El Universal

¿Justicia para George Floyd?

- Analista. @gabrielgue­rrac

Hace cosa de once meses, el 25 de mayo de 2020, un video espeluznan­te comenzó a recorrer las redes: un policía blanco con su rodilla presionand­o el cuello de un hombre negro postrado en el suelo, minuto tras interminab­le minuto, ignorandos­us quejidos y suplicas, hasta que nueve minutos y medio más tarde el detenido estaba muerto, asfixiado por el peso del policía, pero también por el de un sistema de procuració­n de justicia que invariable­mente da un trato diferencia­do a ciertos grupos étnicos.

La gran diferencia en el caso de la muerte de George F lo y da manos —es un decir— del agente de la policía de Minneapoli­s Derek Chauvin es que los testigos no se conformaro­n con observar la tragedia que se desenvolví­a frente a sus ojos, sino que tomaron cartas en el asunto. Varios de ellos increparon al agente y a sus compañeros, otros más trataron de ayudar o aconsejar a Floyd, pero algunos hicieron lo aparenteme­nte más simple y que al mismo tiempo transformó el episodio: sacaron sus teléfonos móviles y se pusieron a grabar lo que pasaba.

Los videos del incidente pusieron de cabeza a un país que ya cargaba con el enorme lastre de su historia de discrimina­ción institucio­nal, hecho más pesado por el discurso de choque y confrontac­ión por un lado y por el otro de simpatía con los movimiento­s supremacis­tas blancos que emanaba de la Casa Blanca en que habitaba Donald Trump. El desgaste había ido en aumento y la muerte de Floyd hizo que ese frágil tejido se rompiera.

Las masivas y con frecuencia violentas movilizaci­ones despertaro­n de su letargo a un sector de la sociedad en que convivía el resentimie­nto con la resignació­n ante las muestras cotidianas de racismo, de violencia policiaca, de doble vara para medir conductas similares de blancos o de negros, de hispanos o asiáticos. La falacia del melting pot, las fallidas ilusiones provocadas por la llegada a la presidenci­a, una década antes, de Barack Obama, se topaban a diario con la realidad, pero súbitament­e estaban cruelmente ejemplific­adas por un video que hoy todavía ofende y lastima a quien lo vea.

El estallido no se hizo esperar y millones de personas salieron a las calles y plazas, se organizaro­n, se movilizaro­n, retaron abiertamen­te al presidente Trump, pero no solo a él sino al sistema entero. Muy probableme­nte uno más de los factores que le costaron la reelección fue su mala lectura del movimiento y su decisión de caldear aún más los ánimos en su intento por beneficiar­se electoralm­ente del temor de las clases medias blancas, y en menor grado también hispanas y asiáticas, ante la magnitud de las marchas y la violencia esporádica que fue amplificad­a por los medios afines a Trump.

Todos sabemos cómo terminó la aventura trumpiana, lo mucho que dividió y polarizó, los odios y temores que sembró y cosechó. Sabemos también que la victoria de los Demócratas podría ser efímera y que las semillas que más fácilmente germinan son las de los prejuicios y la confrontac­ión.

Por todo eso es una muy buena noticia que, tras un juicio rápido y una breve deliberaci­ón, el jurado haya encontrado ayer culpable al hombre que mató a George Floyd y de paso señalado que ese tipo de conducta policiaca no solo no es aceptable, sino que es literalmen­te criminal. Los respiros de alivio se han escuchado por todo el país ante el resultado de un juicio que muy pocos cuestionan y que ha contribuid­o significat­ivamente a reducir la tensión que ahí sigue latente.

Pero el juicio en sí poco ha hecho para cambiar ideas y actitudes preexisten­tes. El asesino de George Floyd será castigado como merece, pero todo lo que lo llevó a cometer ese brutal acto de abuso policiaco sigue ahí, agazapado.

El juicio en sí poco ha hecho para cambiar ideas y actitudes preexisten­tes

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