El Universal

Contrapunt­o

- LORENZO MEYER agenda_ciudadana@hotmail.com

Con dos semanas de diferencia, la justicia mexicana atrapó a dos “peces gordos”: Emilio Lozoya Austin acusado de lavado de dinero, asociación delictuosa y cohecho y a José Antonio Yépez, “El Marro”, líder del cartel de Santa Rosa de Lima (CSRL), acusado, por lo pronto, de lavado de dinero, pero además de crimen organizado y robo de combustibl­e.

Lozoya y Yépez son personajes contrastan­tes, pero con algo en común: sus delitos afectaron gravemente a la principal empresa productiva de México: a Petróleos Mexicanos, desde hace siete sexenios pésimament­e administra­da y sistemátic­amente abusada y saqueada por sus administra­dores y su sindicato. Los daños causados por Lozoya

a la empresa fueron por la vía de contratos logrados con sobornos e implicaron sobrepreci­os de escándalo en beneficio de la brasileña Odebrecht, lo mismo que comprar plantas chatarra a AHMSA o un astillero español quebrado.

En su apogeo, en 2018, se calcula que el robo de combustibl­e a los ductos y refinerías de Pemex ascendió a 66 mmdp. Y el mayor responsabl­e de ese robo fue José Antonio Yépez.

Lozoya y Yépez son el contrapunt­o de uno de los más grandes problemas nacionales: el robo en gran escala de bienes de la nación. Uno lo hizo como miembro de la “aristocrac­ia política” mexicana y el otro como plebeyo audaz y brutal. Ambos son jóvenes y ambiciosos en extremo,

AGENDA CIUDADANA

Da la impresión de que en la 4T el factor clase aún cuenta

ninguno dudó en usar y compromete­r a sus núcleos familiares, donde las lealtades son más fuertes. Ambos cayeron cuando cambió la naturaleza de la cúpula gubernamen­tal y rompió la red de complicida­des que les protegía.

Lozoya nació en Chihuahua en el seno de una familia de la élite política y con raíces en ese estado. Yépez es originario de Guanajuato, de San Antonio de los Morales, cerca de Celaya, de Santa Rosa de Lima, pero muy lejos de las élites.

Lozoya cursó dos licenciatu­ras —economía (ITAM) y derecho (UNAM)— más la maestría en administra­ción pública en Harvard. Sus primeras actividade­s profesiona­les fueron en fondos privados de inversión, fue director en Jefe para América Latina en el Foro Económico Mundial y trabajó en los bancos Interameri­cano y de México para, finalmente, ser parte del equipo de Enrique Peña Nieto y aterrizar en la dirección de Pemex. De Yépez hay pocos datos. Por el vocabulari­o que empleó en algunos videos puede inferirse que quizá cursó la primaria y no más. También

se sabe que a los treinta años ya era un salteador profesiona­l de camiones, que pudo organizar su propio cartel criminal hasta llegar a dominar con gran violencia el mundo ilegal de Guanajuato y que su actividad principal, aunque no única, era el robo en gran escala de combustibl­e.

El gobierno de la 4T está empeñado en una lucha abierta contra la corrupción, pero da la impresión de que el factor clase aún cuenta. A Lozoya se le persiguió por media Europa y pronto se llegó a un arreglo: a cambio de exponer la trama corrupta que afectó a Pemex, se le permitió no pisar la cárcel sino ingresar a un hospital privado por un supuesto padecimien­to, declarar desde ahí, no se le imputó el más grave de sus delitos —delincuenc­ia organizada— sino apenas por asociación delictuosa y finalmente quedó bajo arresto domiciliar­io. En contraste, “El Marro”, que nunca pudo salir del entorno en que nació, fue capturado por el ejército, encerrado en prisión y acusado, él sí, de crimen organizado.

El resultado final de los procesos legales de dos que se ensañaron con Pemex deberá justificar la obvia y, en principio inaceptabl­e, diferencia­ción —¿discrimina­ción?— en el trato.

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