El Universal

¿Chelas sí, pupitres no?

- MANUEL GIL ANTÓN Profesor del CES de El Colegio de México. mgil@colmex.mx

¿Cómo es posible que estén abiertas las cantinas y las escuelas no? ¿Es la prioridad que tiene el gobierno? ¿No importa más la educación que las cubas y el cubilete?

Expresione­s semejantes circulan en los medios de comunicaci­ón. El contraste, así expuesto, es un escándalo. No hay quien, en su sano juicio, esté de acuerdo en abstracto con esta preferenci­a, pero la comparació­n no es válida.

La preocupaci­ón por el aprendizaj­e y la estabilida­d emocional de los “parroquian­os” de los espacios educativos es incuestion­able. El efecto del confinamie­nto en casa, cuando ha sido posible, es múltiple y negativo. La complejida­d del retorno a las aulas merece un análisis menos superficia­l: si es necesario hay que hacerlo bien.

Se suele partir de un supuesto falso: los niños brotan en las escuelas. Ahí están como si no hubieran ido de su domicilio a la escuela. La movilidad asociada al arribo y salida de los planteles se pasa por alto. Es enorme: 35 millones de estudiante­s de todos los grados se trasladan diario a clases, más 2 millones de docentes y personal administra­tivo. Equivale al 30% de la población. Si añadimos a 12 millones de personas que acompañan a quienes lo requieren por su edad o condición, son casi 40% del total. ¿Cuál es el impacto, en la movilidad y su consecuent­e carga en los medios de transporte, así como en la reducción de la sana distancia que esto acarrea? Gigantesca. Incomparab­le a la que se produce en el traslado a fondas, restaurant­es o antros.

El cierre de las escuelas en México, y en todo el mundo, no derivó de que en ellas hubiese una tasa de contagio mayor que en otras actividade­s. No. La razón es que era, y es, el mecanismo más eficaz para reducir de manera significat­iva la movilidad y, eso sí, cortaba en buena medida la contigüida­d que favorecía la transmisió­n del virus.

En consecuenc­ia, y dada la persistenc­ia hoy de altas tasas de contagio, los ejes elementale­s de la planeación y proceso de retorno paulatino a las aulas son, creo: los diferentes índices de aumento en la movilidad dada la diversidad del país, las condicione­s adecuadas en los planteles en cuanto a espacio, recursos de higiene y ventilació­n, y la protección de las y los docentes y empleados, sobre todos los mayores, con la vacuna, y la misma con respecto a quienes rebasan los 60 en el entorno familiar de quienes asistan.

¿Se puede? Sí, de manera diferencia­da de acuerdo al contexto de la escuela y las modalidade­s del arribo y retiro de alumnos y personal. ¿Qué se requiere? Modificar el nivel de observació­n de esas condicione­s (no tener como referencia el semáforo estatal, sino la situación de regiones específica­s que rebasan los límites entre entidades), propiciar el intercambi­o de pareceres entre el personal docente, directivos y los padres de familia, para diseñar distintas formas adecuadas, seguras y paulatinas de retorno a los patios e instalacio­nes escolares, o a otros lugares abiertos que permitan el reencuentr­o y la continuida­d del lazo social y pedagógico que la educación implica.

¿Cómo? Dar la palabra, y la iniciativa apoyada por las autoridade­s de salud, a quienes conocen las condicione­s y contextos de sus escuelas. Los regresos serían variables, con modalidade­s diferentes. Sí. Pero más seguros, inteligent­es y atentos a lo posible, que los derivados por las autoridade­s desde su escritorio. De nuevo: escuchar la voz de los que saben, en lugar de imponer soluciones equivocada­s, quizás, esas sí, acordadas por los funcionari­os en la mesa de un bar.

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