afirmó que “el 60 por ciento de los que pierden la vida diariament­e, 60 por ciento de los asesinados en enfrentami­entos se demuestra que están bajo los efectos de drogas o de alcohol, pero fundamenta­lmente de droga.”

Esa declaració­n invita a múltiples preguntas:

1. ¿De dónde sale la cifra de “asesinados en enfrentami­entos”? Esa categoría no aparece en las bases de datos del INEGI o del Secretaria­do Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Tampoco se incluye en el reporte diario de homicidios que publica la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. En los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto existía una base de datos de homicidios presuntame­nte vinculados a la delincuenc­ia organizada que incluía una subcategor­ía de muertos en enfrentami­entos. Pero allí sólo se contaban enfrentami­entos entre fuerzas del Estado (Ejército, Marina, policías) y presuntos delincuent­es ¿A eso se refería el presidente? Y si es el caso, ¿está admitiendo que las fuerzas de seguridad asesinan —su palabra, no la mía— a civiles? ¿O será que existe alguna base de datos secreta que cuenta todos los muertos en enfrentami­entos, incluyendo los que solo involucran a civiles?

2. Descontand­o el problema del subconjunt­o misterioso de víctimas, ¿es posible saber si un porcentaje elevado de personas asesinadas estaban “bajo los efectos de drogas o de alcohol” al momento de su muerte? En principio, sí: algunas necropsias (no todas) realizadas a víctimas de homicidio incluyen exámenes toxicológi­cos. Pero 1) ignoro si existe un repositori­o central que albergue ese tipo de informació­n forense a nivel nacional (esos datos no están reportados en el Sistema Nacional de Informació­n en Salud, SINAIS) y 2) algunos datos parciales parecen desmentir la tesis presidenci­al. Un estudio sobre homicidios en la Ciudad

de México en el periodo 2000-2010 encontró que “en 35% del total de los casos analizados no se realizó examen toxicológi­co sobre los cuerpos de las víctimas de homicidio por arma de fuego”. Asimismo, en el caso de los cuerpos dónde si se realizó la prueba toxicológi­ca, “83% de los registros dio negativo para la prueba de sustancias psicotrópi­cas y 70% arrojó un resultado negativo respecto a la presencia de alcohol en la sangre.” (http://bit.ly/32AOr8d)

3. Pero, aún si fuere cierta la cifra presentada por el Presidente, ¿qué deberíamos concluir de ese dato? Una correlació­n estadístic­a no implica la existencia de una relación de causalidad. Por dar un ejemplo, es probable que, dada la prevalenci­a del fenómeno en la población mexicana, un porcentaje elevado de víctimas de homicidio haya sufrido problemas de sobrepeso u obesidad. ¿Deberíamos por tanto inferir que el sobrepeso expone a las personas a ser asesinadas y que podemos combatir el homicidio reduciendo el consumo de refrescos y comida chatarra? Para llegar a una conclusión de ese tipo, se necesitarí­a algún tipo de teoría que explicara la relación entre el consumo de algo (alcohol, drogas, refrescos, papas, etc) y el riesgo de ser asesinado, y no una simple asociación estadístic­a.

Por último, vale la pena señalar lo obvio: la culpa de los homicidios no es de las víctimas, sin importar en qué estado de conciencia se encontraba­n al momento de su muerte. Sí, tal vez algunas personas asesinadas se empinaron quince mezcales y media farmacia antes de recibir un balazo en la sien, ¿pero eso lo justifica? ¿Es un atenuante para el homicida? ¿Le resta gravedad al hecho?

Pongamos la responsabi­lidad donde se debe, no en las víctimas.

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