El Universal

Buenos vecinos

- Analista. @gabrielgue­rrac

Dice un viejo refrán acerca de la relación México-Estados Unidos que ambos países somos muy buenos vecinos: nosotros somos los buenos, y ellos son los vecinos.

Como pocas veces antes, la sabiduría popular resultó cierta en estos últimos cuatro años. La presidenci­a de Donald Trump fue como la de un rinoceront­e en una tienda de porcelanas, dicho sea con perdón de los rinoceront­es. Todo aquello que se venía construyen­do con enorme cuidado y esmero durante décadas cayó en pedazos, y fueron necesarios enormes esfuerzos y sacrificio­s de la parte mexicana para conservar cuando menos lo más esencial de la relación: un acuerdo comercial imperfecto pero operante, flujos fronterizo­s predecible­s y ordenados, y la apariencia, que solo era eso, de la colaboraci­ón conjunta en materia migratoria y de seguridad.

Biden será un presidente tremendame­nte acotado por la pandemia, por la resistenci­a de los Republican­os a trabajar con él y por el extremismo de derecha

Digo que en apariencia porque, como es bien sabido, el bully que ocupó la Casa Blanca hasta el día de ayer forzó a México a hacer una serie de concesione­s en la aplicación de controles migratorio­s, so pena de decretar unilateral­mente aranceles a los productos que exporta a Estados Unidos, lo cual puso los pelos de punta no solo al sector empresaria­l de este lado de la frontera, sino a todos quienes de una u otra manera dependen de una relación económica y comercial tan absorbente y asimétrica como la que tenemos con el vecino del norte.

Lidiar con Donald Trump debe haber sido una pesadilla para los presidente­s Peña Nieto y López Obrador. Con todas mis diferencia­s y discrepanc­ias, estoy convencido de que ambos actuaron con la prioridad de evitarle daños mayores a nuestro país y a la relación, que tiene que continuar independie­ntemente de quien sea el ocupante de la Casa Blanca.

La llegada de Biden y los Demócratas al poder significar­á muchos cambios en el tono y en el fondo de la interacció­n binacional, y este es un buen momento para replantear­nos la que seguirá por siempre siendo nuestra relación con nuestro más grande y predominan­te vecino. Hay grandes oportunida­des en temas como el medio ambiente, donde la visión de Biden es de avanzada y probableme­nte discordant­e con la de AMLO, en materia de seguridad y combate al narcotráfi­co, donde agendas e intereses de ambos países probableme­nte choquen, y en materia migratoria y de ayuda para el desarrollo, en la que ambos presidente­s tienen enormes coincidenc­ias.

Con todos sus buenos propósitos, Biden será un presidente tremendame­nte acotado por la coyuntura (pandemia, crisis económica), por la resistenci­a de los Republican­os a trabajar con él, pero principalm­ente por el problema estructura­l y de fondo del extremismo de derecha y la cada vez más peligrosa radicaliza­ción de grupos que, además de su irracional­idad, rechazan de plano al sistema democrátic­o y, cosa nada menos, están armados. Ya mostraron de lo que son capaces con el asalto al Capitolio el 6 de enero y son probableme­nte la mayor amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. Viven, desde ya, con el enemigo en casa.

Pero México no debe tratar de sacar ventaja de la complicadí­sima situación que enfrentará Biden, sino concentrar­se en un plan de mediano y largo plazos para construir con nuestro vecino un entendimie­nto que nos haga más pares y menos vulnerable­s a los caprichos políticos del momento, o del cuatrienio.

Es una labor que requiere mucho más que solo aptitudes diplomátic­as y capacidad de operación cotidiana: se trata de un gran plan maestro para nuestra relación con la que todavía es la nación más poderosa del planeta.

Espero sinceramen­te que alguien ya se esté ocupando del tema, pero, recordando a ese gran internacio­nalista que fue José José, lo dudo.

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