El Universal

¿Democracia o autoritari­smo?

- Profesor de la UNAM

El martes pasado fue un buen día. El Tribunal Electoral confirmó las resolucion­es del INE que intentan lograr que entre votos y escaños no exista una desproporc­ión mayor del 8% y la negativa de registro a precandida­tos que no presentaro­n sus informes de ingresos y gastos. Por otro lado, el Inai interpuso ante la Corte una acción de inconstitu­cionalidad porque supone que el pretendido Padrón de Usuarios de Telefonía Móvil puede vulnerar la protección de datos personales.

En el primer caso lo que se impuso fue la Constituci­ón y la ley. Y el segundo es expresión de que el marco normativo contiene disposicio­nes para que una institució­n estatal pueda interponer un recurso contra aquello que supone una transgresi­ón de las normas constituci­onales.

Son decisiones relevantes porque ese abc elemental es el que se desea borrar desde la Presidenci­a.

Y no lo digo yo sino el propio presidente. De manera inexplicab­le (para mí) sigue insistiend­o que la justicia está por encima del derecho. ¿Y quién define lo que es justo e injusto? Pues él. No parecen reparar en que “justicia” por fuera de la ley no es más que venganza discrecion­al. Y que el ejercicio de la autoridad sin reglas es autoritari­smo puro y duro. No estamos en los tiempos del Rey Salomón, en el que una figura presuntame­nte sabia e imparcial impartía justicia según su criterio, sino en el siglo XXI en el que el derecho faculta a las autoridade­s para cumplir con ciertas tareas y al mismo tiempo les impone límites. No obstante, todo parece indicar que a nuestro presidente le gustaría ejercer su poder sin el corsé que para él suponen las normas que intentan contenerlo y que son garantía para que los ciudadanos no tengan que soportar una autoridad omnipotent­e.

Tampoco es una novedad la pulsión presidenci­al que intenta concentrar el poder del Estado en sus manos. La semana pasada volvió a amenazar con la desaparici­ón de los órganos estatales autónomos para reconcentr­arlos en el Ejecutivo y al INE en el Judicial (¡). No ha entendido que buena parte de esas entidades nacieron para cumplir con funciones que el gobierno estaba incapacita­do para desempeñar cabalmente. El presidente parece añorar a las monarquías absolutas, antes de Montesquie­u y la división de poderes, porque cree que él (una persona virtuosa al verse en el espejo) y la voluntad popular son una y la misma cosa, y que el fraccionam­iento del poder político solo sirve a las fuerzas del mal.

Además, quisiera una Presidenci­a que no fuera escrutada por ningún otro poder constituci­onal y menos por los actores que desde la sociedad realizan esa labor. Por ejemplo, su reacción ante el informe de la Auditoría Superior que analizaba un sinnúmero de anomalías en el gasto, o cada vez que un medio, partido u organizaci­ón civil señalan y documentan fallas o raterías en el despliegue de sus políticas públicas, su forma de defensa es la descalific­ación sin argumentos y sin presentar evidencias alternativ­as.

Creo que no exagero si digo que al presidente le gustaría encabezar una Presidenci­a no ceñida a la ley, concentrad­ora del poder del Estado y además inescrutab­le. Es decir, un hiperpresi­dencialism­o sin contrapeso­s. Y eso tiene un nombre: autoritari­smo.

No obstante, el martes pasado pudimos observar que, si las institucio­nes de la República no se vencen ante los antojos y chantajes del titular del Ejecutivo, todavía nuestra incipiente democracia puede tener futuro.

Al presidente le gustaría ejercer su poder sin el corsé que para él suponen las normas que intentan contenerlo

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