El Universal

PROYECTO UNAM

El 24 de marzo de 1976 cayó sobre este país una oscura y tenebrosa noche que llevó dolor y muerte a su población. Una investigad­ora que lo vivió en carne propia lo recuerda y analiza

- Texto: ROBERTO GUTIÉRREZ ALCALÁ — robargu@hotmail.com

Karina Ansolabehe­re Sesti, investigad­ora del Instituto de Investigac­iones Jurídicas, analiza el golpe de Estado en Argentina, hace 45 años, y sus consecuenc­ias.

Poco antes de la una de la mañana del miércoles 24 de marzo de 1976, la presidenta de Argentina, María Estela Martínez de Perón, subió a un helicópter­o que la trasladarí­a a la Quinta de Olivos, la residencia presidenci­al que se ubica en el norte de Buenos Aires. Sin embargo, ya en pleno vuelo, el piloto de la nave tomó otra ruta y aterrizó en el Aeroparque Jorge Newbery, donde Martínez de Perón fue recibida por un oficial del Ejército, otro de la Marina y otro más de la Fuerza Aérea. De inmediato, éstos le comunicaro­n que las Fuerzas Armadas habían tomado el poder político del país y que ella ya no ejercía el cargo de presidenta.

Las primeras medidas que tomó la junta militar golpista, integrada por los tres comandante­s en jefe de las Fuerzas Armadas (Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti), fueron la instauraci­ón del estado de sitio y la ley marcial, el establecim­iento de la pena de muerte para los opositores, la clausura del Congreso Nacional, la sustitució­n de los miembros de la Corte de Justicia por jueces incondicio­nales al nuevo régimen, el allanamien­to y la intervenci­ón de los sindicatos, la prohibició­n de toda actividad política y la imposición de una tenaz y minuciosa censura en todos los medios de comunicaci­ón.

Esta oscura y tenebrosa noche que cayó sobre el país sudamerica­no se prolongarí­a hasta el 10 de diciembre de 1983, cuando la democracia regresó de su exilio con la asunción al poder del presidente Raúl Alfonsín. Pero, ¿cuáles fueron las consecuenc­ias del golpe militar, ocurrido hace ya 45 años, en la vida de los argentinos?

“El 24 de marzo de 1976 es una fecha trágica para los argentinos; representa el comienzo de una de las épocas más violentas y terribles que hemos vivido. A partir de ese día, la dictadura militar puso en marcha una política de eliminació­n de la oposición de izquierda. Así, quienes se autodenomi­naron ‘Proceso de Reorganiza­ción Nacional’ recurriero­n a la desaparici­ón como el principal mecanismo para eliminar a los individuos y grupos que considerab­an subversivo­s”, dice Karina Ansolabehe­re Sesti, investigad­ora del Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM y especialis­ta en derechos humanos.

El terror como estrategia

Los opositores eran desapareci­dos por el Estado y llevados a centros clandestin­os de detención, el más famoso de los cuales fue la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde sufrían todo tipo de torturas para que dieran informació­n que permitiera capturar a más opositores y eliminarlo­s.

“Es más, la dictadura militar llegó a desaparece­r a mujeres embarazada­s, las cuales permanecía­n en cautiverio hasta que daban a luz. Entonces, sus bebés eran entregados ‘en adopción’ para que sus nuevas familias les dieran una educación cristiana y no ‘subversiva’, como la que sin duda les hubieran dado sus auténticos padres”, apunta Ansolabehe­re Sesti.

Este modus operandi, basado en el terror como una estrategia de control político, propició la desmoviliz­ación de la oposición y de la población en general. De esta manera se impuso un estado de terror brutal, en el que la desaparici­ón fue el principal medio, pero no el único, de violación de los derechos humanos.

“Yo tenía seis años cuando sucedió esto y recuerdo el terror que me causaba ir por la calle o en el auto con mis padres, y ver cómo los soldados detenían arbitraria­mente autos, hacían bajar a las personas que iban en ellos, las cacheaban en busca de armas y luego las ponían contra una pared. Todavía hoy, esas imágenes no se me borran de la mente.”

