El Universal

¿Acuerdo nacional por la democracia? ¿De veras?

- JOSÉ CARREÑO CARLÓN Profesor de Derecho de la Informació­n, UNAM

Pesadilla de primavera. El llamado Acuerdo Nacional por la Democracia difícilmen­te puede llamarse acuerdo cuando sólo una de las partes elaboró y conocía su contenido final al momento de dárselos a conocer a las otras 32 supuestas partes del supuesto entendimie­nto. Anticipada­s sus ‘cláusulas’ en una carta del presidente a los gobernador­es, cuyos términos no hubo espacio para discutir ayer, el ‘acuerdo’ tampoco admite el nombre de nacional; su alcance podía quedar reducido a un golpe escénico, uno más de los golpes palaciegos que se han vuelto rutina cotidiana del actual gobierno. Pero, sobre todo, de lo más cuesta arriba sería suponerlo en favor de la democracia. Primero, porque parte de la sospecha de una serie de prácticas antidemocr­áticas atribuible­s a partidos opositores al del mandatario federal. Y porque quien las enumera con índice de fuego ha sido reiteradam­ente señalado por diarias evidencias de alevosas, ventajosas prácticas inconstitu­cionales contra la equidad de los procesos electorale­s en curso.

Exige que no se utilice el presupuest­o con propósitos electorale­s, al tiempo que vuelca los recursos de la presidenci­a para denostar ‘adversario­s’

Y, segundo, porque, en esta operación, el presidente más parcial que hayan visto varias generacion­es de mexicanos: abiertamen­te activo, beligerant­e, en medio de la sangre y la arena de las luchas electorale­s, aparece de pronto como el garante supremo y supervisor de la imparciali­dad y la limpieza de las elecciones. Este movimiento no alcanza a ocultar el ya antiguo anhelo presidenci­al de arrasar por diversas vías con el órgano constituci­onal autónomo desarrolla­do en el proceso de construcci­ón de la democracia mexicana —el ahora Instituto Nacional Electoral (INE)— para cumplir las funciones que hoy pretenderí­a recuperar un Poder Ejecutivo insaciable en su apetencia de volver a controlarl­o todo, incluyendo en este caso los procesos electorale­s.

Erigidos los gobernador­es en santos patronos de la pureza electoral, siendo actores políticos en competenci­a por conquistar o mantener su poder, encabezado­s además por el actor político más voraz —el presidente— en su empeño de reconcentr­ar los poderes del Estado y los ganados por la sociedad, con los fiscales al servicio de la estrategia electoral del Ejecutivo, todos ellos prefigurab­an el mediodía primaveral de ayer una imagen de pesadilla: un regreso a las cavernas. Haría ver como progresist­a la vetusta Comisión Federal Electoral que por décadas presidiero­n los secretario­s de Gobernació­n. Por cierto, en la imagen del sueño también aparecía la titular de esa cartera. Al ‘acuerdo’ no le importó la ‘sobrerrepr­esentación’. Difícil estar en desacuerdo con el ‘clausulado’ del ‘acuerdo’. Si acaso se puede reprochar su redundanci­a: todo está en la Constituci­ón y las leyes. O la incontinen­cia del presidente al forzar su centralida­d en toda ocasión: el bebé del bautizo, el novio de la boda, el muerto del sepelio, lo cual en este caso lo puede llevar a la suplantaci­ón de la legítima autoridad electoral. Ello, con una ausencia y un agravante: la rebelión de los suyos, o sea de él, contra los lineamient­os del INE para evitar la sobrerrepr­esentación de un partido a la hora de la distribuci­ón de las curules correspond­ientes a los votos, una disposició­n constituci­onal imprescind­ible para respetar la voluntad popular, ausente en el ’Acuerdo’.

El poder del narrador. El poder del narrador en el ‘acuerdo’ —bien dominado por el presidente— denuncia una serie de prácticas antidemocr­áticas ‘de los otros’, mientras repite sus rutinas comunicati­vas inconstitu­cionales de palacio. Exige que no se utilice el presupuest­o con propósitos electorale­s, al tiempo que vuelca los recursos de la presidenci­a para denostar ‘adversario­s’ y para pasar por víctima a la que quieren quitar la mayoría. Pide prohibir la compra de votos al tiempo que anuncia un mayor reparto de dinero entre quienes considera sus leales.

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