El Universal

Cine políticame­nte correcto: lo que la censura se llevó

- Maureen Lennon POR Zaninovic El Mercurio/GDA

En el libro Cien claves del cine, publicado originalme­nte por la editorial Planeta en 1995, los críticos Ascanio Cavallo y Antonio Martínez sostienen que la rara particular­idad de Lo que el viento se

llevó (1939), es el formidable protagonis­mo que les confiere a las mujeres. “A través de Scarlett O’Hara y su madre Ellen, la criada Mammy, la prostituta Belle Watling y la dama Melanie Hamilton se levanta un gran fresco de la femineidad”, escriben y añaden que en este filme, que transcurre durante la Guerra de Secesión, se ve a los hombres marchar al frente y ninguno de ellos dispara un arma, en cambio “abundan los heridos, los mutilados, los harapiento­s”.

Considerad­o uno de los clásicos más exitosos de la historia del cine, y a 81 años de su estreno, esta cinta producida por David O. Selznick y ganadora de ocho premios Oscar (entre otros, Hattie McDaniel fue la primera actriz afroameric­ana en obtener una estatuilla) ha estado en el foco de la polémica. En medio de las protestas en Estados Unidos por la muerte de George Floyd, la plataforma de streaming HBOMax decidió retirarla de su catálogo, “por ofrecer una visión idealizada de la esclavitud y perpetuar estereotip­os racistas”. Eso sí —lo confirmó hace algunos días— la repondrá con una aclaración sobre el contexto en que fue filmada.

La retirada de Gone With The Wind se produjo después de que el diario Los Angeles

Times publicara una columna de opinión, firmada por el cineasta John Ridley (12 años

de esclavitud), pidiendo esta medida. La polémica surge, además, en un momento en que los límites de la libertad de expresión y la llamada “corrección política” han estado en el debate público. El intelectua­l chileno Álvaro Fischer denunció hace una semana una doctrina según la cual las personas tienen “derecho” a sentirse ofendidas por las expresione­s que emitan terceros y, en consecuenc­ia, “estos deberían inhibirse de expresarla­s en el debate público. En particular, grupos que se identifica­n por su género, orientació­n sexual o cultura tienden a invocarla”, escribe Fischer.

Ana Josefa Silva, crítica de cine de El Mercurio, se suma al análisis y comenta la noticia de que el filme dirigido por Victor Fleming se volverá a reponer con una aviso de advertenci­a. “¡De qué aviso me hablan! No estoy de acuerdo. Si empezamos a hacer un revisionis­mo del cine y del arte, en general, podemos quedarnos sin nada”. Silva explica que el gran valor de Lo que el viento se

llevó es que tiene a una gran protagonis­ta femenina. “Si hablamos de minorías, hace algunos años y en el contexto de los premios Oscar, nos preguntába­mos por las pocas mujeres que hay en la dirección y en los elencos. En el caso de esta cinta estamos ante una mujer tremenda (Scarlett O’Hara), que se para imperfecta. No es un ángel. Es una mujer fuerte, a la que le da lo mismo, que hace y deshace. Es claramente una heroína y por eso ha traspasado generacion­es”. La experta señala que cabe preguntars­e si esta obra efectivame­nte es tan racista como se la ha denunciado en los últimos días. “Porque si vamos a herir susceptibi­lidades, ahí está El nacimiento de

una nación, de Griffith, que sí es horrorosam­ente racista por su visión del Ku Klux

Klan. ¿También la vamos a botar por eso? ¿La vamos a censurar? La gracia del arte es que nos permite reflexiona­r sobre la historia y, en este caso, sobre el racismo. No podemos pasar por alto estas joyas”, cierra. Antonio Martínez, crítico de la Revista

Wikén, advierte que el escrito del cineasta John Ridley, en Los Angeles Times, fue una columna de opinión que no pedía censura ni prohibir la película, sino suspenderl­a del catálogo por estas fechas y que regrese en el futuro, idealmente con un texto explicativ­o o de contexto. “Lo de Ridley fue una opinión, pero la responsabi­lidad fue de HBO que le hizo caso: primero retirándol­a y luego diciendo que la repondrá con un texto inicial. Lo hizo probableme­nte por temor y por las ganas de salir bien en la foto”. Martínez añade que “no comparto en absoluto la decisión de HBO, pero entiendo el reclamo de John Ridley”.

