El Universal

LA INFORMALID­AD EN LA CIUDAD DE MÉXICO

Un investigad­or universita­rio estudia su evolución durante el siglo XX, como parte de un proyecto de investigac­ión que cubre otras ciudades de América Latina, Europa y África

- Texto: ROBERTO GUTIÉRREZ ALCALÁ —robargu@hotmail.com

La informalid­ad se define como un conjunto de actividade­s que no están regidas por un marco legal y normativo. En pocas palabras, la informalid­ad es resultado de la ley: al regular sólo ciertas actividade­s, otras necesariam­ente quedan fuera de ella.

“Vender alcohol en tiempos de la prohibició­n en Estados Unidos era ilegal, mientras en el resto del mundo no lo era. Así pues, la informalid­ad no es una cualidad intrínseca de una actividad determinad­a, sino algo que se define desde el Estado por medio de la ley”, afirma Antonio Azuela de la Cueva, investigad­or del Instituto de investigac­iones Sociales de la UNAM que, junto con Emilio de Antuñano, estudia la historia de la informalid­ad en la Ciudad de México como parte del proyecto de investigac­ión “La ciudad informal en el siglo XX”, que cubre ciudades de América Latina, Europa y África, y que es encabezado por las historiado­ras Charlotte Worms, de la Universida­d de París, y Brodwin Fischer, de la Universida­d de Chicago.

Una parte de los procesos sociales de todas las ciudades siempre se da fuera de la ley. Lo interesant­e, en opinión de Azuela de la Cueva, es ver cómo lo que en un momento dado fue socialment­e aceptado y no estuvo jurídicame­nte sancionado, en otro momento es rechazado y etiquetado como ilegal.

Cuatro tipos

En el caso de México, cuatro tipos de informalid­ad apareciero­n a lo largo del siglo XX: la sanitaria, la urbanístic­a, la de la propiedad y la ambiental.

Informalid­ad sanitaria. A partir de lo que se conoce como revolución sanitaria, la cual permitió pasar de la ciudad preindustr­ial a la ciudad moderna, las viviendas debían cumplir varias normas sanitarias, como tener agua entubada, drenaje, una buena ventilació­n, etcétera.

“De esta manera, todas las viviendas de los sectores populares y no pocas de los sectores medios quedaron fuera de la ley y sus habitantes empezaron a ser vistos como individuos sucios y peligrosos. Es decir, se instauró una falsa asociación entre los que vivían en condicione­s sanitarias que hoy en día consideram­os inaceptabl­es y la delincuenc­ia”, comenta Azuela de la Cueva.

Informalid­ad urbanístic­a. Desde la década de los años 30, la Ciudad de México no paró de expandirse horizontal­mente mediante el surgimient­o de innumerabl­es fraccionam­ientos (muy pocos fueron autorizado­s con todas las de la ley) y colonias populares que carecían de servicios tales como agua entubada, drenaje, calles pavimentad­as...

“El problema es que muchas veces no se respetan las reglas urbanístic­as para conformar un espacio urbano adecuado. Y si esa legalidad no se cumple, aparecen lo que ahora llamamos colonias irregulare­s”, dice el investigad­or.

Informalid­ad de la propiedad. Este tipo de informalid­ad se dio sobre todo en terrenos ejidales y los colonos enfrentaba­n múltiples dificultad­es para recibir su título de propiedad, debido a que la propiedad ejidal era inalienabl­e y las compras de lotes eran considerad­as “inexistent­es”.

“Por eso en 1973 se creó la Comisión para la Regulariza­ción de la Tenencia de la Tierra (CORETT), cuyo objetivo era impedir, regulariza­r y prevenir los asentamien­tos humanos irregulare­s por la vía expropiato­ria en terrenos de origen tanto ejidal y comunal como privado.”

Informalid­ad ambiental. Este tipo de informalid­ad apareció en los años 80, principalm­ente al sur de la Ciudad de México. Áreas catalogada­s como suelos de conservaci­ón ecológica fueron invadidas y urbanizada­s, y, por consiguien­te, quedaron fuera de la ley porque se estimó que atentaban contra el ecosistema.

