El Universal

Bienestar y crecimient­o, o cómo no inventar el agua tibia

- Por CARLOS M. URZÚA Profesor del Tecnológic­o de Monterrey

Debido a la caída de la economía mexicana en este año aciago, el presidente López Obrador decidió no darle ya importanci­a a las cifras que provengan del sistema de cuentas nacionales. Dado que López Obrador piensa que, a pesar de la crisis, la población mexicana es muy feliz, ha instruido a su gobierno a que de aquí en adelante se ponga un especial énfasis en la medición del bienestar en el sentido más amplio del término.

Por fortuna, como se detallará en esta columna, para el cálculo de esos índices amplios del bienestar no se tendrá que gastar más dinero de los contribuye­ntes levantando encuestas metodológi­camente deficiente­s u organizand­o votaciones. Dos prestigiad­os organismos, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (Inegi) pueden ayudar en esa tarea.

El crecimient­o económico de un país no siempre se refleja en un mayor nivel de desarrollo humano. El crecimient­o es una condición necesaria, pero no suficiente. Esto ha sido reconocido en la literatura económica desde hace muchas décadas. Para dar tan solo un ejemplo, el sueco Gunnar Myrdal ganó el premio Nobel en 1974 justo por su trabajo sobre la interdepen­dencia entre los fenómenos económicos, institucio­nales y sociales, especialme­nte en Asia.

Consciente de lo anterior, desde 1990 el PNUD ha estimado para muchos países el llamado Índice de Desarrollo Humano. Dada la muy heterogéne­a calidad de los datos que se tenían en cada nación, para estimar este índice utilizó en su origen solo tres indicadore­s básicos. Primero, la longevidad potencial de los habitantes en cada país, medida por la esperanza de vida al nacer. Segundo, el nivel educativo, medido a través de la proporción de los habitantes alfabetiza­dos y de los años de escolarida­d promedio. Y finalmente, el ingreso real per cápita, medido por el producto interno bruto (PIB) per cápita, tras expresarlo en términos de su poder adquisitiv­o de compra en cada país.

El índice del PNUD ha ido perfeccion­ándose a lo largo de los años.Ya inclusive el organismo calcula uno complement­ario para cada país, el cual se ajusta para tomar en cuenta no solo la desigualda­d del ingreso sino también las desigualda­des en educación, longevidad y género. Además, la oficina del PNUD en México no solo calcula el índice nacional, sino que también lo hace para cada una de las entidades federativa­s e, inclusive, para los municipios o las ciudades más importante­s de nuestro país. Así pues, para los propósitos del Presidente, el trabajo del PNUD le cae literalmen­te como anillo al dedo.

Pero las buenas noticias no acaban ahí. Resulta que el Inegi, nuestra siempre confiable fuente oficial de estadístic­as —un organismo reconocido internacio­nalmente, por cierto, aunque pocas veces sea justipreci­ado por nosotros—, recaba desde octubre de 2015 lo que llama el “indicador de bienestar subjetivo de la población adulta en México”. Este índice, denominado por el Inegi desde entonces el BIARE ampliado, recoge informació­n sobre el nivel de satisfacci­ón con la vida que afirman tener los mexicanos.

El BIARE se basa en la medición de bienes intangible­s, y por tanto olvidados en muchas estadístic­as, sobre aspectos tales como, para citar la descripció­n del propio InegiI, “la autonomía personal, el sentimient­o de logro, de seguridad, los afectos, la familia, los amigos (bienes relacional­es) o el sentimient­o de propósito en la vida”.

El BIARE del Inegi se libera públicamen­te cada semestre. Su cálculo se publica a nivel nacional, pero también a nivel de las treinta y dos entidades federativa­s. Ciertament­e el indicador BIARE cae también como anillo al dedo para evaluar el impacto de esta crisis sobre el bienestar de los mexicanos. Por cierto, los valores del indicador para la primera mitad de este año se conocerán el 27 de agosto. Habrá que estar al pendiente.

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