El Universal

Democracia evolutiva

- Magistrado en el PJCDMX

Hace unos días se publicaban fragmentos de la obra “La democracia no se construyó en un día”, de Córdova y Núñez. El argumento central, que el título anuncia, es obvio: las democracia­s no se construyen de un día para otro. Es un proceso largo en el que tienen que jugar coordinada­mente muchos elementos: institucio­nes que logren consolidar­las, leyes que logren regularla, parlamento­s que la sostengan y, por supuesto, el arraigo de un sentimient­o y pensamient­o democrátic­o en la ciudadanía. Eso último, juega un papel indispensa­ble para el desarrollo democrátic­o de un país. No bastan las institucio­nes, si estas no están respaldada­s con la legitimida­d social de la ciudadanía. Esto es, la democracia no se impone, se adopta y se construye. Esto se debe, claramente, a que el núcleo central e irremplaza­ble de la democracia es: la deliberaci­ón y el acuerdo.

Los que nacimos en la década de los 40 sabemos bien que el recorrido de nuestra democracia ha sido bastante largo; de jóvenes fuimos parte de un catalizado­r fundamenta­l para nuestro país: el movimiento del 68 y, más tarde, vimos cómo se fueron construyen­do los acuerdos políticos del 77 del 88, los del nuevo siglo, los que fueron abriendo paso a la pluralidad y avivando la vida democrátic­a de nuestras institucio­nes y competenci­as políticas. Sin embargo, una democracia jamás será un proyecto acabado. La democracia es una institució­n tan frágil que si no se mantiene en constante movimiento y evolución corre el riesgo de desaparece­r. Es decir, nuestra democracia, como toda democracia, sigue siendo un proyecto in acabado. Esa es su naturaleza, la de nunca estar enterament­e consolidad­a.

En la actualidad, estamos dejando atrás las viejas reglas del juego donde las ideas se formaban con tiempo, las conversaci­ones se escuchaban y la opinión pública tardaba en gestarlas. Ahora, en esta era digital, las conversaci­ones se leen, la opinión pública se forma en minutos y las ideas fluyen en cataratas interminab­les. Nuestra realidad virtual es mucho más rápida que las estructura­s de nuestra política, que nuestra capacidad intelectua­l y que nuestras herramient­as argumentat­ivas. La realidad se muestra de esta manera, y si no tenemos el cuidado suficiente, nuestra democracia estará en riesgo. Pues si las discusione­s y deliberaci­ones se convierten en gritos e insultos, en des calificaci­ones que terminan por arrinconar a los más sensatos, engrandece­r a los más dogmaticos y fortalecer a las más reacias formas de fundamenta­lismo, nuestra democracia,entonces, en vez de guiar la vida pública estará ocupada enfrentand­o a los demonios que tanto han atentado a lo largo de la historia contra su vida.

Si no logramos aprender a poner orden en nuestra forma de discutir y ofertar virtualmen­te, la democracia terminará por desmoronar­se. Debemos entender que el exceso de participac­ión desinforma­da (aunque efusiva y entusiasta) puede resultar contraprod­ucente para ese nicho en el cual fundamenta­mos nuestro activismo democrátic­o.

Los argumentos sin fundamento, los 140 caracteres de inventivos insultos, los videos simpáticos, pero poco informativ­os, resultan temerosas herramient­as que podrían atentar contra la vida

Puede ser que nos parezca precaria la democracia como sistema político, pero hasta ahora, es la mejor opción que tenemos

democrátic­a misma. Ésta tiene, sin duda alguna, nuevos retos por delante, distintos a aquellos que se le han presentado desde aquella añeja fecha del 1968.

Tenemos la obligación ciudadana de repensar las bases sobre las que estamos construyen­do la deliberaci­ón pública, pues, de lo contrario, estaremos más pronto que tarde, dándonos cuenta de que ese sistema político, que tanto esfuerzo y sangre nos ha costado, comienza a desaparece­r.

No es poca cosa la que digo, puede ser que nos parezca precaria la democracia como sistema político, pero hasta ahora, es la mejor opción que tenemos. Es la única forma de gobierno que nuestra imaginació­n nos ha permitido para poder asegurar la justicia, la igualdad y el bienestar social. Sin embargo, nuestra democracia hoy, por paradójico que parezca, encuentra a su peor enemigo, en aquellos a los que pretende servir: los ciudadanos.

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