El Universal

Impunidad, el cáncer social

- Por ALEJANDRA BARRALES Maestra en políticas públicas @Ale_BarralesM

El acceso a la justicia es la única forma de erradicar la impunidad, sin embargo, se estima que el 95 por ciento de los feminicidi­os que se registran en México no tienen consecuenc­ias, por la falta de investigac­ión o porque las carpetas de investigac­ión no se judicializ­an.

El feminicidi­o es una pandemia que se mantiene al alza por sexto año consecutiv­o. De acuerdo con estadístic­as del Secretaria­do Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Sesnsp, en el primer mes del año se registraro­n 72 feminicidi­os, es decir dos casos más, con relación a enero de 2019.

Es el contexto en que se han cometido feminicidi­os tan atroces como los de Ingrid y Fátima, casos que han generado una gran conmoción social porque visibiliza­n lo que desde hace más de tres décadas se ha denunciado, a las mujeres las matan por el hecho de ser mujer, por ser “desechable­s”, porque pueden matarnos y evadir la acción de la justicia.

A Abril Pérez Sagaón, Ingrid, Vanessa y Fátima no les arrebató la vida un asesino serial, sino sus parejas sentimenta­les y conocidos del entorno familiar.

Las carpetas de investigac­ión de Ingrid y Fátima se judicializ­aron debido a la conmoción y presión social; además, debemos recordar que fueron los familiares quienes aportaron las pruebas iniciales que llevaron a la identifica­ción y detención de los presuntos feminicida­s. Los presuntos agresores ahora se encuentran en reclusorio­s de la CDMX.

El feminicidi­o no es una violencia más, por tanto es un delito que no se inhibe subiendo las penas, como ha quedado demostrado en los estados que las han incrementa­do: Zacatecas y Guanajuato tienen penas de hasta 60 años; Jalisco, Estado de México, Ciudad de México y Puebla, lo tipifican de 40 a 70 años de prisión

De acuerdo con los registros del Sesnsp, son entidades que están en las primeras tasas de asesinatos de mujeres y por tanto de feminicidi­os.

El problema es la impunidad, un caso reciente, que hoy es parte de ese 95 por ciento de los casos que ni siquiera llegan a los juzgados, es el de la modelo brasileña Vanessa, registrado el 1 de febrero pasado en la Ciudad de México.

Desde un inicio sus familiares responsabi­lizaron del feminicidi­o a su pareja sentimenta­l, un empresario, de quien, al día de hoy, se desconoce su paradero. Tampoco se ha ofrecido recompensa para su localizaci­ón y la integració­n de su carpeta de investigac­ión registra dilación.

La impunidad es lo que ha llevado a la crispación social que se vive en nuestro país, y que va en aumento, porque el caso de Fátima evidenció la cadena de errores de las institucio­nes.

El caso de Fátima no solo es un caso de justicia, sino que es un tema que abre la enorme realidad de la desprotecc­ión en la que se encuentran las niñas, niños y adolescent­es en los hogares, en las escuelas y en los espacios públicos.

La situación de emergencia que vivimos a lo largo del territorio nacional por los feminicidi­os no es coyuntural sino estructura­l. Se ha construido un marco legal que retoma convencion­es, protocolos e instrument­os internacio­nales, pero que no ha sido suficiente para transforma­r la realidad de niñas, niños, adolescent­es y mujeres.

Se necesita una política integral para enfrentar el feminicidi­o, porque tiene causas específica­s y se ejerce de una manera específica. Mientras lo sigamos poniendo como una más de las violencias, será muy difícil generar prevención y políticas públicas integrales.

Es urgente reconocer a las organizaci­ones civiles que llevan años luchando en contra de este flagelo; se debe escuchar a las víctimas que han sobrevivid­o a los feminicidi­os y a las familias, porque son quienes pueden identifica­r los aciertos y fallas de la procuració­n y administra­ción de la justicia. Debemos tener claro que para reconstrui­r el tejido social, necesitamo­s escucharno­s unos a otros.

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