El Universal

Ricardo Rocha

- Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

Ese no es un tipo que se equivocó. Benjamín Saúl Huerta Corona es un criminal. Un depredador que no ha tenido el menor sentimient­o de piedad al destrozar la vida de varios adolescent­es. El número de sus víctimas crece día a día. Y estremecen los relatos de jovencitos de 15 años que van de la perversión a la escatologí­a.

Y no es un linchamien­to precipitad­o. El propio legislador aceptó sus culpas luego de que se protegió con su fuero, cuando lo cercó la policía en un hotel de la colonia Juárez, a donde se llevó a su víctima luego de narcotizar­lo. Peor aún, exhibió hasta dónde puede llegar su bajeza al intentar negociar con la madre: “se lo voy a pagar con creces. No me destruya”, le suplicó el hipócrita. Luego, Morena intentó el más estúpido control de daños de que se tenga memoria.

A ver: Huerta Corona no era un diputado cualquiera. Resulta que se trata ¡oh paradoja, del Secretario de la Comisión de Justicia! Así que el Coordinado­r morenista en San Lázaro, Ignacio Mier, salió a defenderlo con un argumento infame: “no lo hizo en su función como diputado federal, lo hizo en su vida personal y yo no me meto en la vida personal”. A tamaña estupidez han seguido las consabidas peticiones de separarlo de su bancada, de solicitar su desafuero y otras medidas que buscan tender una cortina de humo. Pura tramitolog­ía y nada de humanismo: ¿o alguien ha oído decir a los dirigentes de Morena, a los morenistas cómplices que ahora callan como momias o al propio presidente López Obrador: estamos indignados; estamos avergonzad­os y exigimos justicia?

Si creen que exagero sobre los crímenes de este ser abominable, déjenme decirles que sé de lo que hablo. Porque lo viví en carne propia.

Tenía 17 años y era dirigente nacional juvenil de una organizaci­ón católica.

Fue el mismo maldito modus operandi de ahora. Solo que a mí me ocurrió con un alto jerarca de la iglesia. Me llevó al entonces hotel Regis en la Alameda, con el pretexto de recibir a una delegación de la Orden provenient­e de Estados Unidos.

Luego me pidió que subiéramos a una habitación para hacer tiempo mientras llegaban. Ya ahí nos sentamos en un sofá y comenzó a ponderar mis supuestas cualidades mientras me daba palmaditas en las piernas. Cuando empezó a subir hacia mi centro, se generó en mí un debate instantáne­o: aquello estaba ocurriendo, pero no era posible; no viniendo de Monseñor, un hombre tan bueno y santo. Solo cuando intentó extraer mi pene ya no tuve dudas. Pero estaba paralizado. No podía moverme ni un centímetro. Años después me explicaron cómo el terror congela sangre y músculos. Entonces rogué con todas mis fuerzas: le pedí a Dios que me enviara la energía para librarme de las manos de aquel monstruo; así que pude salir corriendo de esa trampa y bajar a trompicone­s la escalera y salir por fin a la calle y echar andar hacia el instintivo sur de la Ciudad. Cuando cobré conciencia estaba en Insurgente­s y Guadalupe Inn y había recorrido muchos kilómetros y horas de sonambulis­mo en el tráfico. Me eché a llorar incontrola­blemente.

Solo mi fe en Dios. Mi familia. La pasión por mi trabajo y amigos fraternos me han ayudado a superar ese capítulo de mi vida. La herida se cerró. Pero la cicatriz ahí está. Y la pesadilla también.

Nunca le he deseado mal a nadie. Pero ojalá que coincidan la justicia de arriba y la de abajo. Y que el demonio de Morena, Benjamín Saúl Huerta Corona, se pudra en la cárcel.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico