El Universal

Comuneros enfrentan solos las llamas en la sierra

Habitantes de El Calvario, El Tejocote y Llanos de Tepoxtepec trabajan casi sin descanso para impedir que el incendio crezca; reportan afectacion­es en mil hectáreas

- GUERRERO ARTURO DE DIOS PALMA Correspons­al —estados@eluniversa­l.com.mx

El fuego es implacable. En tres días devoró mil hectáreas y detenerlo ha sido imposible. Sin descanso, 150 hombres trabajan día y noche en los ejidos de El Calvario, El Tejocote y Llanos de Tepoxtepec.

La lucha la están perdiendo; los predios Yerbabuena, una zona forestal protegida; El Plan de Tigre, su centro ceremonial, y Ojito de agua, su manantial, se están consumiend­o. Cada minuto que pasa se transforma­n en cenizas.

Los 150 hombres lo hacen solos, con lo que tienen en las manos. Hasta acá sólo ha llegado la ayuda de voluntario­s que trabajan en el combate de incendios o llevando víveres, pero es insuficien­te, se necesita mucha más ayuda. De ayuda oficial.

En El Calvario, este jueves el incendio lo tenían frente a sus puertas, a menos de 500 metros estaban las llamas.

“El fuego comenzó el martes en el Tejocote, por unos campesinos que prendieron lumbre para limpiar sus tierras y se fueron”, contó un joven de El Calvario que bajó del cerro por comida.

Desde las seis de la mañana hasta las 11 de la noche trabajan. Unos bajan sólo a tomar algo de fuerzas: a comer y a dormir para después regresar.

El incendio se pasó a El Calvario y llegó a Llanos de Tepoxtepec.

ANGÉLICA Habitante de El Calvario “Ahorita no vemos los efectos [del incendio en la zona de la Yerbabuena y Ojito de agua], pero poco a poco va ir dejando de caer el agua”

La tarde del jueves el fuego se descontrol­ó.

En estos días, El Calvario ha estado sin hombres, todos están en la punta de los cerros sofocando el incendio. En el pueblo están las mujeres, niños y ancianos preparando los alimentos para llevarlos hasta donde están trabajando.

Entre los que se quedaron está Angélica, una joven de 21 años, cuyo cuerpo menudito contrasta con su gran energía. Desde los primeros días no ha parado. El martes y miércoles estuvo en el cerro haciendo guardarray­a para impedir el paso al fuego. El mismo miércoles, junto con otros jóvenes, tomaron la caseta de peaje de Palo Blanco de la Autopista del Sol para pedir ayuda a los automovili­stas y exigir apoyo a las autoridade­s. Este jueves, Angélica organiza los víveres que llegan al pueblo.

La joven ha visto de cerca el siniestro, conoce su potencia. Le

HOMBRES suben al cerro para combatir el siniestro, desde las seis de la mañana, y regresan por la noche. preocupa mucho la Yerbabuena, el área verde que han cuidado desde que se fundó la comunidad, hace unos 44 años.

De la Yerbabuena y el Ojito de agua, dice Angélica, sale el agua que utilizan ellos y otra gran parte se va a Chilpancin­go.

Calcula que el incendio ya devastó unas mil hectáreas, lo dice con seguridad porque hace ocho años otro siniestro acabó con un área similar.

“Ahorita no vemos los efectos, pero poco a poco va ir dejando de caer el agua”, dice Angélica.

Mario Calixto Bravo, uno de los más viejos del pueblo, recuerda cómo en 1964 una granizada devastó su pueblo San Agustín, en Metlatonoc, en la montaña y tuvieron que dejarlo.

El entonces gobernador, el priista Rubén Figueroa Figueroa, los reubicó acá en la sierra de Chilpancin­go, en ejido El Calvario, en 840 hectáreas. Tuvieron que cambiar de golpe de casas, de cultura y de lengua. Un pueblo un savi (mixteco) se asentó en un territorio nahua.

En todos estos años, en El Calvario han logrado constituir un sistema de autogestió­n, de trabajo comunitari­o. Todos trabajan para todos. El sistema es simple: cuando unos tienen que sembrar maguey, maíz o calabazas, todos ayudan.

Ayer, los pobladores seguían trabajando casi sin ayuda oficial; otra vez un grupo tomó la caseta de Palo Blanco, pero los policías estatales los desalojaro­n.

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En El Calvario, el incendio llegó a menos de 500 metros de las viviendas. Al parecer, el siniestro inició por unos campesinos que trataban de limpiar sus tierras.
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En el pueblo se quedan las mujeres, niños y ancianos preparando alimentos y juntando víveres para los hombres que combaten el fuego.

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