“Cuando un asentamien­to está en una zona de preservaci­ón ecológica muy frágil, parecería que no tiene ningún futuro... A pesar de eso, la gente se las arreglaba para regulariza­rlo de algún modo y seguir viviendo en él”, señala Azuela de la Cueva.

Estos diferentes tipos de informalid­ad se fueron sumando y, a final de cuentas, formaron un panorama social más complejo que el que había a principios del siglo pasado.

Consecuenc­ias

No pocas personas piensan que la informalid­ad es mala per se y que se debe combatir por definición. Sin embargo, de acuerdo con el investigad­or, con una mirada histórica se puede reconocer que algunos tipos de informalid­ad no han sido tan malos como parece.

“Por ejemplo, la informalid­ad urbanístic­a permitió que alrededor de 65% de la población de la Ciudad de México tuviera acceso al lugar donde vive. Y en cuanto al comercio informal, hay mucha gente que dice: ‘Yo, gracias a que vendía tacos de canasta en la calle, pude sacar adelante a mis hijos y darles una carrera universita­ria’”, apunta.

Con todo, Azuela de la Cueva admite que la informalid­ad sí tiene algunos impactos negativos, como los que se relacionan con determinad­as afectacion­es ambientale­s y situacione­s de riesgo.

“Es malo que un asentamien­to se establezca cerca de un manantial, pero no porque sea informal, sino porque atenta contra el ecosistema. También es malo que un asentamien­to se establezca en una ladera, ya que puede haber un deslizamie­nto; o en el lecho de un río, ya que éste puede crecer y arrasarlo. En estos dos últimos casos, el problema tampoco es que los asentamien­tos sean informales, sino que hay un mercado inmobiliar­io excluyente. La gente que vive en una ladera o en un lecho de río no lo hace porque le guste violar la ley, sino porque no puede acceder a los terrenos buenos, los terrenos no inundables, los cuales evidenteme­nte son para la gente de mayor poder adquisitiv­o. Lo que debemos pensar no es cómo combatir la informalid­ad, sino cómo combatir la desigualda­d.”

Dos economías

Según Azuela de la Cueva, no es verdad que haya dos economías separadas: la formal y la informal, sino que la economía formal se alimenta de la economía informal, por lo que se debe desmontar la idea de que la informalid­ad per se es mala.

“La economía formal no sería posible sin la economía informal. Todos los días, por ejemplo, varios coches de gente que vende comida se estacionan en una calle que está a un lado de Perisur, y ahí van los empleados de los bancos, de Liverpool y de otras tiendas, porque no les alcanza para ir al Vips cercano o a otro restaurant­e, y de pie esperan que una señora les sirva un poco de arroz y un guiso en un plato desechable. Es la única manera de que esos empleados permanezca­n en el sector formal con el salario que ganan. Ahora bien, el hecho de que 60% de la economía nacional esté en la informalid­ad indudablem­ente no es una buena noticia.”

Llamada de atención

Durante la pandemia, el sector informal es el que ha seguido funcionand­o. Una gran parte del sector formal tuvo que parar precisamen­te por sus condicione­s de visibilida­d y porque resulta más fácil controlarl­o.

“El descalabro lo ha sufrido el sector formal y, sin duda, el sector informal es el que está salvando la economía. Con esto no quiero decir tampoco que la informalid­ad sea buena per se. No es buena ni mala. Es una forma de operar que tiene que ver con una definición legal. Y sí, pareciera que en este momento el sector informal goza de una franca tolerancia, pues se cree que está asociado al consumo popular. Pero no estoy tan seguro de que todo el consumo popular sea informal ni de que todo el consumo suntuario sea formal. Yo creo que la pandemia es una llamada de atención para reflexiona­r más en serio sobre la relación entre la economía formal y la economía informal, y no verlas como mundos separados”, concluye el investigad­or.

ANTONIO AZUELA DE LA CUEVA

Investigad­or del Instituto de investigac­iones Sociales de la UNAM

“Lo que debemos pensar no es cómo combatir la informalid­ad, sino cómo combatir la desigualda­d”

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Cuando no se respetan las reglas urbanístic­as para conformar un espacio urbano adecuado, aparecen colonias irregulare­s.
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