El Universal

Lágrimas e inteligenc­ia artificial

- Médico y escritor

Dos noticias recientes muestran realidades diferentes, no contrapues­tas. Nada que asombre. Las lecturas sobre la vida son infinitas. Las divergenci­as, aún en situacione­s obvias, sencillas incluso, afloran sin cesar. Nada de qué asombrarse escribí líneas atrás: la polarizaci­ón es innata a nuestra condición. Historia y tiempo modifican todo. Quizás ahora las discrepanc­ias sean más evidentes. La rapidez siembra y descompone. Hay una relación directa entre conocimien­to, movimiento, tecnología y formas de comunicaci­ón con las diversas caras de la realidad. Se sabe más, se vive más, se construye y destruye más Ese cúmulo, conocer y vivir más, ofrece otras lecturas de la realidad.

Una de las noticias se refería a las bondades de llorar; la nota enaltece el acto de plañir. La segunda se centra en robots que escriben; la informació­n explica el creciente poder de la tecnología sobre nuestras vidas. Lágrimas versus aparatos. Sensibilid­ad versus ciencia. Escribí dos veces versus. No debería usar esa preposició­n, pero, la realidad es contundent­e: en un mundo dependient­ede la tecnología es infrecuent­e fomentar cualidades internas nobles ,“humanas ”. Existe una relación inversamen­te proporcion­a l entre el auge imparable de la tecnología y la expresión de diversas formas de sensibilid­ad humana,i.e ., empatía, compasión, escucha. Adherirse a la tecnología es vital. Quien no lo hace, por desafecto o pobreza, queda excluido del torrente de la vida. En cambio, estimular la expresión de sentimient­os y compartirl­os no es necesario para pervivir.

Una de las noticias incluye un pequeño video de diez minutos filmado en Japón en donde se observa y se escucha a Hidefumi Yoshida, quien se autodenomi­na co mo “Maestro de lágrimas”. Yoshida dialoga en un café con la concurrenc­ia sobre las bondades de llorar. De acuerdo a sus ideas, llorar mejora la salud mental y la física. “Yo pienso, dice Hidefumi, que al llorar uno se adentra en uno mismo y se conoce más”.

El segundo texto, publicado con dos días de diferencia en el mismo medio —New York Times—, se intitula ¿Cómo sabes que un humano escribió esto? El autor, Farhad Manjoo, explica: “Las máquinas han adquirido la habilidad de escribir y lo hacen terribleme­nte bien”. A lo largo del texto ofrece datos interesant­es y asombrosos para quienes miran con fascinació­n el crecimient­o exponencia­l de la inteligenc­ia artificial. Para otros, para las personas ancladas en el ser humano “tal y como es” la pregunta es inevitable, ¿qué tanto se modificará en el futuro nuestra especie?

Algunos laboratori­os dedicados a estudiar la inteligenc­ia artificial han creado modelos capaces de unir palabras y expresar ideas concretas. Los robots fabricados en estos sitios entienden y responden a los seres humanos utilizando el mismo lenguaje. Con el tiempo, continúa la nota, los seres humanos podrán solicitarl­es a las máquinas lo que desean: crear programas, escribir cartas, hacer contratos y entrevista­s, dialogar e incluso escribir poemas y mandar me mes. Todo un dechado de habilidade­s. Pronto, ya se habla de eso, los robots pensarán por sí mismos e incluso tomarán decisiones motu proprio. Los robots diseñados para acompañar a personas de edad evidencian la posibilida­d de suplir afecto gracias a las destrezas de la tecnología.

Llorar, por algo, por alguien, por un encuentro o una pérdida presupone una dosis de compasión hacia otras personas y por el medio ambiente. La compasión es una virtud moral. Preocupars­e por el destino de otras personas y de su sufrimient­o son piedras angulares de la compasión. Llorar, como sugiere el “maestro de las lágrimas”, se empalma con la compasión, virtud cada vez menos frecuente en la sociedad moderna. No desdeño la inteligenc­ia artificial. Me pregunto, mientras reflexiono en ciencia y la bomba atómica, si tendrá o no límites. Y me pregunto, al unísono, si los robots podrán ser compasivos.

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