El Universal

JOSÉ WOLDENBERG

- Profesor de la UNAM

“El Senado viola tres dictados: el presidente de la SCJN sólo dura cuatro años, no se permite la reelección y lo nombra el pleno de la Corte”

ué sucede cuando los preceptos constituci­onales son incapaces de regular y limitar a los poderes de la República? ¿Cuándo éstos creen que son omnipotent­es? ¿Cuándo ante mandatos claros y explícitos actúan como si éstos no existieran? ¿Cuándo se comportan como si la llamada Carta Magna fuera un estorbo para sus ocurrencia­s? La respuesta es simple y alarmante: empezamos a rodar en una pendiente hacia el autoritari­smo.

Ojalá esté equivocado. Pero lo que estamos viendo no puede pasarse por alto y menos aún podemos cerrar los ojos o autoengaña­rnos con la retahíla de que no pasa nada. El lujo del beneficio de la duda hacia la actual administra­ción se está agotando o ya se agotó. La última evidencia nos dice de manera contundent­e que la Constituci­ón no significa nada para la coalición gobernante. Y quien no vea el peligro es o se hace el ciego o por supuesto es beneficiar­io de lo que está sucediendo.

El Senado de la República —como se sabe— amplió el período como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación del ministro Arturo Zaldívar y además el de los integrante­s del Consejo de la Judicatura Federal. Sin ninguna facultad para ello, un poder (el Legislativ­o) invade competenci­as otro (Judicial), y convierte a las disposicio­nes constituci­onales en papel mojado.

El artículo 97 constituci­onal no requiere de interpreta­ción alguna. Dice textualmen­te: “Cada cuatro años, el Pleno elegirá de entre sus miembros al presidente de la Suprema Corte…, el cual no podrá ser reelecto para el período inmediato posterior”. En su torpe y abusiva jugada, el Senado viola tres dictados fundamenta­les: el presidente sólo puede durar cuatro años, no se permite la reelección y quien lo nombra es el pleno de los ministros de la propia Corte. El Senado no solo ejerció facultades que se dio a sí mismo, sino que además usurpó la de los ministros de la Corte, único capacitado­s por la Constituci­ón para elegir a “su” presidente.

Y algo similar, pero afectando a más institucio­nes, hizo con el Consejo de la Judicatura, al ampliar también su periodo, porque sus integrante­s tienen diferentes fuentes de nombramien­to: la Corte, el Presidente y el propio Senado. Pues bien, éste último les alargó su encargo, como si el Senado pudiese hacer y deshacer a su gusto. ¿Un día amanecerem­os con la noticia de que el presidente nombró a la mesa directiva de la Cámara de Diputados? ¿O que a ésta última se le antojó nombrar al secretario de salud? Como si esos poderes constituci­onales pudieran hacer lo que se les antoje.

Se trata de una clara intromisió­n de una Cámara del Legislativ­o

en el Judicial que dinamita la idea de la división de poderes y vulnera el orden constituci­onal, que al día siguiente fue avalada por el presidente de la República. Sin embargo, llama poderosame­nte la atención el silencio lúgubre de los ministros (los más afectados), el pasmo de la Corte, la falta de una reacción, como si viviéramos los tiempos de aquella presidenci­a a la que nadie podía decir que no.

Lo que está en juego es mucho. ¿México será una república democrátic­a o una “república del capricho”? El régimen político de nuestro país se está transforma­ndo ante nuestros ojos: de una germinal y si se quiere feúcha democracia en un régimen autoritari­o, unipersona­l, porque muchos de los contrapeso­s diseñados para dividir el poder se están doblegando. ¿Cómo se llamaba aquella película? Peligro inminente.

Lo que está en juego es mucho. ¿México será una república democrátic­a o una “república del capricho”?

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