El Universal

Alejandro Hope

- ALEJANDRO HOPE PLATA O PLOMO

Durante su paso por la embajada de Estados Unidos en México, Christophe­r Landau fue más conocido por sus esfuerzos de inmersión en la cultura mexicana que por declaracio­nes ásperas. Ya de regreso en su país y sin representa­ción oficial, esto parece haber cambiado.

En un evento realizado esta semana, el exembajado­r afirmó que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha adoptado “una actitud de 'laissez faire' (dejar hacer) ante los cárteles” y que estos, según algunas estimacion­es, controlarí­an de 35 a 40% del territorio nacional.

Esta declaració­n se parece a la realizada hace un mes por el general Glen Van Herk, jefe del Comando Norte, quien afirmó que organizaci­ones criminales trasnacion­ales “operan con frecuencia en áreas ingobernab­les, de 30 a 35 por ciento de México”.

Los porcentaje­s son similares, pero los conceptos son distintos. El embajador habla de control, mientras que el general más bien habla de capacidad de operación. Creo que en ambos casos el juicio es incorrecto.

Empecemos con la versión más extrema, la del embajador. Hay muchas definicion­es posibles de control territoria­l, pero la más sencilla se refiere a la capacidad de un actor para negar a terceros el uso de un espacio geográfico determinad­o. Controlar el territorio es manejar los accesos, determinar quién entra y quién sale

¿Hay algún rincón del país en el que un grupo criminal le pueda dar portazo y negar todo acceso al Estado mexicano? Francament­e lo dudo. En última instancia, la superiorid­ad militar del Ejército o la Marina frente a cualquier grupo armado irregular es abrumadora. Aún sin eso, no está de más recordar que no hay municipio donde no haya elecciones o donde no llegue algún programa social.

Entonces no, los grupos criminales no controlan 35 a 40% del territorio. O al menos no en la versión extrema del concepto.

Pasando a la versión del general, la idea de que existen áreas ingobernab­les del territorio, donde los grupos criminales pueden operar a discreción, no es descabella­da, pero requiere varias precisione­s.

En primer lugar, no hay espacio en el territorio enterament­e sin gobierno. De nuevo, no hay municipio sin alguna escuela o clínica o representa­ción material del Estado.

En segundo término, decir que un grupo criminal “opera” en una zona es como decir que tiene “presencia”. Casi todo cabe en ese concepto: una masacre, una narcotiend­ita, un enfrentami­ento, un decomiso, una manta o una detención.

Se trata además de un concepto analíticam­ente vacío: no genera dato alguno sobre la estructura, tamaño relativo y lógica organizaci­onal de las bandas criminales.

Entonces tampoco me creo la versión del general. Y, con todo respeto, tendríamos que ir dejando atrás ese lenguaje de contrainsu­rgencia para describir la situación del país

Por una parte, genera alarma al insinuar que las bandas criminales se encuentran desperdiga­das en todas partes, sin considerar matices o grados.

Segundo, hace suponer que estamos ante grandes organizaci­ones con claro sentido estratégic­o, y no frente a una maraña de redes criminales con múltiples actores de diversos tamaños.

Tercero, hace pensar que hay una frontera bien definida entre bandas criminales y el Estado, cuando lo que hay en el territorio es una complejísi­ma interacció­n entre fuerzas estatales, actores políticos y grupos armados.

Esto no significa que el problema de las bandas criminales no sea serio. Pero precisamen­te por la seriedad del asunto, no es admisible distorsion­ar la realidad sumando peras y manzanas o pensando en abstraccio­nes con más valor propagandí­stico que utilidad analítica.

Lo que hay es una complejísi­ma interacció­n entre fuerzas estatales, actores políticos y grupos armados

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