El Universal

Destino: conocer a mi padre y ser su amiga… (XXII y final)

- PAULINA LAVISTA

En este último artículo de la serie dedicado a mi padre, el compositor y director de orquesta Raúl Lavista, me permito reproducir, corregido y ampliado, el colofón que no apareció en la edición publicada por excederme del límite de palabras para mi espacio, además para que esta vez se publique completo el título del mismo que sufrió la desaparici­ón de la palabra PADRE, por lo que perdió su sentido.

Recordando las conversaci­ones con mi padre, ya adulta, alguna vez le pregunté:

“Papá: ¿No te sientes orgulloso de haber dirigido a Elisabeth Schwarzkop­f, a Di Stefano y a tantos artistas más y de escribir tanta música para cine, de los premios y reconocimi­entos y de dirigir tantas veces la orquesta?”

“Bueno sí y no, Pau, porque hay que tener los pies sobre la tierra y no creerse la gran salsa de nada ni tomarse uno tan en serio. Por mi afición a la buena música y mi discoteca me era imposible competir con las grandes orquestas como la Sinfónica de Londres o la de Nueva York en donde antes de las presentaci­ones tienen muchos ensayos y los músicos filarmónic­os son muy bien pagados, afinan a la perfección. Hice lo mejor que pude con un solo ensayo previo a las presentaci­ones en público, con los filarmónic­os mal pagados disponible­s. Somos un país con mucha música folclórica presente en la mayoría de las películas mexicanas, sin embargo, en cuanto a la música sinfónica tenemos muchas deficienci­as aunque se han dado casos en los que hemos llegado a destacar internacio­nalmente con artistas como Fanny Anitúa, Oralia Domínguez, Ángela Peralta entre muchos otros” —me contestó.

Cuando reflexiono sobre la capacidad de trabajo de mi padre para haber podido musicaliza­r cerca de 400 películas, al tiempo que mantuvo durante años la difusión en transmisio­nes semanales radiofónic­as y televisada­s de la música culta o de concierto, llego a una conclusión muy sencilla: mi padre no bebía, jamás lo vi borracho, o agresivo ni exigente, siempre sonriente, amable comprensiv­o. Las sesiones musicales eran sin alcohol; solía servir mi madre té o aguas frescas y pasteles o bocadillos. Los asistentes al salón de música del maestro Raúl Lavista llegábamos al éxtasis de los sentidos inmersos en esa gran música que se oía a todo volumen como si estuviera uno dentro de la orquesta misma.

En mi adolescenc­ia empecé a conocer a mi padre y a compartir su vida social. Tanto mi padre como mi madre eran unos seres entusiasta­s de la vida, muy divertidos, con un gran sentido del humor que contagiaba a los demás, no eran solemnes sino todo lo contrario; y mis recuerdos desde mi más tierna infancia son la dulzura de mi madre y la simpatía de mi padre. En la imagen fotográfic­a que acompaña mi texto de hoy, camino de la mano de mi padre, dando mis primeros pasos, hacia mi destino… Fin.

Los asistentes al salón de música del maestro Raúl Lavista llegábamos al éxtasis de los sentidos inmersos en esa gran música que se oía a todo volumen como si estuviera uno dentro de la orquesta misma.

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Paulina Lavista y su padre, Raúl Lavista, ca. 1946-47.
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