El Universal

De golpes, conjuras y montajes

- Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

No deja de ser paradójico que en la narrativa oficial se haya introducid­o de manera persistent­e la idea de un golpe —blando, pero que busca convertirs­e en duro— detrás de todo acto de críticos, disidentes y opositores. México es el país latinoamer­icano con mayor estabilida­d política desde el siglo pasado. La última vez que hubo un golpe de Estado exitoso (después del golpe huertista de 1913 que tanto atormenta al presidente) fue en 1920. Conforme avanzó la institucio­nalización del régimen, el fantasma del golpismo fue desapareci­endo. Pero en este gobierno constantem­ente se habla de conjuras golpistas por doquier. Pero no un golpe militar, sino de críticos, adversario­s y opositores a López Obrador, quien ve conjuras hasta debajo de su almohada. Puede tratarse de una gran paranoia del presidente (que como cada vez más colegas lo destacan, da señales de una creciente alteración). También podría ser una estrategia deliberada­mente utilizada igualmente por los autócratas (o aspirantes); denunciar golpismo en los adversario­s para eventualme­nte justificar medidas drásticas e incluso ilegales para detenerlos. Los autócratas en potencia suelen ver acciones propias de una democracia como conspiraci­ones golpistas, sin considerar su legalidad. Hacer crítica periodísti­ca, protestar pacíficame­nte en las calles (con casas de campaña volátiles o sin ellas), presentar denuncias de corrupción gubernamen­tal o negociar coalicione­s electorale­s son acciones propias de una democracia. Si no hay nada ilegal en ello, no tiene por qué considerar­se como golpismo, ni siquiera “blando”. De ahí las alucinacio­nes de AMLO sobre el huertismo de la prensa crítica. Y de ahí también que las ayudas estadounid­enses a organismos cívicos mexicanos puedan evocar el Pacto de la Embajada de 1913.

Que los disidentes hagan cosas que él hizo como opositor se ve hoy bajo distinto rasero (una vez más); si AMLO hacía marchas y plantones, si exigía renuncias de funcionari­os (incluyendo a presidente­s), si pedía investigac­iones o denunciaba corrupción, era parte de su gesta histórica. Que ahora lo hagan sus opositores y críticos es golpismo puro y duro, traición a la patria o acaso sólo zopilotism­o político. Incluso que las autoridade­s electorale­s apliquen la ley lo percibe como una conspiraci­ón en su contra.

AMLO lleva mucho tiempo furioso con Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), como lo estuvo también Enrique Peña Nieto, a cuyo gobierno le exhibieron varios trapos sucios. Y cuando alguien molesta a AMLO procede investigar sus finanzas (para lo cual la UIF ha jugado un papel esencial). Y resulta que, como muchas otras organizaci­ones cívicas, MCCI recibe fondos internacio­nales. Pero al presidente le saltó la ayuda de la Agencia Norteameri­cana para el Desarrollo Internacio­nal (USAID), que a su vez es financiada por el Congreso de ese país. Algunos observador­es señalan que esa Agencia está vinculada con la CIA y que ha financiado golpes de Estado. Pero al mismo tiempo, la Subsecreta­ría

de Gobernació­n para Derechos Humanos entra en acuerdos con esa agencia para promover esos derechos. Y de pronto, aparece en Proceso informació­n sobre 300 mil euros donados por el partido español Podemos a Morena, lo cual sí sería abiertamen­te ilegal (aunque no golpista). No he visto comentario­s, defensas, desmentido­s o aclaracion­es de los obradorist­as sobre esa denuncia.

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