Días de lucha...
pandemia. “Jamás me arrepentiré de haberlo hecho”, le cuento a Peluca después de haberme fumado un churro.
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Escuchar de un amigo un sincero y sentido “yo no me quiero morir” ahora que le fui a vender dos ciegos, me permitió distinguir que me he venido haciendo demasiado tiempo a la idea de chupar faros. Ramón me contó que a inicios de la cuarentena pensó que se moría, le dio catarro, calentura y diarrea. Pensó que era el coronavirus, aunque al final afortunadamente el susto quedó en una gripilla colombiana.
“No es el único. Nosotros de este lado, cuando empezó el desmadre no sentimos miedo, sentimos terror y cuando se dio el contagio masivo por los ojetes que se lucieron cantando desde sus balcones… ¡Dios!, mi hijo, mi esposo yo volamos literalmente al campo con una psicosis espantosa”, me cuenta una amiga reportera oaxaqueña que ahora reporta desde algún lugar de Italia, país donde el coronavirus hizo un daño humano no registrado desde la Segunda Guerra Mundial.
“Esta madre está perra”, me acuerdo que hace cuarenta días nos dijo un maestro visitante del mundo exterior. Jair y yo le habíamos preguntado cómo estaba allá afuera la cosa. Dos semanas atrás que platicamos, el maestro se veía tranquilo, esperando. El día que lo volví a ver, la cara del profe Agustín estaba tapada bajo el cubrebocas que no se quitaba en ningún momento. No quería contagiarse y regresar a su casa y contagiar a su esposa e hijo que compartían entre sí una diabetes hereditaria. Incluso había dejado de tener aventuras de esas peligrosas en las que gustaba de apostar todo. El maestro nos dijo que entonces ya se estaba moviendo mucha banda para que no se siguieran celebrando tianguis en localidades, por los menos de la región de los Valles Centrales, pues ya todo el mundo se estaba dando cuenta de la magnitud del pedo, menos los de la Villa de Zaachila, que a esos de plano les valía madre la vida. Que no creían o que no querían creer que fuera a pasar algo realmente grave.
“Es como el cuento de Pedro y el Lobo”, dijo Jair Santos, “donde a la banda ya le han visto la cara tantas veces que ya no cree en advertencias”. El maestro observó que lo que veía cabrón era aguantar un mes sin sexo. Por alguna sincrónica razón los tres miramos a la gallina que en la tierra buscaba con su pico su alimento. Después nos miramos entre nosotros con cara de mutua reprobación.
Por esos días también andaba perdiendo mi segunda chamba de reportero gracias a mi cobardía. Sólo porque alguien, que pensé confiable, me dijo que el chavo Efraín que me había contado el calvario de su familia después del novio de su hermano resultará positivo por Covid-19, era un mitómano crónico. Yo ardí en pánico de que toda la historia fuera falsa y llamé al dueño del portal para que bajara la nota.
El dueño no bajó nada y lo que me bajó fue el trabajo. Me dijo que cómo podía ser tan poco profesional como para entregar una nota sin haber verificado antes correctamente mis fuentes, que no permitiría que lo que se estuviera jugando aquí fuera la misma credibilidad del portal.
Al final la información fue real, el chavo no mintió y dos miembros de su familia terminaron por ser contabilizados en el conteo oficial de casos positivos de coronavirus en el estado. El motivo que ahora encuentro para mi duda, después de once años consecutivos de estar reporteando, fue que la mariguana se manifestó demasiado paranoica en mí, eso y que ya estaba a esas alturas abotargado de sufrimiento en mi pecho por tanto susto.
El mismo día que me dieron las gracias en mi segunda chamba, también sin liquidación aunque creo que con apenas cuatro meses trabajando ahí no hubiera alcanzado gran cosa, hablé vía telefónica con Efraín, quien me pidió que si escribía algo le pusiera que él se negó a decirme quién de su familia salió o no positivo por coronavirus. “Pronto no importará”, definió.
