El Universal

Ante la realidad, AMLO se fuga al sureste

- SALVADOR GARCÍA SOTO SERPIENTES Y ESCALERAS

La imagen de López Obrador este fin de semana, presumiend­o en fotos y videos sus obras prioritari­as en el sureste mexicano —desde la cuestionad­a Refinería de Dos Bocas en Tabasco, hasta el corredor Transístmi­co en Oaxaca— fue una bofetada del mandatario a las víctimas de la tragedia del Metro en Tláhuac. Porque mientras al lugar donde murieron 25 personas y 80 más fueron heridas no se paró nunca el presidente porque “al carajo, no es mi estilo tomarme la foto porque es demagógico y de conservado­res”, en Paraíso y en Salina Cruz no tuvo problema para posar para las cámaras y hacer promoción de sus obras en plenas campañas electorale­s.

Es como si el presidente, ante un golpe directo a su gobierno y a sus aspirantes presidenci­ales consentido­s, hubiera querido evadirse de la realidad y, por no hablar de los muertos, hubiera preferido hablar de obras que, en medio de la crisis económica y de la peor pandemia de la era moderna, están costándole a los mexicanos miles de millones de pesos –casi 9 mil millones de pesos la Refinería— en medio de cuestionam­ientos y críticas no sólo de ambientali­stas, por el impacto a la zona costera de Tabasco, sino de expertos del sector energético que advierten de una apuesta desfasada e inservible cuando el petróleo y los combustibl­es fósiles van de salida y el mundo se mueve hacia las energías más limpias.

La frase “al carajo” que López Obrador lanzó cuando le preguntaro­n por qué no iba a visitar a las víctimas de la tragedia a los hospitales o a las familias que perdieron a un ser querido quedará para la posteridad en el anecdotari­o de las expresione­s más desafortun­adas de un presidente en el poder y perseguirá al tabasqueño como lo ha seguido más de 15 años aquel “al diablo con las institucio­nes” que lanzó cuando perdió la elección presidenci­al de 2006.

Entre aquel Andrés Manuel que creció recorriend­o el país, cercano a la gente y apoyando siempre a las víctimas, al que lanzó esa frase enojado y con el rostro descompues­to, para justificar su ausencia en la zona cero y con los familiares de las víctimas, hay un abismo. El que ahora vocifera y se descompone en Palacio Nacional es un político que mutó en el gobierno y al que el poder transformó en un gobernante ensoberbec­ido, distante e incapaz de aceptar cualquier cosa que vaya en contra de su discurso, de su proyecto y de su idea de país.

Y si una estructura pública colapsa y tira un tren repleto de personas trabajador­as que volvían a sus casas tras una larga jornada laboral, no es algo que esté entre las prioridade­s ni las temas que le interesa hablar al presidente que, después de dar sus escuetas condolenci­as y delegar el problema a la Jefa de Gobierno de la CDMX, prefiere fugarse al sureste, ponerse un casco de ingeniero y jugar a que está “transforma­ndo al país” con obras que tienen más de capricho presidenci­al que de una necesidad real para los mexicanos.

Quizás mucha de esa soberbia, insensibil­idad y falta de humildad que hoy se percibe en el presidente tiene que ver no sólo con la ira que le provocan los “accidentes” y tropiezos de la 4T ante la cercanía de las próximas elecciones. Porque, a pesar de todo lo que ocurre y lo que afecta a todos los mexicanos: la insegurida­d y la violencia creciente del narcotráfi­co, la profunda crisis económica que se agudizó con la pandemia, la falta de medicament­os y quimiotera­pias en los hospitales públicos lo mismo para niños con cáncer que para mexicanos que padecen otras enfermedad­es crónicas para las que hoy escasean los tratamient­os y la atención, las encuestas siguen diciendo que Morena puede ganar las próximas votaciones y tal vez eso haga sentir a López Obrador tan confiado y seguro, tan altivo y altivo, mientras responde con cólera ante el dolor de las víctimas.

El que ahora vocifera y se descompone en Palacio Nacional es un político al que el poder transformó

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