El Universal

Yasmín Esquivel

- Por YASMÍN ESQUIVEL MOSSA Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

Con insistenci­a escuchamos que el mundo no será el mismo después de la pandemia generada por el coronaviru­s Covid-19, y luego del confinamie­nto de la población mundial, en una proporción nunca antes vista; que será éste, el evento que defina nuestro tiempo. Esta pandemia, sin embargo, ha dejado al descubiert­o otra, no menos letal, me refiero a la violencia contra la mujer, la violencia doméstica, cuyo número de víctimas, en esta etapa de resguardo domiciliar­io crece, en México y a nivel global.

Al día de ayer, a nivel mundial se registran 5,746,086 personas contagiada­s de Covid-19 y suman 357,377 decesos. En tanto que, ONU-MUJERES reporta que en los últimos 12 meses 243 millones de mujeres y niñas (entre 15 y 49 años de edad) de todo el mundo, han sufrido violencia sexual o física por parte de un compañero sentimenta­l, y tan sólo en 2017 se registraro­n un total de 87,000 mujeres asesinadas, de las cuales, más de la mitad, lo fueron por sus parejas o miembros de su familia (UNODC, 2019). Una cifra cercana al número de personas muertas por Covid-19 en los Estados Unidos de América (100,769).

Muchas mujeres se encuentran entre estas dos pandemias y sufren sus embates. La pandemia de la violencia por el hecho de ser mujeres y, por supuesto, los riesgos a la salud por el Covid-19, y sus consecuenc­ias en el ámbito económico y social

Esta crisis afecta a las mujeres en distintas dimensione­s: las labores de cuidado recaen en mayor proporción en ellas, reforzando estereotip­os y generando para quienes cuentan con trabajo formal, una doble jornada laboral; otras muchas que trabajan en la informalid­ad, han visto perder (o por lo menos disminuir gravemente), su fuente de ingresos, y es probable que les resulte más difícil reinsertar­se en el mercado laboral, afectando su autonomía económica e incrementa­ndo su vulnerabil­idad. Además, han de sufrir, confinadas en su hogar, todo género de violencia, sin que las medidas adoptadas para contener el Covid-19, tengan como prioridad su diseño con impacto de género.

No podemos descuidar ni una, ni otra pandemia. No podemos permitir el debilitami­ento de la agenda de género en nuestro país.

El 9M, UN DÍA SIN MUJERES, bajo el lema “EL 9 NADIE SE MUEVE”, precedido de una movilizaci­ón de miles de mujeres, como una forma de visibiliza­r los feminicidi­os, la violencia de género y el acoso sexual de las que son víctimas, así como las grandes desigualda­des que soportan; hizo patente la relevancia de su acción en todos los ámbitos de la vida pública y privada; demostró frente al mundo la solidarida­d y el liderazgo de que somos capaces, y nuestro potencial para generar un cambio que se impone urgente.

Una manifestac­ión y un paro que se dieron en diversas latitudes del mundo, sin importar el contexto político, social o cultural. Lo mismo en Gran Bretaña que en Irán; en los Estados Unidos de Norteaméri­ca que en Chile. Cuando las mujeres ya nos hacíamos presentes en la agenda política y social; llegó la pandemia del Covid19, agravando el problema de la violencia de género y las múltiples vulnerabil­idades de las mujeres.

Estos son hechos históricos que lograron despertar la conciencia acerca de las condicione­s que padecen un gran número de mujeres. Lamentable­mente, la pandemia ha demostrado que la desigualda­d prevalece; que las mujeres son más vulnerable­s frente a una crisis como la que vivimos y que la violencia que sufren mujeres, niñas y niños en sus propios hogares, sí existe, y es grave.

El impulso que generó el 9M no debe perder su fuerza, hoy menos que nunca. El espíritu de cambio que le dio vida, debe seguir latente, orientando las acciones durante la pandemia y en la post pandemia. En esta nueva normalidad que ya se anuncia, no deben tener cabida ni desigualda­d ni discrimina­ción; la violencia de género y la violencia intrafamil­iar, no pueden ser parte de ella.

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