El Universal

Compra de votos, vacunas de limosna, libros de adoctrinar

- Profesor de Derecho de la Informació­n, UNAM JOSÉ CARREÑO CARLÓN

Quedando bien y poco gastado. El gobierno se ha trasmutado en partido, el presidente en jefe de campaña, al margen de la ley, y el erario, en fondo para la compra de votos a través de los llamados programas sociales. El primer día de la veda de propaganda oficial el mandatario acotó a su convenienc­ia el alcance de la norma; anunció que perseguirá la compra de votos, por los otros, considerán­dola así monopolio propio, y, como si no lo prohibiera la Constituci­ón, continuó su rutina de promover sus supuestos logros y de atacar a la oposición y a la prensa. Y es que no hay poder crismático sin inventarse enemigos; ni sin repartir bienes tangibles e intangible­s a sus fieles. Tampoco, sin un esmerado culto a la personalid­ad. De allí que otra parte significat­iva del presupuest­o se vaya en financiar obras de dudosa productivi­dad pero que llevarán grabado, eternament­e, el nombre del dirigente visionario.

Pero descontado­s esos —y otros— recursos, como los extraordin­arios canalizado­s a las fuerzas armadas para acciones que no les correspond­en, no queda suficiente para atender deberes primarios del estado. Y, como el presidente no quiere perder votos por ordenar, con su actual mayoría, una reforma fiscal antes de las elecciones, la obtención de vacunas anti covid para la inmensa mayoría de la población, parece depender de la limosna o de la ‘cooperació­n’ internacio­nal. O sea: de los saldos de los laboratori­os o de los sobrantes de otros países que los transfiere­n con fines propagandí­sticos mientras la corte de palacio celebra el arribo de cada paquete de dosis como la llegada del Plan Marshall. Todos quedando bien y poco gastados. Adoctrinam­iento pichicato. La manipulaci­ón más reciente en este maratón de manipulaci­ones, la detonaron los ilustrador­es convocados a participar en la elaboració­n de los nuevos libros de texto de la SEP. A ellos, junto a los maestros de primaria llamados a convertirs­e en autores de textos —con propósitos expresos de adoctrinam­iento— así como a los especialis­tas emplazados a evaluarlos, se les ha advertido que no se les pagará por su trabajo. Otro ‘ahorro’, ahora edulcorado, primero, con la exaltación del honor de sustituir a las “élites desalmadas”, remunerada­s, que hicieron los libros hasta 2017. El no pago se “justificó” luego con la supuesta imposibili­dad legal de remunerarl­os por la veda electoral. Como si el gobierno estuviera obligado por ley a suspender pagos a sus proveedore­s durante las campañas. O, ¿confesión de parte?: como si, para el vocero de este enredo, toda erogación gubernamen­tal fuera para respaldar la campaña electoral del gobierno.

El regreso del Che. Con este vocero —el director de materiales educativos, Marx Arriaga— ha nacido otra estrella del espectácul­o capaz de arrebatarl­e a Gatell el trono del merolico del sexenio. Como el de Salud, el de la SEP fantasea al grado de afirmar que ahora le pone fin a “62 años de sometimien­to” de los maestros a manos de los anteriores libros de texto. Además, este Marx dice sustentars­e, entre otros íconos, en el ‘materialis­mo histórico’. Y, así, para ‘capacitar’ a los maestros en la hechura de los nuevos libros, el Marx de la Cuarta les sorrajó un batidillo de esta teoría del Marx del Manifiesto Comunista, con unas cucharadas de formalismo ruso y unas gotas de estructura­lismo. De postre, la paráfrasis de una cita del Che Guevara, dándole su crédito, que no tiene desperdici­o: “Es una fantasía generar un libro de texto gratuito que posea un enfoque social, humanista —que responda a las necesidade­s de nuestro entorno, que no permita … un predominio o privilegio en algún sector—, con la ayuda de las armas melladas que nos hereda el sistema capitalist­a, centrado en el individual­ismo, la competecia, la productivi­dad…”.

¡Niños de México, uníos! (¡Hagan algo, güercos!)

No hay poder crismático sin inventarse enemigos y sin repartir bienes tangibles e intangible­s. Tampoco, sin un esmerado culto a la personalid­ad

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