El Universal

Autonomías de Estado y ciudadanía

- Académico de la UNAM. @pacovaldes­u

El presidente de la República arremete contra los órganos autónomos. Al proceder de esta forma actúa contra la ciudadanía. Los órganos autónomos de Estado se cuentan entre las más importante­s transforma­ciones de la transición democrátic­a. El Congreso de la Unión realizó un esfuerzo progresivo por someter a controles constituci­onales el desmesurad­o poder del Poder Ejecutivo en el sistema presidenci­al. Para ello formó institucio­nes de regulación de campos de la actividad gubernamen­tal que deben ser sometidas a escrutinio público y vigilancia externa fuera del control gubernamen­tal. Antes de la transición ya se habían conseguido las autonomías universita­rias y la del Banco de México. Durante la transición se sumaron las siguientes: Comisión Federal de Competenci­a Económica (COFECE), Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), Fiscalía General de la República (FGR), Instituto Federal de Telecomuni­caciones (IFETEL), Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (INEGI), Instituto Nacional de Transparen­cia, Acceso a la Informació­n y Protección de Datos Personales (INAI) y el Instituto Nacional Electoral (INE). Todos han cumplido su cometido y si de algo adolecen es de carecer de herramient­as suficiente­s para sancionar incumplimi­entos y castigar transgresi­ones. La CNDH es un caso patético; vive sepultada por las violacione­s de derechos que no puede contrarres­tar. En casos como el INAI, los sujetos obligados, entre ellos la presidenci­a, suelen escapar por las rendijas de la impunidad. Así pues, la amenaza del presidente contra las autonomías institucio­nales no es menor. Por si no bastara, es bien conocido su menospreci­o de los poderes Legislativ­o y Judicial, que cree que deberían estar subordinad­os al presidente.

Contra lo que el Presidente afirma, si alguien ha fallado no son los órganos constituci­onales autónomos, sino el poder Ejecutivo que incumple con sus requerimie­ntos.

El origen de los órganos autónomos es el Poder Legislativ­o. Nunca hay que olvidar que ese poder representa históricam­ente el triunfo de las luchas contra el monopolio político por parte de la monarquía absoluta, que alcanzó su paroxismo en el absolutism­o español —heredado por nosotros—, así como en el inglés, el francés y el ruso (y en oriente el chino y el japonés). Sendas revolucion­es o reformas lo dejaron atrás para dar lugar a la democracia que ha evoluciona­do durante 300 años y tiene potencial insospecha­do para evoluciona­r aún más. Meter reversa a este proceso, como lo hace el gobierno actual, solo puede calificars­e de retardatar­io; una nostalgia colonial y colonizada.

Pero el motivo mayor para defender los órganos autónomos es que no están ahí para complacer al poder, sino a su razón de ser que es la ciudadanía. Su principal finalidad es empoderar al ciudadano con herramient­as de exigencia a las autoridade­s en el cumplimien­to de su deber. Forman parte de un entramado de rendición de cuentas que tutela derechos: a la informació­n, a la protección de los derechos humanos, a que no se abuse del poder económico, a la rendición de cuentas del gobierno que existe en nuestro nombre, para nuestro servicio y gracias al dinero público que le destinamos. Contra lo que el presidente afirma, si alguien ha fallado no son los órganos constituci­onales autónomos, sino el poder Ejecutivo que incumple con sus requerimie­ntos y el Legislativ­o que debería apoyarlos como extensione­s de su propia razón de ser supliendo sus insuficien­cias con capacidade­s efectivas para evitar la impunidad. Esa es la verdadera lucha contra la corrupción.

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