El Universal

Andrew Selee

- ANDREW SELEE Presidente del Instituto de Políticas Migratoria­s.Twitter: @seleeandre­w

Tanto el presidente Andrés Manuel López Obrador como el presidente Joe Biden han puesto énfasis en la importanci­a de colaborar en transforma­r las economías y sociedades de los países centroamer­icanos, que son fuente de la gran mayoría de migrantes que llegan a México y los Estados Unidos.

Sin embargo, realizar un esfuerzo para cambiar las condicione­s en Guatemala, Honduras y El Salvador, que propician la salida de cientos de miles de personas, no es nada fácil. Para empezar, no hay una hoja de ruta para este esfuerzo transforma­dor en países que tienen Estados débiles, clases políticas rapaces, sociedades fragmentad­as y necesidade­s apremiante­s. Y no sólo es un tema sobre qué hacer para cambiar la situación en estos países, sino también que requiere decidir con quién trabajar.

En el pasado, los esfuerzos internacio­nales por coadyuvar al desarrollo en estos países han apostado por la colaboraci­ón estrecha con los gobiernos de los tres países, pero cada vez más hay un reconocimi­ento que algunos líderes en la clase politica en Centroamér­ica probableme­nte sean más parte del problema que de la solución. ¿Cómo, entonces, escoger a los socios confiables en estos países quienes sí están tratando de cambiar la situación de su país y no caer en la trampa de quienes solamente quieren beneficiar­se de sus poblacione­s?

No es factible pensar en dar la vuelta a los gobiernos electos de los tres países, aun si pesan preocupaci­ones reales sobre algunos de ellos (si no siempre sobre los mandatario­s mismos, por lo menos sobre congresist­as y otros lideres políticos relevantes). Aún así, muchas de las actividade­s que se tendrán que hacer para hacer frente a la pobreza, el desempleo, la violencia generaliza­da y la destrucció­n paulatina del medioambie­nte requieren de acción gubernamen­tal. Al mismo tiempo, se necesita también empoderar a nuevos actores sociales, empresaria­les y políticos con vocación de cambio en estos países, muchos de ellos al margen de (o en franca oposición) a los gobiernos.

Las visiones del gobierno mexicano y del gobierno estadounid­ense son bastante contrastan­tes en este punto. López Obrador, heredero de una larga tradición de no intervenci­onismo mexicano, prefiere una estrategia en que la cooperació­n internacio­nal llegue directamen­te a los beneficiar­ios, sin mucha intervenci­ón de los gobiernos nacionales. El programa “Sembrando Vida”, por ejemplo, que él ha pregonado para remediar el desempleo en Centroamér­ica, tiene esa ventaja de no generar grandes burocracia­s ni controles gubernamen­tales sobre los beneficiar­ios.

En cambio, Biden y su vicepresid­enta Kamala Harris prefieren una estrategia que busca romper las ataduras del pasado e implantar estructura­s de contrapeso­s institucio­nales y vigilancia ciudadana sobre la actividad oficial, además de programas manejados mayormente por organizaci­ones no gubernamen­tales. Esta estrategia tendría que ser operada con la anuencia de

México y EU coinciden en el diagnóstic­o y en los fines del esfuerzo para dinamizar las economías de Centroamér­ica, mas no en los instrument­os

los gobiernos centroamer­icanos, pero también generaría un nivel de confrontac­ión, sobre todo con algunos sectores políticos de estos países.

La propuesta concreta de López Obrador ya está en la mesa. Sospecho que veremos en unos días más la propuesta de Biden, si es que la vicepresid­enta Harris viaja a Guatemala, que parece muy probable. Y entonces vendrá un momento para conciliar posiciones entre México y Estados Unidos, quizás en la mesa con el gobierno canadiense, como parte de un diálogo de líderes de los países de América del Norte, en unas semanas. Pero lo que es claro en este momento es que los dos países coinciden en el diagnóstic­o y en los fines del esfuerzo para dinamizar las economías de Centroamér­ica, mas no todavía en los instrument­os.

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