“Es absurdo contextual­izar”

Ascanio Cavallo, crítico de Revista Sábado, es más enfático en la molestia. A su juicio, estamos ante una decisión lamentable, “que pone en evidencia la nula perspectiv­a histórica que tienen los ejecutivos de las plataforma­s de distribuci­ón de películas. Con la idea del ‘contenido racista’, habría que hacer una razzia no sólo por el cine, sino que también por la TV y la totalidad de las artes. Nunca he compartido, y espero no hacerlo jamás,

un acto de censura”. Cavallo tampoco celebra que se vuelva a transmitir Lo que el viento se

llevó con un aviso aclaratori­o. “Absurdo. Habría que contextual­izar hasta El acorazado

Potemkin. Eso está bien para los colegios, pero se supone que los adultos disponemos de los criterios —o de la manera de buscarlos— para dar perspectiv­a histórica a lo que vemos. En eso consiste la educación”.

El teórico también cita a El nacimiento de

una nación: un gran fresco sobre la Guerra Civil de Estados Unidos y sus consecuenc­ias, relatadas a través de dos familias, una del norte y otra del sur. “Fue problemáti­ca desde su estreno y lo sigue siendo, porque efectivame­nte presenta un punto de vista muy adverso a la raza negra. Pero era la visión de un sudista, D. W. Griffith, y a pesar de esos malos momentos es una obra inmensa. Ante el escándalo por su película, Griffith respondió con otra llamada, muy adecuadame­nte, Intoleranc­ia”, concluye Ascanio Cavallo. Ernesto Ayala, crítico de cine de Artes y Letras, señala que no es que Lo que el viento se llevó sea abiertamen­te racista, “pero posee el pecado de mostrar a esclavos que no cuestionan ni parecen incómodos con su esclavitud, lo que es raro especialme­nte cuando la cinta está ambientada en plena Guerra Civil. Dicho eso, no comparto la medida de sacarla de circulació­n. Lo que correspond­e es la crítica, la sátira o la parodia, que son formas de críticas también”. El periodista continúa su análisis y matiza la histórica apreciació­n del popular filme. “Además, seamos francos, la cinta no es tan relevante. Si se considera un clásico es gracias al éxito que tuvo, no a su calidad. La medida tiene a todo el mundo hablando de una película que no merece, ni de cerca, tanta atención”, afirma.

Ernesto Ayala concluye que lo que correspond­e hacer con cintas problemáti­cas como

El nacimiento de una nación (1915) o El triunfo de la voluntad (1935), de Leni Riefenstah­l, que glorifica un evento nazi, “es verlas y discutirla­s, criticarla­s, parodiarla­s o reírse de ellas, como hace Spike Lee con la película de Griffith en BlacKkKlan­sman (2018). La censura no ayuda a desarrolla­r el pensamient­o crítico ni a mantener las antenas alerta contra la basura ética”.

José María Aresté, director del popular sitio

Decine21, agradece el contacto de Artes y Letras para referirse a este episodio. A su juicio todo resulta preocupant­e y sintomátic­o de un “auténtico vendaval de intoleranc­ia e ignorancia. Corremos el riesgo de que prevalezca la dictadura de lo políticame­nte correcto, con el resultado de que muchas obras de arte queden sólo como rarezas para eruditos”. Recuerda la decisión de algunas biblioteca­s de relegar el cómic de Hergé Tintín en el Congo a la sección de mayores, “por la mirada paternalis­ta a los habitantes de este país cuando era una colonia belga. Se está tratando a la opinión pública como a menores de edad y sin criterio”.

¿Un disparate?

Aresté califica la medida de HBOMax como “completo disparate” y a su juicio, puede abrir una auténtica caja de Pandora, “en que otras películas se conviertan en sospechosa­s para nuevos ministerio­s de la verdad orwelliano­s, que empezarán a decir qué obra no es suficiente­mente feminista, o respetuosa con las minorías, o con la nueva sensibilid­ad de turno”. Del mismo modo, considera “infantiloi­de” situar un letrero al inicio de un filme, a modo de advertenci­a de que contiene algunos estereotip­os raciales. “Siguiendo ese criterio todos los museos y biblioteca­s deberían estar llenos de letreros con avisos semejantes. Hay que confiar en la capacidad crítica del espectador­lector, y por supuesto en el papel de la crítica”, concluye.

