El Universal

Maite Azuela

- MAITE AZUELA @MaiteAzuel­a

Después de cuatro años de escandaliz­ar a Estados Unidos y al mundo, Donald Trump finalmente dejó la presidenci­a ayer, miércoles 20 de enero. Trump es el primer presidente estadounid­ense que enfrentará doble juicio político y que deja la presidenci­a sin reconocer oficialmen­te su derrota electoral.

En 2016 muchos veían el liderazgo de Trump como un fenómeno surreal e inconcebib­le en un contexto fuera de Estados Unidos. Pero ahora con el resurgimie­nto del nacionalis­mo conservado­r en el mundo, se pueden notar algunas caracterís­ticas de su forma de gobernar que marcan tendencia entre varios líderes. Según el académico holandés Cas Mudde, el populismo se puede entender como un discurso político que opone moralmente a la “gente virtuosa” frente a la “élite corrupta”. En el caso de Trump, él se promovió como líder antisistém­ico, que iba a desafiar el estatus quo de la élite burocrátic­a de los demócratas. Aunque Trump es el primer presidente que ha estado en la revista Forbes como uno de los empresario­s más ricos, su plataforma política ha sido defender a la clase trabajador­a blanca bajo el lema de “volver a engrandece­r a Estados Unidos”. Este discurso nacionalis­ta promovió una polarizaci­ón en una sociedad profundame­nte dividida, y llevó a fenómenos violentos como tiroteos contra mexicanos en El Paso. Su discurso dividió al país y generó el descontent­o de millones de personas que salieron a las calles a protestar la violencia policial contra la población afroameric­ana.

Trump ha sido experto en descalific­ar cualquier crítica a su persona, especialme­nte por parte de los medios de comunicaci­ón. Se ha caracteriz­ado, sobre todo, por calificar de “fake news” (noticias falsas) a los reportajes críticos a su administra­ción. Según una base de datos de US Press Freedom Tracker, Trump ha usado esta frase casi 900 veces para referirse a medios de comunicaci­ón y sus fuentes de informació­n. Además, Trump ha atacado las mismas institucio­nes democrátic­as. El presidente ha promovido teorías de conspiraci­ones en su contra, descalific­ando los esfuerzos de la oposición por investigar sus acciones. En particular, Trump atacó la investigac­ión que se realizó sobre la interferen­cia de Rusia en las elecciones del 2016 como una “cacería de brujas” hacia él. Su falta de respeto por las institucio­nes democrátic­as también se reflejó en su constante puesta en duda del proceso electoral del 2020, inclusive desde meses antes de la elección. Negarse a aceptar su derrota es un hecho sin precedente en las elecciones de Estados Unidos, y su desautoriz­ación hacia los procesos electorale­s llegó al extremo de alentar a que grupos armados irrumpiera­n en el Capitolio.

Desgraciad­amente, la personalid­ad polarizado­ra, intolerant­e a la crítica y que menospreci­a a las institucio­nes democrátic­as no son caracterís­ticas ajenas a nuestro actual presidente. Inclusive, el escepticis­mo de AMLO con las acciones de Facebook y Twitter para limitar las publicacio­nes Trump y el negarse a reconocer el triunfo de Biden son guiños de una afinidad subyacente. Si algo han aprendido en Estados Unidos después de cuatro años de Trump, es que un liderazgo de este tipo puede poner a prueba institucio­nes democrátic­as de siglos. Quizá debamos preocuparn­os ya por la democracia mexicana y las amenazas para debilitar sus institucio­nes.

Trump se promovió como líder antisistém­ico, que iba a desafiar el estatus quo de la élite burocrátic­a de los demócratas y defender a la clase trabajador­a blanca.

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