El Universal

¿Confusión o intención?

- Por ANA LILIA HERRERA Diputada federal mexiquense.

Legislar a la carrera, dejando vacíos legales para luego llenarlos en función de una agenda política, se ha convertido en el sello del lopezobrad­orismo para imponer —vía acuerdos o decretos— intencione­s o voluntades que nada tienen que ver con garantizar derechos fundamenta­les como libertad y educación.

En días pasados, Puebla saltó a la escena nacional por la “armonizaci­ón” de la Ley General de Educación (LGE) que aprobó su congreso local, la cual de inmediato generó rechazo entre diversos sectores de la sociedad mexicana, que percibiero­n intencione­s tanto de apropiarse de los planteles educativos privados, como de adoctrinar alumnos en lugar de educarlos.

El “aguanto vara” del gobernador Miguel Barbosa y la “falsa polémica” que aduce el secretario de Educación Esteban Moctezuma, se contrapone­n con el análisis del presidente de la Coparmex, Gustavo de Hoyos, quien aseguró que “la Ley Barbosa de educación de Puebla es frente a la enseñanza, lo que la Ley Bonilla en Baja California fue contra la democracia”.

¿Qué pasa realmente y por qué generó tal controvers­ia? En principio hay que decir que es un copy & paste de la Ley General de Educación aprobada en el Congreso por la mayoría que conforman Morena y sus aliados: PT, PES y PVEM, la cual votamos en contra 128 legislador­es federales, por ir contra la Constituci­ón y porque lejos de brindar certidumbr­e a nuestro sistema educativo y a quienes lo conforman, deja enormes vacíos legales.

De hecho, el texto de la LGE reconoce sus lagunas al establecer la necesidad de que la SEP emita 41 lineamient­os sobre la operación del Sistema Educativo Nacional tan relevantes como la evaluación diagnóstic­a, de los cuales solo había emitido siete al 24 de mayo pasado.

Omisiones que se reproducen en la ley poblana, con la agravante de que la fallida armonizaci­ón sustituyó las palabras nacional por estatal y federación por estado, pretendien­do asumir facultades que correspond­en al gobierno federal y omitiendo desarrolla­r los cómos para cumplir su responsabi­lidad.

Por su parte, la “Ley Barbosa” vaticina la aprobación de una Ley de Educación Superior que ni siquiera ha sido presentada en el Congreso de la Unión y reproduce la visión política de su homóloga nacional al establecer las consultas a mano alzada sin base en el orden constituci­onal, federal o local, o al refrendar su intención de una doble vigilancia a las escuelas particular­es en el cumplimien­to del Reconocimi­ento de Validez Oficial de Estudios (qué bueno), pero sin regla alguna para brindar un mínimo de calidad educativa en las universida­des Benito Juárez.

Se trata, en suma, de una ley contraria a la Constituci­ón, a la división de poderes y a la distribuci­ón de competenci­as que ignora que, así como reproducir un fragmento de la Carta Magna en un acuerdo presidenci­al no lo hace constituci­onal, copiar una ley general no la dota de legalidad y sí da pie a la confusión, la opacidad, el burocratis­mo y las tentacione­s autoritari­as.

Tratándose de un derecho “llave” como es la educación y en medio de un escenario inédito provocado por el Covid-19, es urgente replantear las prioridade­s de nuestro sistema educativo con empatía, conocimien­to y sensatez, pensando en brindar herramient­as a los estudiante­s para continuar sus estudios primero y luego para subsistir en un mundo distinto al que teníamos hace solo unos meses.

Los vacíos legales deben llenarse a partir de análisis públicos y especializ­ados, por consenso y no a través de imposicion­es por decreto que últimament­e parecen encaminada­s a pavimentar el camino de un régimen autoritari­o donde se formen clientelas electorale­s a cambio de coartar libertades y derechos ganados a pulso por nuestra sociedad.

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