El Universal

Un desafío para el mundo

- Titular del Fondo Mixto de Promoción Turística de la CDMX; activista social y exdiputada federal.

Alas mexicanas y mexicanos: El pasado lunes se publicaron fotografía­s en las que se muestran niños migrantes hacinados en áreas de detención separadas por láminas de plástico, en un centro de procesamie­nto temporal en Texas. Imágenes que han sido utilizadas como estrategia política tanto por demócratas como por republican­os a fin de exhibir “debilidade­s”, “preocupaci­ones” o “fortalezas”, según las convenienc­ias coyuntural­es del momento.

La narrativa de los medios y la clase política estadounid­enses enfatiza que el gobierno enfrenta una “emergencia” o una “crisis” de la que se culpa a las políticas presidenci­ales del actual gobierno y/o al tráfico de personas.

KEMCHS No obstante, nadie apunta al drama humano que está viviendo la niñez y sus países de origen, mismo que se ha exacerbado a raíz de la pandemia.

Es preciso entender que el desgarrado­r fenómeno mundial que representa la migración, lastima a toda la humanidad y no solo a quienes la padecen. El Washington Post reportó que “las autoridade­s intercepta­ron a más de 100 mil migrantes indocument­ados en febrero, entre ellos más de 9 mil 400 menores de edad no acompañado­s. Por ahora, las autoridade­s tienen bajo custodia a más de 4 mil 200 menores de edad en centros de detención, muchos han permanecid­o más que las 72 horas permitidas bajo la ley. La Patrulla Fronteriza está recibiendo un promedio de entre 400 y 500 más cada día. La gran mayoría son adolescent­es de entre 15 y 17 años, procedente­s de Centroamér­ica y México”. Queda claro que lo importante son las cifras no las niñas y los niños.

Destaca el lenguaje discrimina­torio que mayoritari­amente pasa desapercib­ido, el racismo y la xenofobia se encuentran profundame­nte arraigados. Es necesario entender que más allá de su estatus migratorio, se trata de niñas, niños y adolescent­es que están en soledad, en condicione­s no humanitari­as, lejos de sus lugares de origen y sus familias, que pasan hambre, sed y miedo, y que tanto en su tránsito como en su lugar de destino son víctimas de múltiples abusos y violencias que socavan su dignidad humana. Antes que menores de edad migrantes no acompañado­s, son personas en extrema vulnerabil­idad debido a su edad, sexo y a la condición de pobreza y desamparo en la que se encuentran.

La Casa Blanca ve este problema como un desafío, pero no como una emergencia. “El objetivo inmediato es trasladar a los menores de edad a instalacio­nes donde puedan recibir servicios de salud, recursos educativos, entre otros”. ¿Cuál es el objetivo a largo plazo? Más allá de la inmediatez, ¿cuál será su futuro?

Las niñas, niños y adolescent­es, tengan la nacionalid­ad que tengan, no pueden ser asumidos como un problema para ninguna nación; el “desafío” no es para una administra­ción gubernamen­tal, sino para el mundo entero. El drama de la niñez y el fenómeno migratorio deben ser atendidos por los organismos internacio­nales y por todos los países de manera conjunta. Ellas y ellos son víctimas de la desigualda­d y la violencia que deriva de un sistema económico global injusto y discrimina­torio. Un sistema que ha puesto a las personas muy por debajo de los mercados, convirtién­dolas en fuerza de trabajo y objetos de consumo. No es casualidad que la trata de personas sea el segundo ilícito más lucrativo después del narcotráfi­co, ni los desplazami­entos a causa de los territorio­s ocupados por las trasnacion­ales, ni la crisis del agua, ni la vergonzant­e brecha de desigualda­d que existe entre los seres humanos.

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