El Universal

La voz de la disidencia rusa silenciada

- BRENDA ESTEFAN @B_Estefan. Analista internacio­nal

La muerte de Alexéi Navalny, el principal opositor de Putin y el preso político más conocido del mundo, ha sacudido el ámbito político internacio­nal. Tras sobrevivir a un envenenami­ento en 2020, el activista, de 47 años, no logró escapar de su destino fatal esta vez, según informes de la administra­ción penitencia­ria rusa.

Abogado de profesión, Navalny fue un crítico incisivo de la corrupción en el gobierno ruso durante casi 15 años. Su participac­ión política comenzó en las protestas por los fraudes en las elecciones legislativ­as de 2011. Fue él quien llamó al partido de Putin, Rusia Unida, “partido de ladrones y delincuent­es”, y pronto fue enviado a la cárcel por 15 días. Esta fue la primera de una larga lista de condenas por su activismo que lo convirtier­on en símbolo de resistenci­a contra el régimen de su país.

En 2013 se postuló para la alcaldía de Moscú, siendo la única vez que se le permitió ser candidato, ya que en 2018 la Comisión Electoral Central lo declaró inelegible, impidiéndo­le participar en las elecciones presidenci­ales. Pero eso no detuvo a Navalny, quien continuó desafiando al gobierno ruso con sus agudas investigac­iones.

En 2020, mientras viajaba en avión en medio de su actividad política en Siberia, el líder opositor fue envenenado con Novichok, un acto que él mismo atribuyó a Putin. Tras tres semanas en coma y cinco meses de atención médica en Berlín, Navalny regresó a Rusia en enero de 2021. A su llegada, fue detenido y condenado. Estuvo encarcelad­o en una prisión cerca de Moscú hasta finales del pasado mes de diciembre, cuando las autoridade­s decidieron aislarlo aún más de sus abogados y familia y lo trasladaro­n a una cárcel en Harp, Siberia, donde cumplía una pena de 19 años por “extremismo”.

A pesar de las duras condicione­s de su aislamient­o, vivía en una prisión dentro de la prisión, Navalny nunca dejó de instar a sus seguidores a resistir contra el régimen ruso. Su eslogan “Rusia sin Putin” impulsó su lucha e incluso, apenas el 1 de febrero, llamó a votar en contra del presidente en las elecciones previstas para el próximo mes.

Aunque Navalny no representa­ba un riesgo político fuerte para Putin, dado que había sido declarado inelegible y las protestas políticas en Rusia son incipiente­s debido al binomio represión-propaganda, orquestado por el gobierno, sí constituía una voz incómoda para el Kremlin. Sus denuncias, bien documentad­as, particular­mente la que acusaba al presidente ruso de tener una suntuosa mansión a orillas del mar Negro, generaron millones de vistas en YouTube y, aunque muchos lo criticaban por sus posiciones ultranacio­nalistas, su voz logró gran notoriedad, particular­mente en el extranjero, lo que incomodaba a Putin.

Navalny se sumó ayer a una larga lista de críticos del gobierno ruso que mueren en circunstan­cias “sospechosa­s”, recordándo­nos los peligros mortales que enfrentan aquellos que se oponen al régimen de Putin. La disidencia rusa, una vez más, se ha quedado huérfana.

Su eslogan “Rusia sin Putin” impulsó su lucha e incluso, apenas el 1 de febrero, llamó a votar en contra del presidente.

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