Me contó sobre un letrero que estaba frente a su ventana de encierro: “Estimada clientela, por el problema de salud por el que estamos pasando todos, reanudaremos actividades hasta pronto aviso”. Efraín me dijo que leer aquello todos los días lo consideraba amable, incluso esperanzador. “Este mal lo estamos pasando todos. Ojalá la gente se diera cuenta de ello pronto, antes de que quieran correr de su casa a alguien de su familia porque empezó a toser”.
El padre, la esposa del padre, su hermana menor, su hermano mayor, la esposa del hermano mayor y él mismo seguían en cuarentena divididos en tres casas debido a la posibilidad de ser positivos todos. Su hermana y su hermano mayor han presentado síntomas claros de la enfermedad y ambos están esperando los resultados de sus pruebas de Covid-19. A su padre, diabético de 56 años, no le habían hecho la prueba porque no presentaba síntomas. Efraín, quien seguía pidiendo no dar su nombre real, me confirmó entonces que verdaderamente se reservaría los resultados de las pruebas de sus familiares.
“La gente sigue creyendo que perseguir a los posibles contagiados por el virus significa una diferencia. Que eso los salvará de algo. Qué ilusos”, me dijo desde entonces el chavo de 26 años, grave, irónico. Me contó que su hermano fue denunciado en su círculo social como sospechoso de tener coronavirus por sus mismos amigos con los que comentó sus miedos.
La pronta expansión de la noticia que fue más allá del pequeño mundo familiar y llevó a que al padre de Efraín empezara a ser bombardeado con mensajes preguntándole: “Oiga, licenciado, ¿que según su hijo tiene coronavirus?” El padre negó o aclaró lo que pudo las acusaciones. Efraín me mandó capturas de pantalla de las conversaciones en el que le exigen a su progenitor que diga si es su hijo al que mencionan como enfermo de coronavirus para saber por dónde anduvo y a quién pudo infectar.
“La gente se torna tan básica cuando tiene miedo. El que lleva el asunto de la pandemia por parte del gobierno, Hugo López-Gatell, ya dijo que va llegar un momento en que los casos positivos van a ser tantos que ya no se van a poder ni contar”, Efraín suspiró y calló unos segundos, dijo que esperaba que en algún momento de la historia del mundo la gente
dejará de obsesionarse con que la diagnostiquen como coronavírica o no coronavírica.
Esto en un momento en el que el secretario de Salud del estado, Donato Casas Escamilla, dijo que sólo se tenían disponibles 77 camas de terapia intensiva con 20 ventiladores específicos para lo contingencia. Por lo que después el gobernador, Alejandro Murat, culpó al personal médico del Hospital Civil de haber desaparecido equipo médico contra el Covid-19 del que finalmente se llegó a la conclusión de que nunca existió.
Efraín me habló de la impotencia, la tristeza y la rapidez con lo que se van suscitando las dos. De su familia que sólo quería estar encerrada sin contestar teléfonos ni preguntas, ni morbos, ni ganas de linchar.
“Según lo que he averiguado, el trancazo del Covid-19 te dura hasta dos semanas y si bien te va tres días”. Efraín contó que cuando hizo pública la historia de su familia hubo gente cercana que lo identificó y de inmediato se fueron a acribillar con mensajes a su hermano y hermana, quienes decidieron negarlo todo. “Y no los culpo, aunque tampoco me reclamaron. Historias como las que nos está pasando a nosotros se van a repetir por montones; tampoco es que en Oaxaca hayamos hecho mucha prevención sobre el asunto”, dijo el chavo como un oráculo. “Además lo que tiene mi hermano puede ser también influenza”, dijo Efraín para después mandarme por WhatsApp una nota cuyo encabezado da cuenta que hoy en Oaxaca se reportan ocho muertos y 97 casos positivos por esa misma causa.
Para eso que pasaba su familia, citó una frase de la filósofa y académica Judith Butler: “El virus por sí mismo no discrimina, pero nosotros humanos seguramente lo haremos, formados y animados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia, y el capitalismo”.
En su reclusión por sospecha de haber adquirido un coronavirus, del que se sigue manteniendo asintomático, Efraín me dijo que volvería a ver el letrero que hay frente a su ventana, ése que lo anima a creer que aunque mucho se hablara de aislamiento como una solución frente al caos, al final también algo de unión podía surgir de todo este repentino y tan masivo sufrimiento.
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