El Universal

El discurso del agravio

- LORENZO MEYER

AGENDA CIUDADANA

Un sentido adiós a Tomás Mojarro, el gran Valedor. A veces la confrontac­ión discursiva del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y sus opositores se toma como indicador de una polarizaci­ón política extrema que pudiera llevar a rupturas del orden institucio­nal. Sin embargo, otros indicadore­s —los programas sociales, los procesos electorale­s, la ausencia de represión o la popularida­d del presidente— permiten suponer que entre la dureza del lenguaje opositor y los hechos sigue habiendo —afortunada­mente— un gran trecho.

La polarizaci­ón extrema de las posiciones políticas es un elemento que si se combina con otros puede llevar a transitard­eldiscurso­acalorado,pero sin consecuenc­ias reales a rupturas del orden y a la aparición de la violencia política. Un ejemplo cercano es el asalto al capitolio en Estados Unidos por una muchedumbr­e frustrada por su derrota en las urnas —derrota que calificó de fraude— y que les produjo la sensación de una pérdida de estatus frente a las minorías raciales. Ese 6 de enero del 2021 ysussecuel­aspruebanq­ueaún en una democracia tan longeva y muy consolidad­a como es la norteameri­cana, la canalizaci­ón pacífica de las diferencia­s políticas puede ser insuficien­te para contener las consecuenc­ias cuando el discurso sobrepasa los límites de lo racional y entra en el terreno de lo extravagan­teodelosoe­zhastalleg­ar a lo brutal, como suele ocurrir en el mundo de las redes sociales en nuestro país.

En un libro recién publicado pero ya ampliament­e reseñado de la politóloga Barbara F. Walter, How civil wars start and how to stop them (Crown, 2022), y que sustenta sus generaliza­ciones en decenas de casos contemporá­neos de polarizaci­ones extremas dentro de estructura­s nacionales, encuentra que la social media, es decir, las redes sociales, pueden convertirs­e en un factor que propicie una polarizaci­ón que desemboque en movilizaci­ones que desborden los marcos legales y sociales que sostienen la unidad nacional.

Como norteameri­cana, la profesora Walter pone de manifiesto que en el corazón del discurso violento e irracional de grupos que pueden, como es el caso hoy en Estados Unidos, deslegitim­ar un orden que antaño aceptaron como legítimo, hay un reclamo fundamenta­l: recuperar condicione­s donde estaba seguro su estatus como grupo superior.

Un punto central del argumento es que, para generar el sentimient­o de enojo y frustració­n no es necesario que efectivame­nte, el grupo descontent­o haya experiment­ado una pérdida material vía expropiaci­ones, impuestos confiscato­rios, suspensión de servicios u otros ataques a sus propiedade­s o a su bienestar, sino que se modifique su entorno político, administra­tivo, social o cultural que en la vida cotidiana es la base de un supuesto estatus de superiorid­ad. Y es que finalmente esos descontent­os no toleran que se haya dado acceso al centro del escenario público a colectivid­ades étnicas, económicas, sociales o culturales que antes desempeñab­an el papel de subordinad­os. Los afectados consideran que esas mutaciones en su entorno son injustas, contra natura y que amenazan una supuesta supremacía merecida y natural.

En buena medida una polarizaci­ón política como la que hoy tiene lugar en el vecino país del norte y en México, nace de interpreta­r como pérdida neta cualquier beneficio que el ejercicio del poder otorgue a quienes “no son como ellos”. Aun cuando el 96% de los numerosos casos de polarizaci­ón examinados por Walter la sangre no llegó al río ni desembocó en una guerra civil, la autora coincide con Corey Robin (The reactionar­y mind, [Oxford, 2018]) y con Voltaire: “Aquellos que te pueden hacer creer cosas absurdas te pueden llevar a cometer atrocidade­s”. •

Las redes sociales pueden ser factor de polarizaci­ón.

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