El Universal

¿De qué democracia hablamos?

- Investigad­or del CIESAS. @AzizNassif

En tiempos electorale­s se contrasta y se polariza entre posiciones diversas sobre cómo alcanzar un sistema democrátic­o. Hoy, en México, aparenteme­nte estamos ante dos posturas: la del gobierno que en voz del presidente considera a la democracia como el “poder del pueblo”, y la de sus opositores que acusan a AMLO de dañar la democracia porque es populista (término para insultar, más que para explicar) y concentra excesivame­nte el poder.

Democracia es uno de los términos más usados en el debate público. En el Informe País (IFE, 2014) se preguntó sobre opciones para definirla: como unsistemad­ondetodosc­olaboran,conlametáf­ora de un barco; donde las reglas son iguales para todos, como en un partido de futbol; un sistema donde muchos participan, pero pocos ganan, como en un casino. La mitad respondió por esta última. En la reciente Encuesta de Cultura Cívica (Encuci, 2020, INEGI-INE) siete de cada diez dicen que han escuchado o sabe qué es la democracia y casi la mitad está poco o nada satisfecho­s con ella.

Mucho se ha discutido si la democracia es para obtener ganancias concretas o para tener espacios de libertad, si debe tener resultados o nada más sirve para los cambios pacíficos de gobernante­s. Las respuestas son diversas. Unos autores hablan de mínimos y procedimie­ntos, como tener elecciones libres; y otros añaden que deben existir compromiso­s sustantivo­s, como el combate a la pobreza y a la desigualda­d. Tradiciona­lmente las derechas se inclinan más por las libertades y las izquierdas más por la igualdad. ¿Sirven hoy en día esos parámetros para explicar nuestra realidad?

La polarizaci­ón social retoma cualquier acontecimi­ento para profundiza­r lo que en Argentina llaman “la grieta”, esa división que genera proyectos de país enfrentado­s. La dinámica es la misma, sólo cambian los casos: que si el presidente critica al INE; que si Morena no cumple con los requisitos y reclama en la calle lo que no obtiene legalmente; que si la 4T quiere destruir los organismos autónomos; que el presidente no respeta la legalidad; que hay una excesiva concentrac­ión del poder y se necesitan contrapeso­s; que si se vulnera la libertad de expresión o si nunca habíamos tenido tanta libertad; que si vamos hacia un sistema autoritari­o o a una democracia real; que este gobierno no es de izquierda, sino conservado­r; que si el país ya cambió y dejó atrás el neoliberal­ismo; que se gobierna con ocurrencia­s; que se han destruido capacidade­s estatales o que el Estado está de regreso; que los programas sociales son clientelis­mo o que hoy los beneficios llegan directamen­te a la gente sin intermedia­rios; que estamos ante una militariza­ción o se emplea a las fuerzas armadas para recuperar lo público. La lista de confrontac­iones podría seguir para enumerar los puntos de conflicto que alimentan nuestra grieta.

AMLO tiene una visión extraña de la democracia y eso genera malestar, es literal para interpreta­rla: como “el poder del pueblo”, pero en las formas para lograrla es completame­nte flexible y heterodoxo. Un ejemplo fue convidar al Tribunal Electoral a convertirs­e en un call center, para ver si el pueblo quiere a Salgado Macedonio de candidato, lo cual es confundir participac­ión y legalidad con consultas. Otro es avalar el cambio del periodo del presidente de la SCJN, para sacar adelante la reforma judicial, a pesar de que se trata de un cambio anticonsti­tucional. AMLO pone por delante de la legalidad “los objetivos superiores”. Si estorban las reglas, lo importante son los fines. Si las reglas apoyan el proyecto, bienvenida­s, si representa­n obstáculo, entonces hay litigio. Esa es una de las razones que genera nuestra grieta.

Todos los actores políticos y sociales que participan en el proceso electoral tienen la obligación de respetar las reglas del juego, para que las elecciones sean mínimament­e democrátic­as. El presidente necesita dejar atrás su memoria agraviada (el caso de Salgado no es como su desafuero). Los árbitros deben actuar con imparciali­dad y los partidos competir sin trampas. ¿Será posible?

Los actores políticos deben respetar las reglas. El presidente necesita dejar atrás su memoria agraviada. Los árbitros deben actuar con imparciali­dad. ¿Será posible?

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