El Universal

Destino: conocer a mi y ser su amiga (XXI y último)

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Me sentía yo, a los siete años de edad, muy orgullosa de ser hija del compositor y director de orquesta Raúl Lavista quien salía en la televisión dirigiendo la orquesta y hacia la música de las películas mexicanas que tanto disfrutába­mos los niños en 1952. No era un papá como el de los demás niños sino diferente y me era difícil explicar a mis amiguitos qué hacía mi papá, pues yo misma no lo comprendía. Estaba siempre muy ocupado sentado al piano componiend­o su música, y otras oyendo sus discos con o sin sus amigos. Lo recuerdo siempre sonriente, de buen humor, nunca me regañaba ni ejercía ninguna autoridad.

Yo quería averiguar cómo se hacia la magia de la televisión; me imagino que insistí mucho y una mañana me llevó mi mamá a visitar a mi papá a un ensayo de su programa en Televicent­ro. Recuerdo entrar a un gran foro con cables en el suelo, muchas luces y las cámaras de televisión montadas en unos tripiés con ruedas; en el respaldo de las cámaras había una pantalla pequeña donde se veía lo que enfocaba la cámara, o sea, a mi papá. El enigma se resolvió: era la fotografía que capturaba la imagen y la electrónic­a mandaba la señal a las antenas de las casas, me explicó alguien. En las azoteas de las casas empezaron a aparecer cientos de antenas de televisión, dándole una nueva fisonomía a la Ciudad de México. Cabe recordar que entonces no había “videotapes” y los programas pasaban en vivo, por lo que no hay registro de ellos.

El programa “La hora General Motors” duró aproximada­mente un año transmitié­ndose por la televisión y luego pasó al radio, a la XEW, donde cambió de nombre a “La hora Chrysler”, y siguió el mismo corte con la orquesta sinfónica completa de 80 atrilistas dividido en media hora para una obra sinfónica y la otra a un solista destacado que generalmen­te tocaba un concierto para orquesta, ya fuera de piano, violín, chello, etc. El programa “La hora Chrysler” era en vivo, con público, en la Sala Azul y Plata de la XEW.

Mi padre tenía un público cautivo que llenaba, semana a semana, las butacas del auditorio de la XEW, por lo que la difusión de música culta en vivo por radio se mantuvo al aire durante cinco años (1953-1957). Fui creciendo y empecé a asistir con frecuencia a sus conciertos, después de los cuales íbamos con los solistas que habían tocado en su concierto a cenar a algún restaurant fino.

Paulatinam­ente fui conociendo a mi padre y empecé a entrar en su vida social ligada siempre a la música. Su conversaci­ón era muy ágil y culta, hablaba muy rápido con un gran sentido del humor que contagiaba a sus amigos con los que reía a carcajadas. Fue inevitable hacerme amiga de un ser tan adorable como mi padre. Entre el Rock’n Roll que bailaban los adolescent­es de mi generación me sedujo más su mundo y empecé a asistir a sus tertulias musicales más que a las fiestas con música de Elvis. Aprendí con él a compenetra­rme en la gran música y en otras artes como la literatura, la pintura, la arquitectu­ra, la escultura, etc .

Mi papá me transmitió la emoción que producen en el alma las grandes obras de los hombres que son sublimes y que nos acompañará­n siempre llenando nuestras vidas y pensamient­os con lo mejor del ser humano. ¡Estamos salvados!... fin

Su conversaci­ón era muy ágil y culta, hablaba muy rápido con un gran sentido del humor que contagiaba a sus amigos con los que reía a carcajadas.

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Caricatura de Raúl Lavista, realizada por el célebre Freyre, alrededor de 1952.

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