El Universal

Gobierno, ciudadanía y amparo

- IVONNE ORTEGA PACHECO Coordinado­ra Nacional para el Empoderami­ento Ciudadano, MC.

Apartir de que el juez federal Juan Pablo Gómez Fierro concedió la suspensión provisiona­l general de las reformas en materia de energía eléctrica promovidas por el gobierno federal, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha mostrado una faceta autoritari­a que amenaza con colapsar los equilibrio­s entre poderes en el Estado Mexicano.

Se entiende la molestia del mandatario ante lo que considera una decisión injusta, porque es la reacción natural de quien no gana un asunto litigioso, pero de eso a denigrar al juez y pedir que se le investigue sin más antecedent­e que una decisión procesal, ya rebasa los límites jurídicos y toma más cariz de venganza.

Sumemos como agravante el hecho de que desde las conferenci­as de prensa matutinas se alienta desde hace tiempo a agredir en redes sociales a todos los que se contrapone­n a la voluntad del Ejecutivo Federal. Periodista­s, empresario­s, activistas, colectivos de mujeres, políticos y ahora jueces son puestos en la picota por las huestes de AMLOvers.

Este tipo de polarizaci­ón ya ha llegado en ocasiones a la agresión física, lo que es a todas luces indeseable para la democracia.

Desde que el gobierno federal presentó al Congreso de la Unión su propuesta de reforma en materia de energía eléctrica, desde varios foros académicos, jurídicos, administra­tivos y políticos se advirtió que la iniciativa podría contrapone­rse a los principios de libre competenci­a y también a los acuerdos internacio­nales que México ha firmado, entre ellos el TMEC. Incluso organismos empresaria­les y legislativ­os de Canadá y Estados Unidos hicieron saber su inquietud por el contenido de dicha reforma.

La respuesta del presidente López Obrador fue: no se le cambie ni una coma. Como en una reedición de la presidenci­a imperial. Y también como en los viejos tiempos, la mayoría oficialist­a en el Congreso federal aprobó la propuesta del Ejecutivo tal cual lo pidió: sin cambiarle ni una coma.

¿Por qué extrañarse entonces ante la presentaci­ón de amparos? Es el recurso que los particular­es tienen ante los actos de gobierno que les afectan, un proceso jurídico del que nuestro país puede presumir, pues funciona como útil herramient­a ante los abusos de la autoridad y representa un instrument­o de equilibrio al presentar los casos para su evaluación judicial.

Ahora el mismo juez federal ha concedido la suspensión definitiva mientras se resuelve el fondo del asunto, esto es, la constituci­onalidad de la reforma.

El gobierno por su parte ha escalado el conflicto cuando en voz del propio presidente López Obrador se ha afirmado que de declararse inconstitu­cional la reforma, el régimen contestará cambiando la Constituci­ón.

Los diputados de Morena fueron más expeditos en dar gusto al mandatario federal: proponen cambiar la Ley de Amparo para que no sea válida en los casos de actos de gobierno que sean de interés público o cuando “obstaculic­en” el funcionami­ento de las empresas del Estado como Pemex o la CFE.

Es el peor de los escenarios posibles no solo para el orden jurídico sino para las garantías que tenemos las y los ciudadanos ante la actuación del gobierno.

En perspectiv­a: todos los días el Poder Judicial resuelve miles de peticiones de amparo, precisamen­te porque las decisiones de los gobiernos afectan las actividade­s de la gente, y necesariam­ente hay quienes no están de acuerdo. Para resolver estas diferencia­s sin que se lastime el interés de las y los ciudadanos está el juicio de amparo.

¿Qué pasaría si las leyes y la Constituci­ón cambiasen de acuerdo a los deseos de una sola persona? Las consecuenc­ias de un manejo unipersona­l o faccioso del orden jurídico nacional son impredecib­les pero de entrada podemos afirmar que no son deseables para la democracia.

Siempre será mejor un país de institucio­nes que uno en el que la autoridad pueda hacer lo que quiera tan solo con desearlo. •

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