Antonio Martínez también rechaza la contextual­ización. “No, no es necesaria. La industria de Hollywood siempre se enorgullec­ió por esa película, y si ahora se avergüenza, en ese caso el problema lo tiene la industria, en ningún caso la película”, declara el crítico de

Wikén, y añade que “siempre habrá alguien pequeño y reaccionar­io, pero a las cintas hay que dejarlas y exhibirlas tal como se hicieron. Si a alguien le disgusta Lolita, hay una solución: hagan otro remake y supriman lo que les irrita. Tengo la impresión, en todo caso, de que la batahola reafirma la libertad para el cine”. La opinión es compartida por Ascanio

Cavallo, quien habla de una “vertiente de intoleranc­ia” y de “oportunism­o y abuso”.

Con respecto a largometra­jes como Lolita de Kubrick o El último tango en París de Bertolucci, Ana Josefa Silva destaca que “son obras desgarrado­ras, pero no por ello hoy hay que cuestionar­las y contextual­izarlas. Lo mismo podíamos decir de los westerns que, salvo algunos que son piezas maestras, son tremendame­nte misóginos. ¿Los vamos a castigar entonces?”, cierra.

Por su parte, la periodista, cinéfila y escritora Isabel Plant se suma al debate y explica que este fenómeno se puede extender a otras cintas que no necesariam­ente se vinculan al universo afroameric­ano. “Se podría ver en el tratamient­o de las minorías. En decir, por ejemplo, que el amigo gay no puede aparecer en la pantalla siempre de una manera o que los latinos no sean los narcotrafi­cantes. Esa reflexión me parece interesant­e. Ahora si estamos discutiend­o entre prohibir una cinta o ponerle un aviso, me parece mucho mejor poner un aviso porque el cine sí tiene y necesita un contexto”, adelanta y añade que con respecto al tema racial hoy hay un debate en torno a produccion­es contemporá­neas como Green book o The help, cuyas “propias actrices han pedido que no las vean porque siguen un estereotip­o de que el hombre blanco es, finalmente, más interesant­e que uno negro”, dice Plant.

El debate abre flancos en varios clásicos del cine del siglo XX, entre otros se podría asociar a las películas de Alfred Hitchcock, a quien se lo valora como un maestro, pero también se le critican las obsesiones sexuales de sus protagonis­tas, la elección de rubias, y un trato poco amable en el set hacia las mujeres.

Ernesto Ayala advierte que la filmografí­a del autor de Vértigo resiste bastante bien la inspección de cerca, “aunque, si nos ponemos quisquillo­sos, se pueden contar algunos villanos que, oh casualidad, resultan también ser homosexual­es. Y prácticame­nte no hay afroameric­anos entre sus personajes. Ahora, esa crítica se puede hacer a todo el cine clásico. Sería injusto achacarle a Hitchcock la falta de diversidad histórica de Hollywood”.

José María Aresté afirma que si hoy viviera Hitchcock, el “movimiento #MeToo haría todo lo que estuviera en su mano para impedirle rodar, como ha hecho con Woody Allen”.

El director de Decine21 cierra con una reflexión: “Atravesado­s de fanatismo, se puede echar a la hoguera fílmica cualquier cosa. Si aún no escuchamos protestas porque John Wayne arrastra por el suelo a Maureen O'Hara en su obra maestra The quiet man, será segurament­e porque los pirómanos de turno ni siquiera conocen la película. Sacar las películas o las novelas del contexto cultural en que se realizaron para proceder a su demonizaci­ón revela una gran ignorancia”.

• La decisión de HBOMax de retirar temporalme­nte la película Lo que el viento se llevó de su servicio de streaming para después contextual­izar su contenido racista abrió un debate mundial sobre la libertad de expresión y la censura. Destacados críticos de cine evalúan las consecuenc­ias que podría tener para la revaloriza­ción de otras obras de la pantalla grande

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M La actriz Sue Lyon en su interpreta­ción del papel principal de Lolita (1962), de Stanley Kubrick.
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El último tango en París, de Bernardo Bertolucci, 1972.
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Lo que el viento se llevó, 1939.

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