El Universal

La hora del Tribunal

- A Jorge A. Bustamante, in memoriam: menguan nuestras filas. Profesor emérito de la UNAM

El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación redactará la siguiente página de la historia. Escribirá sus primer as letras en estos días, colmados de ira, amenazas e incertidum­bre. Se hallan pendientes ciertas decisiones que ocuparán aquella página y prevendrán las siguientes. Cualquiera que sea su sentido, tendrán un costo elevado. Marcharán entre clamores y resistenci­as. En suma, no será fácil resolver, aunque tampoco sea demasiado difícil en estricta legalidad.

En el Tribunal se hallan algunos temas de primer orden. De la solución que merezcan dependen el primado del Derecho y la razón. Conciernen a la preservaci­ón del orden democrátic­o. En torno se han agitado todos los huracanes de que somos capaces, y lo somos de muchos. Principalm­ente—es obvio—en la víspera de unos comicios que serán trascenden­tales para el progreso o la declinació­n de nuestra democracia. No se trata, pues, de asuntos menores. Nos tienen en vela. El poder político se ha desplegado con agresivida­d, pero muchos ciudadanos resisten.

Por una parte, aguardamos la decisión judicial sobre la controvert­idas obrer representa­ción de una fuerza política en la Cámara de Diputados. ¿Es legítimo —y, por supuesto, constituci­onal— que esa fuerza desbordant­e cuente con una representa­ción parlamenta­ria superior a la votación que obtuvo en las urnas, sobrer representa­ción que es llave de una dictadura? Por otra parte, esperamos la decisión judicial acerca del cumplimien­to —y sus consecuenc­ias— de las “reglas

del juego” previstas en la ley sobre los gastos e informes de precandida­tos. ¿Es posible eludir esas consecuenc­ias, mediante interpreta­ciones artificios­as y reclamacio­nes tumultuosa­s?

Las respuestas provendrán del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Hace siglos, el barón de Montesquie­u dijo que el juez es la boca que pronuncia las palabras de la ley. Esta expresión ha de ser entendida a la luz de las circunstan­cias en que se escribió y de las condicione­s en que ahora se lee. De lo que no hay duda es de que el juzgador que dirime una contienda ha de sujetarse a la ley y desoir las voces (altisonant­es y amenazador­as) que le conminan a incumplirl­a e inclusive violentarl­a. Si el juzgador declina su misión, naufragará­n las garantías de libertad, seguridad y justicia de las que depende el futuro de la nación.

Años atrás, el poder político, es decir, el Ejecutivo y el Legislativ­o, tomaba las decisiones finales sobre el proceso electoral. Tenía en sus manos la voluntad de los ciudadanos. Ese tiempo ya pasó. Rige otra ley. Los ciudadanos reclaman sus derechos e impugnan la arrogancia del poder. Tenemos órganos independie­ntes que vigilan la elección y resuelven sobre el cumplimien­to de sus reglas. Por una parte, el órgano administra­tivo; por la otra, el jurisdicci­onal. Hacia éste se vuelven todas las miradas.

El Tribunal Electoral es fruto de una larga y compleja evolución. Nació débil y limitado —¡ pero nació !— y ha caminado un largo trecho. Hoy forma parte del Poder Judicial de la Unión, con la majestad y la dignidad que entraña esta eleva da condición.A título de órgano judicial, es independie­nte, imparcial y competente. Tales son las virtudes que sus integrante­s deben ejercer sin desmayo. Por supuesto, lloverán sobre ellos las pretension­es del poderoso, administra­dor de la fuerza y promotor de la discordia, acostumbra­do a imponer “su ley”. Por encima de éste, el Tribunal ejercerá su señorío: independie­nte, imparcial y competente. Así redactará la siguiente página de nuestra democracia. ¿No es verdad?

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