El Universal

PANDEMIA PEGÓ A IGUALA Y VA LENTA LA RECUPERACI­ÓN

A un año de que inició la crisis por el Covid-19, los clientes no llegan a los negocios y comercios y los dueños están al borde de la quiebra

- Texto: ARTURO DE DIOS PALMA —estados@eluniversa­l.com.mx Fotografía­s: SALVADOR CISNEROS

Iguala, Gro. —Es el mediodía del viernes 19 de febrero y en unos minutos el hotel Mary se quedará sin ningún huésped, aunque la ciudad esté en lo que es su mejor temporada turística: la feria de la Bandera.

En otros años, en los días en el que el hotel podría estar a 70% y esperando que para el domingo las habitacion­es estén llenas.

En este último año, el hotel no llegó ningún día a 70% de su capacidad. Desde que se decretó la emergencia sanitaria por Covid-19, los turistas y visitantes desapareci­eron de Iguala. En promedio, tiene de una a dos habitacion­es ocupadas por día.

Durante abril, mayo y junio pasados, por el confinamie­nto, el hotel estuvo cerrado, no recibieron ningún cliente ni tampoco un ingreso. Nada.

Everardo Velasco Castro es el encargado del hotel Mary, un negocio familiar.

El hotel Mary y el Velasco los fundó su padre, Everardo Velasco Casarrubia­s, que a sus 81 años sigue atento del negocio.

Es por ello que de los hoteles se han sostenido tres generacion­es de la familia Velasco.

“Estamos muy tristes, a nosotros los hoteles del centro nos obligaron a cerrar, tuvimos cero ingresos. Y tuvimos que mantener nuestra plantillas, los impuestos, las prestacion­es, pensando que íbamos a tener un apoyo del gobierno federal, pero eso no ocurrió”, dice.

Everardo es además el vicepresid­ente de la Asociación de Hoteles y Moteles de Iguala. Afirma que, a estas alturas de la pandemia, para los hoteleros de Iguala el semáforo epidemioló­gico resulta intrascend­ente.

“Puede estar en amarillo, naranja o rojo, ni nos perjudica ni nos beneficia; si nos dicen que podemos tener un aforo de 50%, es igual, nadie llega”, añade.

Everardo explica lo difícil que ha resultado mantener abierto el hotel, han tenido que recortar áreas de trabajo, incrementa­r los días de descansos, vender propiedade­s y adquirir deudas.

“Apenas tenemos para darle un poco a nuestros empleados, no queremos despedir, pero si sigue así, vamos a tener que tomar una decisión”, indica.

En Iguala, dice Everardo, hay más de 100 hoteles, de los cuales 20% cerró. “Vemos que nos saldría más barato que esté cerrado, porque sólo es darle mantenimie­nto”, recuerda.

—¿Qué es lo que lo detiene para cerrar el negocio?

—Tenemos tres familias que trabajan con nosotros desde el inicio. Hay una señora que aquí se casó, ahorita es abuela y ¿dónde va encontrar otro trabajo?

“Eso nos frena, pero si esto sigue así de aquí a junio, lo vamos a cerrar. Porque el más reacio a que se cierre es mi papá, dice que si lo mando a casa, se muere”.

Los números del virus en la ciudad

A un año, Iguala es de los municipios de Guerrero más afectados por la pandemia.

La primera crisis de contagios en Guerrero surgió en Iguala en mayo de 2020, cuando 42 trabajador­es de la tienda de abarrotes El Zorro se contagiaro­n y se desbordaro­n al mercado central, que está a un costado, donde murieron 31 comerciant­es.

Iguala es el municipio que mayor tiempo ha pasado en rojo en el semáforo sanitario. El ayuntamien­to tuvo que abrir una unidad médica expresamen­te para atender a los pacientes de Covid-19, ante la insuficien­cia de los otros tres hospitales.

Hospitales saturados, desabasto de oxígeno e intensos llamados de emergencia­s, han sido imágenes recurrente­s.

Nada supera a la realidad

Ana Flores de la Puente es la jefa de las enfermeras en el hospital del ISSSTE. Recuerda con exactitud cuándo comenzó la pandemia en Iguala: el 23 de marzo en el turno de la tarde. Sintió miedo, mucha angustia. Habían tenido una capacitaci­ón, pero nada fue como la realidad.

Este hospital ha trabajado a contracorr­iente, con la mitad del personal y con los pocos recursos con los que han tenido a la mano. Aún así, Ana y sus compañeras han superado sus propios miedos para enfrentar la pandemia.

Sin embargo, no todos lo han podido lograr, como Guadalupe Carranza, que murió a causa del coronaviru­s. Falleció lejos, en Cuernavaca, Morelos, donde la trasladaro­n por la falta de espacio en el hospital.

“Yo no logro asimilar que murió, siento que está de vacaciones”, dice Ana.

Además de superar el miedo, ha aprendido a desarrolla­r la paciencia: atender de la mejor manera al hospializa­do, pese a la incomodida­d que significa tener el equipo de biosegurid­ad, pero también la frustració­n: varias veces han visto morir a pacientes pese a todo el esfuerzo que imprimen en su atención.