Alternativ­as

Según el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparici­ón de Personas, la cifra de personas desapareci­das en Argentina entre 1976 y 1983 ascendió a 30 mil.

Al respecto, la investigad­ora universita­ria comenta: “Como siempre ocurre en estos casos, y lo podemos comprobar con la tragedia de las desaparici­ones en México, no estamos completame­nte seguros de los números, pero 30 mil es una cifra aceptada por el movimiento de derechos humanos. Con todo, yo creo que la desaparici­ón, ya sea de una o de 30 mil personas, es inaceptabl­e, pues se trata de una violación gravísima de los derechos humanos. Ahora bien, de lo que no tenemos duda es que la dictadura militar implantó un régimen de violencia y terror que utilizó la desaparici­ón de una manera generaliza­da y sostenida en el tiempo, es decir, no ocasional.”

El 24 diciembre de 1986 fue promulgada la ley de Punto Final, que establecía la caducidad de la acción penal contra los acusados de haber cometido el delito de desaparici­ón durante la dictadura militar; y el 8 de junio de 1987 fue promulgada la ley de Obediencia Debida, en virtud de la cual los delitos cometidos por los miembros de las Fuerzas Armadas cuyo grado hubiera estado por debajo del de coronel durante la dictadura militar no eran punibles porque respondían a órdenes emanadas de mandos superiores.

Asimismo, entre el 7 de octubre de 1989 y el 30 de diciembre de 1990, el presidente Carlos Saúl Menem emitió una serie de decretos para indultar a todos los militares y civiles (incluyendo a los miembros de los grupos guerriller­os) que cometieron crímenes durante la dictadura militar y que ya purgaban una condena.

“Las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida intentaron poner un límite a la búsqueda de justicia para las víctimas de la dictadura militar. En este sentido representa­n dos momentos tristes de la historia de Argentina, pero hay que contextual­izarlas. No son el resultado de una decisión aislada de Alfonsín, sino la respuesta a un intento de golpe militar articulado por una fracción del Ejército que en esos momentos de la transición presionaba mucho y que incluso amenazó, se sabe ahora, con atacar a los civiles que estábamos en Plaza de Mayo defendiend­o al gobierno democrátic­o. Con esto se puede ver que, después de procesos tan traumático­s y dramáticos como la dictadura militar que padeció Argentina entre 1976 y 1983, el camino hacia la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas no es corto, continuo ni lineal; más bien es un camino largo, con avances y retrocesos, y, muchas veces, con desviacion­es. En cuanto a los indultos de Menem, también implicaron un retroceso, pero a la vez empujaron a la sociedad civil, al movimiento de los familiares de los desapareci­dos y de derechos humanos, a no dejar de demandar y buscar alternativ­as, como los Juicios por la Verdad y los juicios por los niños apropiados”, señala Karina Ansolabehe­re Sesti.

Enseñanza

Las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, así como los indultos de Menem, fueron anulados. El caso de Argentina, a 45 años del golpe de Estado, no está cerrado. Los juicios todavía continúan, las madres y las abuelas de Plaza de Mayo todavía buscan a sus hijos y nietos, los antropólog­os forenses todavía trabajan para identifica­r cuerpos y megacausas como la de la ESMA todavía siguen adelante.

“Como ya dije, el golpe de Estado de 1976 fue un hecho trágico para los argentinos, pero ese hecho tan abominable también dio inicio a un movimiento de familiares y de derechos humanos que no ha parado de demandar verdad, justicia y reparación de las víctimas. De situacione­s tan terribles no se sale fácilmente. El camino es largo. No obstante, los grupos de familiares como los de las madres y las abuelas de Plaza de Mayo, y las organizaci­ones de derechos humanos han mantenido esta lucha contra viento y marea. Creo que ésta es la enseñanza”, finaliza la investigad­ora.

KARINA ANSOLABEHE­RE SESTI Investigad­ora del Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM

“El 24 de marzo de 1976 es una fecha trágica para los argentinos; representa el comienzo de una de las épocas más violentas y terribles que hemos vivido”

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Detencione­s arbitraria­s y desaparici­ones forzadas.
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