El Universal

Gabriel Guerra Castellano­s

- Analista político. @gabrielgue­rrac

Falta poquito más de cinco semanas para ir a votar, queridos lectores, y tal vez por la pandemia, tal vez por la dominancia de las redes, estamos viendo mucho más de los y las aspirantes­en las redes sociales que en las calles o las plazas. Es una bendición a medias, porque lo que antes nos atosigaba al aire libre ahora lo hace cada vez que prendemos un dispositiv­o móvil: la omnipresen­cia de campañas que muchas veces ni siquiera nos correspond­en.

Mucho de lo que vemos mueve a la risa o a la pena ajena: los intentos de baile, las coreografí­as que no pasarían ni en los festivales escolares, las copias burdas de campañas anteriores o simplement­e de lo que está de moda. Hay quienes se aventuran a recorridos, algunos lo hacen casa por casa, otros en mercados o en puntos de alto tránsito peatonal o vehicular. Estos tienen al menos el mérito del esfuerzo, del sudor, pero -y no lo digo con nostalgia- ya no son como antes. Ahora los candidatos estás más enfocados en la lente de la cámara o teléfono del asistente que en los ciudadanos con los que dialogan, porque de lo que se trata no es de sumar voluntades, sino de producir (es un decir) videos destinados a la efímera vida de las redes sociales.

Esos ejemplos de frivolidad contrastan con otros, muy serios, que lamentable­mente no se relacionan con propuestas de fondo sino de escándalos. Desde casos extremos, como el del venturosam­ente fallido candidato de Morena a la gubernatur­a de Guerrero, acusado de delitos sexuales, hasta casos burdos como el de Alfredo Adame ufanándose del dinero que se va a embolsar o insultando a los automovili­stas que le tocaron el claxon. En el enorme espacio entre ambos, hay numerosos ejemplos de candidatos y candidatas sobre quienes pesan acusacione­s penales, demandas, rumores, además de los daños autoinflig­idos, como es el caso de quienes mienten pública y descaradam­ente para semanas después tratar de retractars­e.

Salvo por aquellos en que se trata de probables delitos graves, los demás caen más bien en el terreno de lo chusco y anecdótico, como si hasta los escándalos estuvieran ya hechos a modo para las redes y los medios electrónic­os. Si antes se aconsejaba a políticos en campaña usar frases cortas, o “sound bytes”, hoy pareciera que el contenido entero de sus campañas y de sus personalid­ades públicas es como un hilo interminab­le –infumable– de TikToks mal hechos.

Es una pena, porque hay mucho en juego en esta jornada electoral. 15 gubernatur­as, miles de alcaldías y regidurías, congresos locales y, por supuesto, la Cámara de Diputados federal, de cuyo control dependerá en buena parte el rumbo y relativo éxito o fracaso de la segunda mitad del sexenio del

Andrés Manuel López Obrador.

Salvo honrosas excepcione­s, los partidos han hecho poco de fondo para convencer a la ciudadanía, a juzgar no solo por su selección de candidatos sino también por sus plataforma­s y propuestas, o mejor dicho por la ausencia de ellas.

Si usted cree, apreciado lector, querida lectora, que la jornada del 6 de junio se trata solo de darle o quitarle la mayoría en el Congreso al presidente y su partido, no tendrá demasiadas dificultad­es para decidir por quién votar. Pero si lo que le interesa es mejorar la calidad de nuestros representa­ntes populares y –por consecuenc­ia– de la política nacional, estatal o municipal, hará bien en revisar perfiles, propuestas, personalid­ades y antecedent­es.

El mugrero que es hoy la política en nuestro país no es accidente ni casualidad: es resultado de nuestros votos y/o nuestras abstencion­es en el pasado. Si queremos limpiarlo, debemos dedicarle algo más de tiempo y reflexión.

Sea como fuere, de lo que no tengo duda es que debemos votar. Es nuestro derecho y nuestra obligación.

Si queremos limpiar la política, debemos dedicarle más tiempo y reflexión

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