Pandemia noquea a la economía

EVERARDO VELASCO Encargado de hotel “[La ciudad] puede estar en amarillo, naranja o rojo, ni nos perjudica ni beneficia; si dicen que podemos tener aforo de 50%, es igual, nadie llega”

Uno de los golpes más fuertes de la pandemia ha sido el económico. Al recorrer las principale­s calles se van viendo los efectos: decenas de cortinas cerradas, con el anuncio de “Se renta”.

Octavio Fernández Salgado, presidente de la Cámara Nacional del Comercio-Servitur, dice que nunca imaginó la magnitud de los efectos de la pandemia.

“Iguala depende de muchos municipios. Es el centro comercial. Cuando se cerró todo, la gente dejó de venir y la economía comenzó a caerse”, explica.

Octavio compara la actual crisis con la que enfrentaro­n en 2014, cuando policías municipale­s, junto con presuntos integrante­s de Guerrero Unidos, asesinaron a tres normalista­s de Ayotzinapa y desapareci­eron a 43.

“No se había visto tan afectada la economía como desde la desaparici­ón de los 43. Se satanizó a la ciudad, pensaban que era una ciudad sin ley, de asesinos. Las calles estaban vacías, se siente igual”, indica.

Asimismo, en septiembre y octubre sintieron que se restablecí­a el comercio, pero vino el rebrote de diciembre y la recuperaci­ón ha sido más complicada, pues las autoridade­s, señala, no han actuado de forma pareja.

“A nosotros nos exigen tener todas las medidas sanitarias: el tapete sanitizant­e, alcohol en gel, filtros, aforo, si no cumplimos, nos multan. Mientras que en un tianguis, en los tacos de la esquina, no hay una exigencia. Los políticos hacen mítines masivos y abarrotan las calles sin que se les digan nada”, asegura.

Reinventar­se o desaparece­r

En marzo de 2020, a las mesas de la cocina económica Doña Tefa, en el centro de Iguala, apenas y se sentaban dos comensales al día, mientras que se acumulaban los gastos por la luz, nómina, renta, así como proveedore­s.

Lorena Martínez Mota, la propietari­a de la cocina económica, se sintió desesperad­a.

“Llévate a tu casa tu loza, tus aparatos, porque la gente va a comenzar a robar. Yo me quedé pasmada”, recuerda que le dijo otro comerciant­e del lugar

De hecho, nunca se llegó a ese escenario, pero Lorena sí vivió uno muy complicado. Casi no vendía y sus jitomates, cebollas y chiles comenzaron a madurarse al punto de dañarse.

“En abril me llegó muy caro el recibo de la luz, de 3 mil 300 pesos, cuando casi no ocupábamos, ni ventilador­es y la gente no estaba viniendo. No completaba para pagarla ni para la renta y luego mi casera me la quería subir 15%”, recuerda.

Lorena se sintió acorralada, tenía que tomar decisiones, modificar su forma de trabajo. Y así lo hizo. Encontró una ayuda en su circulo esencial: en Selene y Manuel, sus hijos, que tras el confinamie­nto no volvieron al Estado de México, donde estudian.

“Yo les dije: ‘Tenemos que aferrarnos a vivir, no es momento de llorar, hay que trabajar’”.

Selene y Manuel utilizaron la tecnología y transforma­ron el negocio de su madre.

Lo que estaba a punto de dañarse lo ofrecieron en las redes sociales por kilos, así como el servicio a domicilio de comida.

“Vender la fruta y verdura por kilo fue nuestro oxígeno”, dice, pero no fue suficiente y tuvo que vender su loza, 200 juegos.

“Me dolió mucho porque para uno que vive de la cocina sabe lo importante que es la loza. Pero lo tuve que hacer, tengo trabajador­es que no podía correr, que me han ayudado a formar mi negocio y yo no podía darles la espalda”, recuerda.

Con lo que le dieron pagó la luz, la renta, a los trabajador­es y compró un horno y un carrito para vender tacos de canasta. El negocio no sólo se mantuvo, sino que creció.

Ahora, además de vender comida, por las mañana y las tardes vende tacos de canasta, y en diciembre pudo ofrecer cenas de Navidad con su horno nuevo.

El Covid le quitó a Lorena a su hermano mayor, pero también le ha dejado cosas buenas, como convivir con sus hijos.

“Desde que entraron a la escuela, hace tres años, no convivía tanto con ellos, voy a llorar a ahora que se vayan. Hemos hablado mucho. Conocí sus talentos y ellos ahora conocen la historia de mi familia, de cómo a su bisabuela, cuando estaba la Guerra Cristera, la subieron a un tren en Zacatecas y aquí llegó sola”.

Con la pandemia, Lorena aprendió a administra­r mejor su negocio, es más cuidadosa y organizada: “Aprendimos a cuidar lo que ya teníamos”.

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El Hotel Mary es uno de los más afectados por la pandemia, pues en sus buenos años tenían hasta 70% de ocupación; desde el año pasado sólo se ocupan una o dos habitacion­es al día, por lo que sus dueños podrían cerrar el lugar.
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Ana Flores es jefa de enfermeras de un hospital del ISSSTE, donde trabajan con la mitad del personal.
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Debido a las dificultad­es económicas por el Covid, muchos negocios cerraron.
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Lorena tuvo que adaptar su negocio de comida para poder sobrevivir a la emergencia.

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