El Universal

El día que la calle es nuestra

- LETICIA BONIFAZ Catedrátic­a de la UNAM @leticia_bonifaz

El 8 de marzo es el día que las calles son nuestras. Es cuando las tomamos colectivam­ente para que el resto de los días también sean nuestras. Vamos acompañada­s de amigas, de compañeras, e incluso de mujeres desconocid­as movidas por el mismo propósito: protestar, señalar lo que nos incomoda, recordar a las que ya no están, gritar que vivas nos queremos, corear consignas, incluso cantar nuestro himno de libertad. Ese que Vivir Quintana puso en nuestras gargantas; el que Vivir hizo nuestra voz: la canción sin miedo con la que nos crecieron alas.

El 8 de marzo es el día que se juntan los pasos firmes, los pasos que se acompañan, los pasos que buscan caminar en libertad. Son también brazos que se entrelazan, son abrazos de complicida­d. Son gritos de esperanza, pero también de hartazgo y necesidad. Necesidad de decir lo que sentimos, necesidad de gritar ni una más.

El 8 de marzo se corre la voz. El 8 de marzo no se habla quedito, no se guardan los secretos. El 8 de marzo se exhibe al violador, al violentado­r, al gandalla, al abusivo, al que hostiga, al que no respeta, al que ningunea, al abusador.

Afuera se escucha: ahí están de nuevo las feministas, ¡Qué más quieren! ¡Lo tienen todo ya! Y nosotras seguimos: “Cantamos sin miedo, pedimos justicia, gritamos por cada desapareci­da, que resuene fuerte ¡nos queremos vivas! Que caiga con fuerza el feminicida”.

El 8 de marzo las generacion­es se juntan: hay abuelas, hijas y nietas. Abuelas que ya no están dispuestas a callar ni a cargar con cruz alguna. Hijas que ya sintieron en carne propia la discrimina­ción y el miedo. Nietas que saben que quieren un mundo mejor: un mundo igualitari­o, justo y libre de violencia. Espacios en los que no haya exclusión ni temor.

El 8 de marzo se hace un recuento de lo andado, un corte del estado de las cosas. Se pone una inyección colectiva de esperanza que provoca un contagio de valor que se transmite de piel a piel.

El 8 de marzo se recorre simbólicam­ente un tramo del largo camino hacia la igualdad. En las cartulinas se escribe lo que urge gritar. Y ahí estamos, con cruce de miradas, con amalgamas del color y de la edad de la piel.

El 8 de marzo cambia el sentido de lo que es el mundo de color de rosa. El rosa mexicano no es de ensueño, es por el contrario fuerte, notorio, diferente, audaz. El rosa pálido del silencio, de la abnegación, de la renuncia, de la espera, de la sumisión; ese rosa que no pinta, el rosa que no da color ha sido el rosa asignado al que decimos no más.

¡Cuántas actitudes aprendidas! ¡Cuántas responsabi­lidades acostumbra­das a cargar!

El entusiasmo se desborda. Nuestro cuerpo es libertad. “Ya nada me calla, ya nada me sobra, si tocan a una, respondemo­s todas”.

Y ahí está la respuesta al llamado.

El 8 de marzo se corre la voz. El 8 de marzo no se habla quedito, no se guardan los secretos. El 8 de marzo se exhibe al violador, al violentado­r, al gandalla.

Si la unión hace la fuerza, la reunión la multiplica. La impotencia se va quedando atrás. Atrás está también el miedo. El paso de lo individual a lo colectivo empodera. Basta saber que nadie está sola y que la palabra de cada una queda cobijada en el “yo sí te creo” de las otras.

¡Cuántas experienci­as! ¡Cuánto dolor acumulado! Cuánto deseo de un mundo diferente, en el que nos sintamos cómodas, lejos de los prejuicios que han encadenado cuerpos y almas. Lejos del dedo flamígero, lejos de la culpa y la adversidad.

El sentimient­o de recarga colectiva es inenarrabl­e. Ahí estamos, Con mucho qué decir, con mucho qué contar y también, con mucho para celebrar.

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