El Universal

Señoras y señores: ¡el Estado soy yo!

- SERGIO GARCÍA RAMÍREZ Profesor emérito de la UNAM

Hace varios siglos, un monarca de Francia ligerament­e más luminoso que nuestro gobernante en turno resumió así la suma de sus potestades: “El Estado soy yo”. Era verdad. Ungido por Dios, reunía todos los poderes: legislaba, administra­ba y juzgaba. Además, definía la razón de Estado y era el jefe de las fuerzas armadas. Por lo tanto, no exageró al definirse con aquellas palabras.

Dos años atrás descubrimo­s una pretensión semejante en quien aspiraba a presidirno­s. Algunos supusieron que podría traer a México el mismo viento autoritari­o que sopló sobre Francia bajo aquel monarca. Pero la situación que prevalecía en nuestro país enfiló a millones de electores en favor del cambio prometido. Los discursos sembraron la esperanza.

Hoy transitamo­s un camino que llevaaladi­ctadura.Loanuncian­los rumores y los clamores que advierten la nueva condición de una República en acelerado proceso de transforma­ción. Pronto seremos súbditos o vasallos, y dejaremos de ser ciudadanos al amparo de derechos y libertades. El gobernante, residente de un palacio, seguirá encarnando al Estado.

En estos días —pero los vientos soplan desde hace tiempo— vimos muestras del rumbo que se pretende imponer a la República dolida. Es notorio. Lo es tanto para muchos que creyeron, ilusionado­s, que la travesía llevaría a una Patria más libre y más justa, como para quienes sospecharo­n lo contrario.

Comencemos por el Legislativ­o. Los legislador­es —pieza fundamenta­l del sistema de frenos y contrapeso­s— han sido avasallado­s por el imperio del Ejecutivo, aunque lo hayan aceptado con docilidad. No pueden poner o quitar un punto o una coma a las iniciativa­s que provienen del único poder efectivo. Hay regla de obediencia ciega. Porque “El Estado soy yo”.

Sigamos por el Judicial. Las disposicio­nes del Ejecutivo deben ser acatadas por los tribunales, a los queseprete­nderestari­ndependenc­ia. Cuando incomodan en el ejercicio de sus atribucion­es, reciben reproches y amenazas. Se les descalific­a ante el pueblo, para que éste reaccione en contra de la justicia. Si no hay acatamient­o, habrá reformas constituci­onales que abran el curso a la voluntad del soberano: la Constituci­ón a merced del Ejecutivo. Porque “El Estado soy yo”.

Avancemos hacia los órganos constituci­onales autónomos, también factores del sistema de frenos y contrapeso­s. Las arremetida­s en contra de los custodios del proceso electoral y de la transparen­cia son cotidianas y virulentas. En vísperas de un proceso electoral de gran impacto, se procura desacredit­ar al supervisor de la contienda. El ambiente se puebla de sombras. Iremos a elecciones atrapados por la sospecha y el encono. Porque “El Estado soy yo”.

Vayamos al propio proceso electoral. El Ejecutivo, que debe abstenerse de asumir partido, lo ha tomado —con tambores de guerra— en favor de una corriente política y en contra de otras, a las que combate frontalmen­te. Y ha defendido con obstinació­n la candidatur­a de algún allegado, que no resiste el menor análisis. Porque “El Estado soy yo”.

Sigamos hacia los profesiona­les de la informació­n y de otras disciplina­s. Quienes expresan discrepanc­ias en los medios de comunicaci­ón,ejerciendo­susderecho­s,son adversario­s que es preciso denunciar y combatir. Los abogados que representa­n derechos de particular­es, en ejercicio de su profesión, merecen condena: son traidores a la Patria. Porque “El Estado soy yo”.

¿Qué escapa a esta relación de agraviados para demostrar que contamos con un ciudadano que encarna al Estado y está dispuesto a ejercer esa encarnació­n omnipotent­e? •

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